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Hacia Rutas Salvajes: Rumbo a la identidad personal ¿es por aquí?

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Enrique Anrubia - publicado el 27/01/16

¿Se puede caminar sin destino? Se puede; pero quien camina así camina sin rumbo, y sin rumbo no hay camino propiamente dicho

Los lánguidos instantes del autoconocimiento se pueden ir al carajo, ¿o no? He ahí sino todo, casi todo el meollo del asunto de “Hacia rutas salvajes” de Sean Penn.

El argumento es sencillo (que no simple) y en esa sencillez reside (junto con lo bien filmada, montada y narrada que está) el valor fílmico de la misma. Bueno, eso, y la fabulosa banda sonora de Eddie Vedder. Pero el argumento es sencillo: Chris McCandless, un recién licenciado de clase media-alta, está harto de vivir en el mundo burgués y falso de su familia. Entiende que esa falsedad también proviene de la sociedad actual, tan llena de cosas, propiedades, éxito y reconocimiento, y decide romper con todo para poder descubrir la verdad de (casi) todo viviendo sólo por sus propios medios en plena naturaleza. Su destino final: Alaska. Su camino para llegar allí: situaciones arriesgadas, personajes variopintos, caminatas, aventuras, trenes, ríos y botas.

Quizás sea suficiente para reflexionar tras la película con tres de sus citas, tres situaciones y tres ideas. Sobre ellas pivota una trama que nos hace pensar pero sin ser cansina.

Primera: Chris ha llegado a Alaska, se encuentra, por fin, solo frente la naturaleza más brutal y en uno de los paisajes más bellos sobre la faz de la tierra. Al establecer lo que será su campamento, graba esto con su navaja: Camina dos años por la tierra. Sin teléfono, sin piscina, sin mascotas, sin cigarrillos. Libertad absoluta. Un extremista. Un viajero de lo estético cuyo hogar es el camino. Y ahora después de dos años de caminata, llega la aventura final y más grande. La batalla culminante para matar al falso ser interno y concluir victorioso la revolución espiritual. Sin estar ya más envenenado por la civilización él huye, y camina solo por la tierra para perderse en la naturaleza. Alexander Supertramp. Mayo de 1992”.

Esta cita, que está entre una frase de Pablo Coelho y El señor de los anillos, es el resumen de su viaje, el culmen del mismo, y el inicio de ese otro viaje que será vivir por sus propios medios en medio de la naturaleza. Es el principio del final de su “aventura”, y en esa cita se condensan muchas ideas que merecen ser oídas. Y es que ¿cuántas veces hemos escuchado que lo importante en la vida no es el destino sino el camino?

Pero, ¿es verdad? ¿Se puede caminar sin destino? Se puede; pero quien camina así camina sin rumbo, y sin rumbo no hay camino propiamente. Quien diga lo contrario miente. Y miente porque si bien es cierto que se puede caminar por caminar (sin camino) siempre surge un momento final de puro hartazgo: ¿Dónde voy?, ¿dónde vamos?, ¿y para qué? Quizás la vida no nos depare siempre un rumbo claro y fijo, pero el puro “el hogar es el camino” tampoco.

Por eso, una “libertad absoluta” para deambular sin un fin, es una libertad ciega. Libertad, sí, pero ¿para qué? Nos hace falta saber, aunque sea mínimamente y no siempre de manera nítida, un sentido. Y Chris, al menos, lo tiene: “matar al falso ser interno y concluir victorioso la revolución espiritual”. Y esta última frase también es digna de reseñar.

Digna de reseñar porque todos tenemos una falso ser interno, es decir, nos hacemos una imagen de lo que somos, de quiénes son los demás, de las expectativas de la vida, de lo que le pedimos y a veces solicitamos como un derecho y una exigencia: derecho a ser feliz, sobre todo. Vivimos desde esas imágenes. Y Chris, nuestro protagonista, se ha dado cuenta de ese mundo. Y no es del todo nefasto el asunto, pues para vivir necesitamos de esas imágenes, pero por encima de todo, hay que llegar a la verdadera imagen de la realidad, de los demás, de nosotros mismos.

Y eso nos lleva a la segunda cita, situación e idea. En su camino, Chris ha roto con todo. En verdad, más que “romper”, se ha “desprendido” de todo porque eran fardos pesados que estaban sobre sus hombros: su familia, sus estudios, incluso su nombre. En su camino se encuentra con una pareja de hippies ambulantes que rezuman paz y “buenrrollismo”. Son, de verdad de la buena, buena gente verdadera.

Cuando Chris les dice lo que ha hecho, estos le medio recriminan que haya “roto” (desprendido) con todo: sus padres, da igual lo malos que sean, estarán preocupados. Y es ahí, bajo la chispeante luz de una hoguera a la orilla del mar, donde Chris dice nuestra segunda idea: “Voy a parafrasear a Thoreau: más que amor, que dinero, fe, fama, justicia… dame la verdad”.

La búsqueda de esa verdad, que en Chris es una búsqueda radical pero no rabiosa, es lo que ha hecho que se haya lanzado a ese camino. Pero ¿de qué verdad habla? La verdad de la vida. Y la verdad de la vida es la verdad concreta de la vida de cada uno. Es esa verdad que sabemos que no es traducible por la experiencia de los demás. En la película bien se puede ver si comparamos a Chris y a su hermana. Ella es la “voz en off” de la película. La narradora. Su hermana también ha vivido la falsedad de su familia y la conoce bien. Pero no necesita romper como Chris lo ha hecho. La verdad de la vida de Chris no es la de su hermana.

Aunque hay un gran “pero” a la cita que hace Chris de Thoreau: una verdad sin amor, una verdad sin justicia, una verdad sin fe y una verdad que no es material (como el dinero), es una verdad que no es humana, ni es cálida, ni acogedora, ni apetecible. Una verdad desnuda, cruda, bruta, en verdad, no es tal. Porque la verdad si a veces es dura, es también amable, si a veces es seca, es también y al mismo tiempo, bella.

La cita de Thoreau será magnífica como cita, pero nadie vive una verdad así, ni nos corresponde, ni es la auténtica faz de la verdad. La verdad verdadera, la de verdad, tiene como efectos la paz (no la tranquilidad) y la seguridad (no el inmovilismo). Y he aquí que viene que ni que pintiparado una cita de Tolkien y de sus personajes que también están en camino: “aquel que quiebra algo para averiguar qué es, ha abandonado el camino de sabiduría”. Chris debería haber leído a Tolkien junto a Thoreau.

No es rompiendo con las cosas y las personas como las conoceremos y nos conoceremos, sino adentrándonos en ellas. Chris, ha optado por una vía que algunos pueden pensar que es un escape y otros que es un acierto valiente. No me atrevo a decir cuál de las dos es, porque eso nos lleva a la tercera idea.

Y es esta la tercera: se escucha a menudo la consabida frase “necesito un tiempo para pensar”, aunque, para ser sinceros, para pensar siempre se necesita tiempo, y el tiempo es oro, es implacable y no vuelve como quisiéramos que volviese. Quizás tampoco nosotros, pasado un tiempo, volvemos como quisiéramos volver. Pero, más cierto que eso, es que a veces pedimos a los demás un tiempo para saber de nosotros y creemos que ese tiempo para conocernos es mejor tenerlo en soledad.

Y ese es el dilema, o uno de ellos, que deja la película en el regusto al espectador: la diferencia (o no) entre estar a solas para poder conocerse o si para conocerse a uno mismo hay que estar a solas necesariamente. Así que, uno de los muchos temas que apunta la película, es la relación entre soledad e identidad: ¿he de irme lejos de lo que conozco para conocerme?, ¿y qué soledad es esa que permite comprendernos mejor?

La película, el libro y la historia de Chris, son el relato de un viaje, y como todo viaje tiene curvas, regresos, salidas, no es lineal, ni secuencial, ni ordenado, ni programado. Va y vuelve, cambia de impresión y de opinión, tiene muchas lecturas: la de la expectativa, la que se hace en el momento presente, la que se interpreta pasada la situación. El mismo personaje evoluciona y su visión del mundo no es el misma cuando empieza que cuando acaba.

Y digo esto porque Chris dirá dos cosas muy distintas. En un encuentro con un anciano con el que compartirá amistad, Chris le dirá: “estás equivocado si piensas que la alegría de la vida viene principalmente de la alegría de las relaciones humanas”. Parece que en este momento de la historia, la soledad y el mundo interior individual, ganan la partida. Yo, conmigo, para mí: dejadme en paz.

Sin embargo, esto es lo que Chris dejará por escrito en su diario en Alaska, y que es el gran tesoro que ha descubierto tras su camino de rupturas y desprendimientos: “La felicidad solo es real cuando es compartida”.

La pregunta que todos nos podemos hacer es ¿hacía falta irse a Alaska para descubrir eso? No vale con responder rápido. Y, no nos engañemos, por una vez seamos honestos: todos tenemos nuestra particular Alaska para huir, muchas veces, no tanto de los demás sino de nosotros mismos.

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