La “evasión” de impuestos, una falta de compromiso que propicia infiernos fiscales soportados por los más pobres
Es posible que al tener noticia en los medios de comunicación de la existencia de paraísos fiscales y de su uso intensivo por las grandes fortunas, uno repare en que la mera existencia de paraísos conlleva la idea de la existencia de su contrario, lo que serían los infiernos fiscales.
Se podría pensar que ante la existencia de infiernos fiscales en los que los Estados torturan fiscalmente al capital acumulado de forma insaciable, se ven como necesarias salvedades y excepciones en los sistemas que sirvan de refugio para el capital acumulado; espacios político-económicos en los que el fruto del propio capital no sea parcialmente confiscado.
Ante un universo económico así y un infierno voraz, ¿quién no desearía entonces acudir al paraíso? Es más, ¿qué mal estaría haciendo si llevo mi dinero a un paraíso fiscal?
En primer lugar, existe un uso perverso del término paraíso que evoca un espacio de virtud cuando en realidad no existe virtud asociada al refugio fiscal.
Un paraíso fiscal es en realidad un refugio político-económico que ciertos países habilitan con la idea de atraer el capital.
El capital no es llamado al refugio por su virtud sino que persigue el refugio por su interés al margen de las obligaciones que entraña su acumulación y desentendiéndose del compromiso.
Y es que la acumulación del propio capital, la creación de patrimonios conlleva obligaciones ineludibles, en tanto que para haber tenido lugar se ha precisado de unas estructuras económicas y sociales costeadas y soportadas por todos.
Gracias al esfuerzo de todos, se da un marco que facilita la rentabilidad del capital y su acumulación.
Es por esto que existe tan poca virtud en la fuga de capitales a paraísos fiscales como en la actitud de tumbarse a tomar el sol en un bote de remos en el que todos los demás están remando.
La acumulación del capital pues dispondría de responsabilidades. Cualquier persona no dispone de la posibilidad de desviar capital a un paraíso fiscal. Generalmente son capitales cuantiosos y capitales drenados en negro que buscan la opacidad de estos refugios, lo que provoca la descapitalización de una economía; en consecuencia, los pobres acaban soportando con mayor intensidad el peso de las crisis.
Dicho de otra manera, al aumentar el número de tumbados al sol, los remeros que no tienen más opción que seguir remando deben realizar un mayor esfuerzo en un claro ejercicio de injusticia.
Y es que en los paraísos fiscales no hay virtud sino falta de compromiso en tanto que su proliferación acaba por suscitar mayores y peores infiernos fiscales soportados por los más pobres.