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¿Los Papas pueden modificar la liturgia?

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Alessia GIULIANI/CPP/CIRIC

Henry Vargas Holguín - publicado el 25/01/16

Una aclaración ante la polémica surgida la modificación en el rito del lavatorio de los pies del Jueves Santo por parte del Papa Francisco

Antes que todo recordemos que existe un documento sobre la ordenación de la Sagrada Liturgia que es la instrucción Redemptionis Sacramentum, de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos (del año 2004).

Y este documento se basa en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II (Sacrosactum Concilium) y en los libros litúrgicos que surgieron como respuesta a lo solicitado por dicho Concilio.

Fueron los Padres conciliares quienes enseñaron que, “la reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo” (SC 22, 1).

De manera pues que esta instrucción señala que: “Compete a la Sede Apostólica ordenar la sagrada Liturgia de la Iglesia universal…” (Cap. 1).

Aquí preguntémonos: ¿Qué es la Sede Apostólica? La sede apostólica es, aunque no sólo, principalmente el Papa (Canon 361).

Es decir la Sede Apostólica es la expresión con que se alude a la figura del Papa en tanto Cabeza Suprema de la Iglesia católica. Es por esto que se usa la expresión “sede apostólica vacante” para referirse al período que transcurre tras la renuncia o muerte del Sumo pontífice.

El Papa o el Obispo de Roma “…tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente” (Canon 331). Potestad que, en el campo de la liturgia, incluye entre otras competencias ordenar la sagrada liturgia (Canon 838, 2).

En esta línea, la enciclopedia católica dice que “estrechamente relacionados con los derechos papales respecto al oficio de enseñar están aquellos acerca del culto divino… SÓLO EL PAPA PUEDE DETERMINAR LOS RITOS LITÚRGICOS EMPLEADOS EN LA IGLESIA”.

En estos días el Papa Francisco ha dispuesto incluir para toda la Iglesia, en el rito del lavatorio de los pies durante la misa vespertina del Jueves Santo, a las mujeres.

Esto no debe escandalizar, entre otras cosas, porque el Vaticano ha recordado que el lavatorio de pies es un rito y no un sacramento.

Y aunque se suelen lavar los pies a 12 varones en la práctica pastoral, es lícito tomar en cuenta la situación concreta de la comunidad presente. Es decir, por ejemplo, si la misa vespertina del Jueves Santo se celebra en una cárcel de mujeres, ¿entonces no se podría hacer el rito porque no habría hombres?

Si un Papa determina hacer algún cambio litúrgico es porque tiene serios motivos para hacerlo.

Los cambios litúrgicos que introducen los Papas no responden a un capricho estético ni, menos aún, tienen un carácter ideológico, como tampoco son impuestos de manera arbitraria, sino que responden a motivos serios, y tienen un trasfondo teológico, pastoral e, incluso, histórico.

Los cambios litúrgicos, además, no son cambios sustanciales o que toquen la esencia de la misa y de la administración de los sacramentos; son cambios que no tocan la estructura de los ritos litúrgicos.

Los Papas lo que pretenden es fusionar con sabiduría lo antiguo y lo nuevo, y buscan que las celebraciones pontificias sean ejemplares en todos los aspectos.

Cuando el Papa, que tiene la misión de confirmar en la fe a sus hermanos (Lc 22, 32), cambia algo no podemos escandalizarnos.

Si el Papa quiere ejercer su potestad para modificar una rúbrica de algún ritual, incluso en algo que discrepe con las normas vigentes, lo puede hacer.

Y si el Papa ha decidido hacer un cambio, dicho cambio no es ni puede ser considerado un abuso litúrgico; será la nueva norma a tener en cuenta.

Los católicos están llamados a acatar las disposiciones del Papa y es bueno también tener como referencia las acciones litúrgicas del Papa.

Decía el cardenal Antonio Cañizares en el prologo a la edición española del libro La Reforma de Benedicto XVI publicado por el sacerdote italiano P. Nicolás Bux en el 2008, que las “liturgias pontificias son ejemplares para todo el orbe católico” (final de la pág. 16).

De manera pues que quien participa de una la liturgia papal podrá decir tranquilamente: “Así es como se debe hacer. Así debemos hacer en nuestras parroquias”.

Y no podemos cerrarnos a los cambios. Quien en su escritorio sólo tiene el Código de Derecho Canónico y las normas litúrgicas y no el Evangelio cae en varios errores. El Evangelio antes que todo tiene que ser el libro predilecto del cristiano.

Recordemos precisamente que Jesús dijo en el Evangelio: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). Ni Él ni sus discípulos estaban obsesionados por guardar a toda costa el sábado, se saltaban las normas.

Frases y actitudes como estas fueron las que crearon conflicto con los doctos de la ley; pero él sabía por qué lo decía y lo hacía. Aunque por esto los fariseos tildaron a Jesús de blasfemo, de no respetar las normas prescritas por la ley de Moisés y las tradiciones judías.

Jesús llamaba a los fariseos sepulcros blanqueados y cosas así, cuando ellos le echaban en cara su misericordia cuando comía con pecadores y defendía a las pecadoras públicas.

Jesús, el hijo de Dios, ¿no tenía potestad de cambiar las cosas que veía contrarias –aunque legales- al querer de Dios? Claro que la tenía; potestad que pasó a san Pedro.

“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,18-19).

Esta potestad de Pedro es la que se conoce como “el primado de Pedro”. Por tanto el Papa también tiene que estar en la misma línea de Jesús y cambiar las cosas que crea convenientes en uno u otro sentido.

Ahora bien, tengamos en cuenta otra cosa fundamental de la vida eclesial: la Sagrada Tradición.

La Tradición, junto a la Sagrada Escritura, forma parte de la Divina Revelación. Y es todo aquello que POR VÍA ORAL forma parte del Depósito de Fe.

“Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree” (DV 8).

“Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora” (DV 8)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 78).

Teológicamente hablando, la Tradición es un conjunto de elementos que crean un todo inseparable; y que forman parte de la esencia misma de la Iglesia fundada por Cristo.

¿De qué elementos hablamos? Son cinco elementos divididos en dos grupos: elementos inmutables i elementos mutables.

Los inmutables son los que permanecen idénticos por todos los siglos y que nunca cambian y siempre permanecen idénticos: El dogma y la moral, lo que el católico debe creer y hacer o no hacer.

Los mutables son la liturgia, la disciplina y la pastoral.

De manera pues que la liturgia es uno de los elementos de la Tradición que son mutables, que cambian con el paso de los siglos; pero sólo lo que se puede cambiar.

La liturgia es algo dinámico, vivo; no es como un bloque de mármol: frío, pesado, oscuro y duro. Es que la liturgia cambia de acuerdo a circunstancias variables (lugares, tiempo); de esa misma forma la disciplina de la Iglesia cambia igualmente cuando la Iglesia ve que es necesario.

Como dice el Catecismo, la Tradición de la Iglesia es también llamada Tradición viva porque esta Tradición, a pesar de que se compone de elementos que no pueden cambiar nunca jamás y siempre permanecen idénticos (el dogma y la moral), igualmente se compone de elementos que sí cambian o, digamos mejor, se adaptan con los tiempos y las circunstancias (liturgia, disciplina y pastoral).

No entender bien esta diferencia puede llevar a caer en los errores del modernismo o el progresismo y el integrismo.

Caen en el modernismo quienes quieren cambiar lo que no se puede cambiar de la Tradición.

Los integristas, en cambio, aceptan que la Tradición se compone de otros elementos además del dogma y la moral pero no reconocen que esos otros elementos puedan cambiar o ser modificados según tiempo o circunstancia.

La única manera de permanecer firmes en la fe y defender la Tradición contra los errores del modernismo y el integrismo es adherirse al magisterio de la Iglesia.

Solo el magisterio auténtico garantiza la permanencia en el camino de la Tradición de la Iglesia católica.

El magisterio tiene la promesa divina de Cristo de no desviarse nunca del depósito de Fe y solo a este magisterio autorizó Cristo a predicar la verdad.

Y permanezcamos unidos, católicos, con firmeza absoluta, al Papa en humildad y obediencia. Tengamos en cuenta la promesa divina de Cristo de la indefectibilidad de la única Iglesia verdadera.

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