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Narcotráfico y televisión: El Chapo y Kate del Castillo

WEB-CHAPO GUZMAN-KATE DEL CASTILLO–AFP

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Marcelo López Cambronero - publicado el 29/01/16

¿Por qué mucha gente cree más en el Chapo que en su Gobierno?

“Hoy creo más en Chapo Guzmán que en los gobiernos que me esconden verdades aunque sean dolorosas”. El mensaje es de la famosa actriz mexicana Kate del Castillo, que ha aparecido en los periódicos de todo el mundo por servir de enlace entre Sean Penn y “El Chapo” para la entrevista que la revista Rolling Stone publicó el pasado 9 de enero.

Kate es hija de uno de los actores mexicanos más reconocidos de México, Eric del Castillo, protagonista de películas legendarias de la llamada “época dorada del cine mexicano”, como El Ángel Exterminador (1962), guionista y director de televisión y rostro conocidísimo en la telenovela del país.

Ella misma se ha labrado una carrera sobresaliente, destacando su interpretación de Teresa Mendoza en la serie La Reina del Sur y sus incipientes papeles en la industria norteamericana, como el de Rosario en La Misma Luna (2008),  una madre que ha penetrado en Estados Unidos de manera ilegal y a la que busca desesperadamente su hijo de nueve años, que obtuvo un gran éxito comercial.

¿Por qué cree Kate más en el Chapo que en su Gobierno? No es un fenómeno tan extraño en México.

La admiración por los narcotraficantes, por su vida apasionada y por su éxito efímero es una constante en la zona norte del país, como atestigua la popularidad del narcocorrido y sus letras.

En ellas se muestra admiración por la experiencia de riesgo, aventura, poder y dinero que tienen los narcotraficantes, y en muchas ocasiones se les presenta con un perfil semejante al de Jesús Malverde, “el santo de los narcos”, que cuenta con diversas capillas en las que se le adora junto a imágenes cristianas.

Malverde se enfrentó a los terratenientes que abusaban de los trabajadores manteniéndolos en la miseria y, después de que lo azotaran y tiraran a un río creyéndolo muerto, terminó de forajido robando a los ricos para dárselo a los pobres, según la leyenda.

Muchos mexicanos admiran a los narcotraficantes que se burlan de un gobierno corrupto y llevan su mortal mercancía a la tierra de los ricos (Estados Unidos) para crear con ese dinero, al precio de la muerte, una red de favores que permite trabajar en la floreciente economía ilegal a tantos jóvenes que desean esa “vida loca” y no encuentran, además, una alternativa legal para salir adelante.

En México hay poblaciones en las que un gran porcentaje de la población se alimenta con actividades ligadas al crimen organizado, ya sea con el tráfico de drogas o con el de las mujeres obligadas a prostituirse en el lucrativo mercado de prostitución que mantiene su vecino del norte.

El documental Pimp City (“Ciudad Proxeneta”) mostró esta terrible situación, aceptada y lucrativa, en la pequeña localidad de Tenancingo, al sur del Distrito Federal.

La pregunta es: ¿cómo puede una sociedad occidental aceptar en pleno siglo XXI un modelo de existencia semejante, que repugna a un sentido moral mínimamente formado?

La responsabilidad recae, entre otros muchos factores que se podrían analizar, en el papel de la televisión como institución de gestión del deseo.

El ser humano viene al mundo prácticamente “desprogramado”, es decir, que carece de un determinación natural que le indique cuál es el estilo de vida que resulta adecuado y deseable a su condición de hombre o mujer mortal.

Necesita recoger del ambiente el conocimiento necesario para establecer los fines de su vida y los medios para conseguirlos, y este proceso se realiza a través del seguimiento de modelos de emulación: aquello que es reconocido socialmente como “deseable”, y que es deseado por otros, es lo que el niño aprender a querer para sí.

¿Dónde encuentra esos modelos? En la televisión. Y la televisión, en todas partes pero desde luego en México, muestra grandes mansiones, gente que disfruta de lujos y parabienes, que alcanza poder sobre los demás, coches de alta gama, mujeres hermosas, etc.

Y no es que sea malo poseer un coche bonito y dinero, el problema no está aquí, sino en que una vez se ha establecido ese deseo, la misma sociedad sólo ofrece al público en general un medio para conseguirlo: de la miseria se puede alcanzar tal sueño con actividades ligadas al crimen organizado. Y es aquí donde El Chapo, el poderoso señor del narcotráfico, aparece como ideal.

El Chapo, como ideal. ¿No es así como lo presenta la música popular de la zona, el ya citado “narcocorrido”? Aquí tenemos parte de la letra de uno de los más populares que dice, refiriéndose a su peculiar héroe: “Aquí nada sigue igual, haces falta en Culiacán [capital de Sinaloa], mucha gente protestando pidiendo tu libertad, por ser buena persona y ayudar”.

Muchos problemas del mundo contemporáneo no encontrarán solución intentando imponer moralinas que, siendo justas tal vez en su contenido, yerran en la estrategia: tenemos que enseñar modelos deseables de vida que despierten verdadero interés, que sean atractivos y que contribuyan a limpiar la podredumbre que se instala en tantos lugares de nuestro mundo avanzado.

Los medios de comunicación, especialmente la televisión, tienen aquí una responsabilidad capital.

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