¿Puede haber mejor paso a la vida eterna que entre los brazos de Jesús y María?No existen registros documentados de la muerte de san José, pero es comúnmente aceptado que él falleció antes del inicio de la vida pública de Jesús.
En los primeros siglos de la Iglesia, conforme narra Isidoro de Isolani, se acostumbraba leer en las Iglesias de Oriente, todos los 19 de marzo, una narración solemne de la muerte del padre adoptivo del Hijo de Dios:
“Ha llegado para san José el momento de dejar esta vida. El Ángel del Señor se le apareció y le anunció que había llegado la hora de abandonar el mundo e ir a descansar con sus padres. Sabiendo que estaba cerca su último día, quiso visitar, por última vez, el Templo de Jerusalén, y ahí le pidió al Señor que lo ayudara en la hora final.
Volvió a Nazaret y, al sentirse mal, se acostó en la cama y su estado se agravó rápidamente. Entre Jesús y María, que lo asistían con cariño, expiró suavemente, enardecido en el Divino Amor.
¡Oh, muerte bienaventurada! ¿Cómo no había de ser dulce y enardecida en el Divino Amor la muerte de aquel que expiró en los brazos de Dios y de su Madre?
Jesús y María cerraron los ojos de san José.
¿Y cómo no habría de llorar ese mismo Jesús que lloraría sobre la sepultura de Lázaro? ‘Mirad cómo le quería’ dijeron los judíos. San José no era tan sólo un amigo, sino un querido y santísimo padre para Jesús”.
La Iglesia, que venera con cariño a este santo de gran devoción de los cristianos, lo reconoce como el patrón de la buena muerte.
¿Puede haber mejor pasaje a la vida eterna que entre los brazos de Jesús y María?