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CINE Y VALORES: Citizenfour, ¿nos hemos acostumbrado al Gran Hermano?

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Praxis Films

Jorge Martínez Lucena - publicado el 21/01/16

La intimidad de las personas es hoy mucho más vulnerada y vulnerable de lo que somos capaces de imaginar

Citizenfour (2014), Oscar al mejor documental 2015, nos habla de algunos problemas de nuestro imaginario contemporáneo de la transparencia. El metraje nos cuenta cómo Edward Snowden contactó con una directora de cine y un periodista de investigación para revelar la recolección, almacenamiento y análisis de datos masivos que la NSA estadounidense llevaba y lleva a cabo de un modo ilegal a lo largo y ancho de todo el globo terráqueo.

Como hemos podido observar tras los atentados del Estado Islámico en París, cuando se produce un ataque con múltiples víctimas en el corazón de las democracias occidentales, la percepción del riesgo crece de un modo exponencial  e intolerable. Y por ello nos mostramos dispuestos a renunciar a parte de nuestra libertad en pos de una mayor seguridad.

Es lo que sucedió en Estados Unidos tras el 11-S. El legislativo empezó a dictar leyes que favorecían el acceso y meta-análisis de la información privada de los ciudadanos occidentales por parte de las agencias de inteligencia, así como determinadas prácticas penitenciarias que no respetaban los derechos humanos de los presos, como pudimos ver en Amenazados (2010), película en la que se hacen sentir al espectador todas las razones favorables y contrarias a la tortura de los terroristas, o en series tan populares como 24 (2001-2010), donde el aparato tecnológico y las prácticas más sofisticadas de interrogatorio constituyen dos herramientas esenciales al servicio de la salvación de los Estados Unidos frente a las continuas amenazas terroristas.

Edward Snowden fue el hombre que puso delante de todos nosotros que el Estado de su país, de la mano del todopoderoso aparato tecnológico, fisgaba y fisga en la vida de millones de ciudadanos de Estados Unidos y demás países, amigos o enemigos.

Y, pese a su importancia, uno se da cuenta de que a Edward Snowden tendemos a olvidarlo. 

En Citizenfour vemos claramente que Orwell tenía razón con aquello de que el gran hermano te vigila, sin lugar a dudas, y que la intimidad de las personas es hoy mucho más vulnerada y vulnerable de lo que somos capaces de imaginar. Y contra pronóstico es Putin, quien en Occidente es considerado una especie de Zar posmoderno de la rusia post-comunista y cínica, el que le está dando asilo a este señor tan atrevido que hizo estallar todo este escándalo y que en la película parece que no ha roto nunca un plato.

Sin embargo, este documental no repara en una de las razones por las que constantemente nos olvidamos de Snowden:  como suele recordarnos Byung-Chul Han, la cultura del reality es ya tan potente en nuestros días que el ciudadano de a pie a menudo vive como un calcetín vuelto del revés, y por eso no le preocupa que lo graben, porque le complace que lo hagan, porque le va quitarse capas, porque para ser alguien hoy es necesario seguir el modelo de las celebrities y ser reconocido por otros en el escenario, mediante un nuevo clic en el me gusta, y solo se consigue llamar la atención de la morbosa pulsión escópica del respetable cuando nos entregamos a los vectores exhibicionista y pornográfico.

Por eso tendemos a pensar que lo que denuncia Snowden no es para tanto. No solo porque tenemos la sensación de que la mirada indiscreta del poder es un impuesto que debemos pagar para conseguir seguridad, sino porque nos gusta que la gente grite a nuestro paso que el emperador va desnudo; es el modo que tenemos de sentirnos emperador.

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