En el centro de la acción litúrgica de la Iglesia está Cristo y el misterio de su muerte y resurrección. Por tanto la celebración litúrgica debe hacer evidente esta verdad teológica.
Y, desde casi siempre, el signo elegido por la Iglesia para la orientación del corazón y de la mente del cristiano durante la misa o la liturgia hacia el misterio pascual es la representación de Jesús crucificado.
El crucifijo es el elemento principal sobre el altar porque la misa es el santo sacrificio, memorial de la pasión, muerte, resurrección del Señor.
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Antiguamente la liturgia prescribía la costumbre de que tanto el sacerdote como los fieles se dirigieran durante la celebración eucarística hacia el crucifijo, puesto en el centro, sobre el altar, que estaba adosado a la pared.
Esto nos da a entender que la centralidad del crucifijo en la celebración del culto divino se resaltaba mucho más en el pasado. En efecto, la presencia de la cruz en la celebración de la Misa está certificada desde el siglo V.
La centralidad del crucifijo (la representación de Cristo crucificado), que no es una cuestión meramente devocional, se resalta poniéndolo especialmente sobre el altar; y expresa su sacrificio y, por lo tanto, lo vincula con el significado más importante de la Eucaristía: la misa es la actualización incruenta del sacrificio cruento en la cruz.
El crucifijo se coloca sobre el altar para recordar a la asamblea y al ministro celebrante que la víctima que se ofrece sobre el altar es la misma que se ofreció en la Cruz.
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Por tanto nunca podemos perder de vista el aspecto sacrificial de la Misa, aspecto que queda olvidado cuando la Misa se convierte en una mera fiesta que solo tiene en cuenta la resurrección obviando el sacrificio expiatorio de Cristo. No hay resurrección sin cruz.
El ordenamiento General del Misal Romano dice:
“Sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado” (n. 308).
Por tanto, el crucifijo ha de estar al centro de la mirada y de la fe de los fieles sobre todo en misa, aunque el numeral no indique expresamente que el crucifijo deba estar ‘literalmente’ al centro del altar.
Pero es aconsejable que el crucifijo esté sobre el altar y en el centro del mismo, vista la praxis litúrgica de los dos últimos Papas, donde el celebrante mira al crucifijo, recuperando de esta manera una norma litúrgica según una antigua costumbre.
Es bueno tener como referencia en la liturgia las acciones litúrgicas del Papa. Decía el cardenal Antonio Cañizares, en el prologo a la edición española del libro La Reforma de Benedicto XVI publicado por el sacerdote italiano P. Nicolás Bux en el 2008, que las “liturgias pontificias son ejemplares para todo el orbe católico” (final de la pág. 16).