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Lo que tú puedes hacer para percibir el amor que recibes

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 12/01/16

Quiero mirar a Dios hoy en mi corazón y sentirme hijo amado, abrazado a Él, en su presencia...

Dios se manifiesta en la vida del hombre. Dios se hace visible en medio de las sombras del camino. Nos permite ver su presencia y su amor. Todos podemos mirar nuestra historia buscando el rastro de Dios en ella. Buscando ese amor que a veces nos parece oculto.

Miro mi vida buscando dónde se me ha manifestado su amor. Ese amor de misericordia que me levanta de mi barro y me invita a subir a las más altas cumbres. Ese amor se hace visible.

¿Cuáles son los momentos de mi historia personal en los que he visto ese amor de Dios de forma concreta? Necesito recordarlos para no olvidar que su amor es gratuito. Necesito mirar su rostro lleno de amor y compasión hacia mí.

Quiero que me vuelva a mirar cada día, haga lo que haga. Que me prometa su abrazo siempre de nuevo, aunque haya caído. Un amor incondicional, inmenso. Así es el amor de Dios hacia nosotros. Necesitamos sentirnos amados, sabernos amados. Hemos nacido para dar y recibir amor.

Como dice el padre José Kentenich: El instinto primario más importante no es el temor sino el amor. San Agustín habla del amor como fuerza de gravedad del alma. San Francisco de Sales destaca a su vez: – Así como el cuerpo para el alma, así ha sido creada el alma para el amor. El gran artista, el gran arquitecto del mundo, el Dios infinitamente misericordioso, bondadoso y todopoderoso, sabe que el instinto de amar del hombre se despierta de la manera más potente cuando toma conciencia de que está rodeado de un amor abundante”[1].

Es momento de darnos cuenta de cuánto amor hay en nuestra vida. Pero nunca es bastante. Tenemos el alma rota, herida y la sed es infinita. Un anhelo infinito, un amor finito. No basta toda el agua del mundo. Tenemos sed.

Quisiera cada día sumergirme en las misericordias de Dios en mi historia. Agradecerle de rodillas por tantos regalos que me hace en mi vida. Ser agradecido, y no quejumbroso.

Me gustaría llenarme de tanto amor de los que me rodean. Pero a veces no veo ese amor y exijo más, no me basta. Quiero mirar a Dios hoy en mi corazón y sentirme hijo amado. Darle las gracias porque me ha llamado, me ha invitado a estar con Él, todos los días de mi vida. Abrazado a Él, en su presencia.

[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

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