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¿El infierno está vacío?

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Unione Cristiani Cattolici Razionali - publicado el 29/01/16

Dios nos ama, pero debemos ser humildes para dejarnos amar

Al infierno no nos mandan: vas tú solo, porque tú eliges estar ahí. El infierno es querer alejarse de Dios porque no quieres su amor. Este es el infierno. Va al infierno sólo quien le dice a Dios: “no te necesito, me las arreglo yo solo”, como hizo de hecho el diablo, que es el único que estamos seguros que está en el infierno”. Con estas pocas y sencillas palabras del papa Francisco se contiene toda la doctrina católica sobre el infierno.

Primero que nada, no existe ninguna contradicción entre la infinita misericordia de Dios y la existencia del infierno: cuando el hombre escoge egoístamente elevarse por encima de Dios, preferirse a Dios, ser el dios de sí mismo, simplemente es respetado por el Creador, que ratifica la libre voluntad del hombre y, acogiendo su voluntad, lo mantiene alejado de Él.

El infierno es obra del hombre, no de Dios.

En segundo lugar, el dogma cristiano nos compromete a creer que el infierno es el estado eterno (no un lugar, un estado) de quien deja esta vida en pecado mortal, pero no nos compromete a creer que alguien haya muerto o muera, en pecado mortal.

“La condenación”, explicó Juan Pablo II, “permanece como una posibilidad real, pero no se nos ha dado a conocer, sin especial revelación divina, si -y qué- seres humanos están efectivamente involucrados”.


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De aquí a sostener que el infierno existe pero está vacío implica un salto enorme, injustificado y equivocado.

Algunos que lo afirman atribuyen frecuentemente esta convicción al célebre teólogo Han Urs von Balthasar, pero él no quiso nunca decir una cosa de ese estilo como explicó recientemente también el teólogo Angelo Bellon.

Él mismo aclaró: “Mis palabras han sido repetidamente tergiversadas en el sentido que, quien espera la salvación para todos sus hermanos y hermanas, ‘espera el infierno vacío’. O quien manifiesta una esperanza similar, enseña la ‘redención de todos’ (apokatastasis) condenada por la Iglesia, algo que yo expresamente he rechazado: nosotros estamos plenamente bajo el juicio y no tenemos ningún derecho y ninguna posibilidad de conocer con antelación la sentencia del juez (H.U. Von Balthasar, Esperar para todos. Breve discurso sobre el infierno, Jaca Book 1997, p.123).

Profundizó en el tema en 2008 el sacerdote Giandomenico Mucci, jesuita y redactor de La Civiltà Cattolica, concluyendo: “Este texto es suficiente para aquellos que repiten por costumbre la formulita del “infierno vacío” de la que son responsables las sumamente ordinarias deformaciones en los periódicos”.

El pecado existe, el hombre es tentado por su debilidad debida al pecado original que lleva dentro: quiere el bien, pero escoge el mal. La misericordia de Dios es infinita y perdona todo pero, siempre y cuando, se perciba nuestra condición de pecadores.




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Por eso se dice que Dios ama y salva a los humildes. En cambio, nos ha explicado Francisco, “el corrupto no conoce humildad, no se considera necesitado de ayuda, disfraza su vicio con la buena educación, intentando siempre salvar las apariencias”.

Palabras similares a las de Benedicto XVI:

Dios no obliga a nadie a la salvación. Dios acepta la libertad del hombre. No es un encantador que, al final, arregla todo y realiza su “final feliz”. Es un verdadero padre, un creador que afirma la libertad, incluso cuando ésta lo rechaza. Por eso la voluntad salvífica de Dios no implica que todos los hombres lleguen necesariamente a la salvación. Existe el poder del rechazo. Dios nos ama. Debemos sólo ser humildes para dejarnos amar. Pero debemos continuar preguntándonos si no tenemos la presunción de hacerlo solos: si no, privamos al hombre creatura y al Dios creador de su grandeza y dignidad, quitándole a la vida del hombre su seriedad y reduciendo a Dios a un encantador o a una especie de abuelo, respecto al cual todo es indiferente. Al contrario, es precisamente la grandeza incondicional del amor de Dios la que no excluye la libertad del rechazo y, por lo tanto, la posibilidad de la condenación” (J. Ratzinger, Dios está cerca, San Pablo 2008).

Aquí el artículo original en italiano

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