Un niño de 10 años ante la muerte de su padreMe acerco a la sala 22 del tanatorio. El difunto es José, de 40 años, casado y con dos hijos pequeños. Ha batallado una dura lucha contra la enfermedad. Me impacta la figura de su niño de 10 años arrodillado junto a la mamá, ante el féretro de José. El chico pregunta: “¿A dónde se va mi papá?”. Intento aportarle algún consuelo con esta reflexión:
“¿Cuántas veces te despertaba papá diciéndote: “Enrique, levántate que tienes que ir al colegio”? En cambio, durante su enfermedad, afectado por la medicación, él se quedaba adormilado y tú le insistías: “Papá, despierta, que te toca ir al hospital”.
Ahora él ha entrado en una especie de duermevela de la que no le pueden despertar los gritos humanos; pero, desde el otro lado de la muerte, Dios le llama con su voz potente y le insiste: “José, arriba, te estaba esperando”. Le toma en sus brazos, le rehace de la debilidad de la muerte, le pone como nuevo y lo lleva a su casa del cielo, donde se reencuentra con todos los que le han precedido en el camino de la vida.
Jesucristo fue a visitar a una familia que lloraba desconsolada junto a su hija a la que pensaban muerta. Él les dijo: “No lloréis, está dormida”. Tomó la mano de la niña y le gritó: “Despierta, levántate”. La niña se puso en pie y fue abrazada por todos los suyos.
Todos vosotros expresadle a José vuestro cariño y gratitud: “Nos has dado muchas cosas a lo largo de tu vida, también durante la enfermedad. Guardamos en nuestro corazón todas las cosas valiosas que nos dejas y que nos ayudarán a continuar nuestro camino. Vete en paz hasta el abrazo de Dios”.
José, a su vez, os despide: “Me voy antes que vosotros, pero no me busquéis entre los muertos donde nunca estuvimos. Encontradme en aquellas cosas que no habrían existido si vosotros y yo no nos hubiésemos conocido. Sed buenos y no más; sed lo que he sido entre vosotros”.
Enrique, seguirás sintiendo la presencia de papá que te cobija; le intuirás con los ojos del alma. Y cada atardecer, el aire cálido te traerá sus besos”.
Jesús García Herrero
Capellán del tanatorio M-30. Madrid
Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega