Muchos padres creen que “no pasa nada por probar”, que a sus hijos “no les pasará eso”… hasta que descubren que tienen un problemaEn el consultorio, los padres guardaban una postura relajada al hablar de su hijo Roberto de diecisiete años a quien en su escuela le han aplicado un examen antidoping y por segunda ocasión ha dado positivo. La institución se ha reservado el derecho a no admitirlo, si no atienden el problema.
—Ya hablamos con Roberto lo de las drogas —dijeron—, es algo que pasara a su historia como experiencia de juventud, nos ha dicho que no lo volverá a hacer, y le creemos. La verdad, —siguieron argumentando—, es que nuestro hijo ha sido bien educado en su libertad y responsabilidad, por lo que tiene un perfil que lo protege de caer en adicciones, ya se convencerá usted cuando se entreviste con él. Lo dijeron adelantando una exoneración en la que esperaban que yo, como profesional de la familia, participara.
Atajando mis preguntas me mostraron una constancia de aceptables calificaciones de su hijo y una serie de fotografías: una feliz reunión familiar; el final de una competencia deportiva con su hijo sosteniendo un trofeo; recibiendo las llaves de un coche regalo de su padre y otras más donde se aprecia como un joven feliz, seguro de sí mismo. Se retiraron convencidos de haber hecho bien, que era una de esas historias con un seguro final feliz. Su hijo, no se presentó a consulta.
Ese maravilloso joven reincidió, fue expulsado de la escuela y es realmente un adicto. Cabizbajo se presentó al consultorio y finalmente reconoció que al momento de hablar con sus padres del examen antidoping, estaba consciente de que estaba portándose mal, pero en vez de admitirlo, simplemente se justificó negando y distorsionando sus experiencias. Experiencias sobre sus formas de diversión y el uso del tiempo libre.
Lo que cuenta es que los fines de semana él y sus amigos vagan durante muchas horas seguidas de la noche, y que lo mismo hacen muchos otros jóvenes con la idea disfrutar al máximo o al límite de experiencias placenteras. Lo hacen en ambientes de masas como bares, discotecas, antros; es decir, de gran aglomeración de personas que se desconocen entre sí por lo que el trato es muy impersonal, a lo que también contribuye la música a todo volumen lo que no deja margen para la conversación. Una forma de anonimato en el que todo es permitido, y es ahí donde aparecen los excesos y con estos, las drogas.
Que siempre hacen lo mismo sin que sus padres hagan mayores preguntas, y que cuando no hay este plan de fin de semana él y sus amigos realmente se aburren, pues no ven opciones en la libertad que dicen tener.
Sus padres volvieron al consultorio. Ahora sí estuvieron dispuestos a reconocer su necesidad de apoyo a partir de dos lecciones dolorosamente aprendidas:
-Lo que algunos padres no admiten en cuanto a riesgos en el uso del tiempo libre de los hijos con el razonamiento: “a mi hijo eso no le va a pasar eso”
Los adolescentes no deciden como divertirse realmente, pues se encuentran cautivos de la industria del tiempo libre, que con la ayuda de la publicidad piensa por ellos, vendiéndoles una diversión comercializada, totalmente hecha, en los mal llamados centros de diversión, con música estridente, alcohol y en determinados sitios con el acceso a las drogas. Los adolescentes se han convertido en un rentable mercado para el gran negocio de la diversión de consumo, porque no saben qué hacer con su libertad.
-Lo que algunos padres ignoran en cuanto a la libertad de sus hijos adolescentes.
Que elegir el mal es signo de libertad, pero no es realmente libertad.
Que la libertad se educa y ellos son los primeros responsables.
Que la libertad en los jóvenes es una libertad en desarrollo, y debe educarse desde dos aspectos: una “libertad de” y una “libertad para”.
Educarlos en “La libertad de” consiste en acompañarlos, enseñándoles y ayudándoles a usar su libertad para superar todos los condicionamientos internos y externos como los defectos, las dudas, los temores, ignorancia, vicios, las malas influencias del ambiente, de los amigos, de la falta de medios, etc. De liberarse de cuanto sea obstáculo para la conquista de la propia y auténtica libertad personal.
Los padres que dejan esta amorosa tarea y asumen el dejar hacer, dejar pasar, por comodidad o egoísmo; dejan a sus hijos “probar el mal” en una edad en la que sintiéndose infalibles son más vulnerables porque están merced de sus caprichos, egoísmos, tendencias sensibles; lo que los lleva al libertinaje, cobardía, evasión, con el enorme riesgo de los vicios y defectos.
Educarlos en “la libertad para” es enseñarles que son libres, pero no para que libremente establezcan el sentido del bien y el mal por ellos mismos, sino “para” que siempre y en todo, puedan obrar el bien libremente por amor a sí mismos y al prójimo.
Que la “libertad de” solo puede entenderse a partir de una “libertad para”.
Los padres, desde la pedagogía del ejemplo deben mostrar que el “de” y el “para” de la auténtica libertad hacen al hombre ser capaz de proyectar su vida con objetivos que le permitan la dignidad en el tener de las cosas materiales, el saber de los conocimientos, el hacer de las habilidades.
Y sobre todo, realizarse en el “para” de su libertad dándose en servicio a los demás; el más trascendental de los motivos humanos.
Escribe a Orfa Astorga de Lira a consultorio@aleteia.org
Orientadora familiar. Máster en matrimonio y familia. Universidad de Navarra.