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Decálogo para recuperar la pasión cuando corroe el desánimo pastoral

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Henry Vargas Holguín - publicado el 10/01/16

Qué hacer cuando no se encuentra encanto ni en lo más sagrado

Hay momentos, a nivel personal y a veces eclesial, en que reina el desencanto, el cansancio y pesimismo por el apostolado.

El gran reto es entonces vivir la vida cristiana y la misión con auténtica y renovada pasión; así se le devuelve todo su encanto.

Si recuperamos, en los momentos críticos, este encanto a favor de la vida y de la misión, de consecuencia llega la alegría contagiosa, un toque de frescura y un optimismo dinámico.

¿Pero cómo renovar la pasión por Jesús y el apostolado?

1. Lo primero que hay que recordar es lo que Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10b). Dios quiere que nuestra vida sea abundante, generosa, entregada; una vida con la que digamos que estamos realizados. La vida es para disfrutarla, no simplemente para soportarla. Esta vida que Jesús nos da es la base de un ministerio y apostolado fructíferos.

2. Redefinir tu objetivo: Cuanto más persigues un objetivo, cuanto más sabes por qué vives, más apasionado serás; porque tener una razón para vivir genera pasión.

3. El discipulado que Jesús espera tiene una dimensión importante y es la del servicio, recordemos que una “fe sin obras es muerta” (St 2, 14ss). Tengamos en cuenta que lo que más sorprende son las acciones del Divino Maestro, pero son acciones que van acompañadas por sus palabras; es más, son sus acciones las que hablan más que sus palabras. Sus acciones son parte de su servicio, son parte de su divina persona, son parte de su amor por el prójimo; es por eso que el servicio es un componente integral del cristiano. Hay que recordar que cualquier servicio eclesial ha de tener como inspiración el mismo Cristo y realizarlo para gloria de Dios y buen nombre de la Iglesia. El servicio es muestra del amor por Cristo (3 Jn 2-8).

4. Es Jesucristo quien, a través de su Espíritu, nos entusiasma, nos enamora, por lo cual el servicio dinámico es un componente esencial de la relación con el Señor. No ver el servicio como una carga o como una tarea adicional u obligatoria, sino como parte intrínseca del ser cristiano; es su esencia o brillo. Cuando uno se entrega al Señor, el servicio entusiasta saldrá por sí solo y nunca será algo accesorio. Si Dios llama a una persona a un servicio eclesial específico, espera que su respuesta se lleve a cabo de forma constante, alegre; de tal manera que diga como san Pablo: “Ay de mí si no predico el Evangelio” (1 Cor 9, 16b). Que no se nos olvide a quién servimos y por qué lo hacemos.

5. Replantear actividades: Si se trabaja demasiado, se perderá la pasión. Todos necesitamos equilibrio entre el descanso y el trabajo. Si no se descansa, se terminará agotado. Si lo único que se hace es trabajar día y noche uno se vuelve adicto y se perderá la pasión rapidísimo.

6. El discípulo debe vivir de acuerdo al Cristo y a sus enseñanzas. Uno de los elementos que favorecen el desánimo es el encaminarse por el camino de la incoherencia, que genera en una tristeza que invita al abandono.

El discípulo de Cristo no vive un cristianismo a la carta, predicando un Evangelio según sus propias ideas preferidas, según sus propias ideas teológicas o según sus propios gustos. La doctrina humana cae y con ella quien la anuncia.

El cristiano no debe dejar de anunciar toda la verdad de Dios, aun su voluntad más incómoda. Ejercer un ministerio o una acción pastoral con el mismo amor con el que Cristo cargó con su cruz.

7. Uno de los problemas es la falta de preparación y/o de la formación permanente. El cristiano debe profundizar en la doctrina, esto implica un dinamismo que hace nuevo el camino de fe.

8. Ver la importancia de lo que se hace en la Iglesia aunque sea poco, esporádico, callado y, a los ojos humanos, tal vez irrelevante; y hacerlo en clima de oración.

La oración y el servicio son complementarios en la espiritualidad y en la vida cristiana, lo cual nos lleva a otra dimensión: la humildad.

Tener presente, en el ámbito pastoral o apostólico, la importancia de la revolución de los pequeños gestos; estos, realizados con amor y bien hechos, tendrán un gran impacto; cositas que facilitan la concreción de los valores del reino de Dios.

9. Compartir la fe. La pasión interna se renovará si se comparte la fe en Jesús de manera personal con los demás; no hay nada mejor que una conversación que te lleve a hablar de Jesús.

Si quieres mantenerte activo, despierto y dinámico en la vida apostólica, si quieres mantener la vitalidad pastoral, si quieres seguir vivo te propongo que cada día le digas a alguien “yo sé bien en quién tengo puesta mi fe” (2 Tim 1, 12). Así de fácil y sencillo. Es la manera de cumplir con el salmo “Anunciad su salvación día tras día” (Salmo 96,2).

Háblale a alguien de Dios. Las personas más alegres y joviales siempre comparten el amor de Dios con otros. Fuera de las paredes de la iglesia, ¿cuándo fue la última vez que le hablaste a alguien de Jesús? ¿Cuánto hace que no le cuentas a alguien lo que Dios hizo por ti? Si no compartes tu fe en lo personal, te estancas, pues solo estás recibiendo y no estás dando.

10. Nutrir la vida espiritual. Muchos religiosos, sacerdotes y ministros laicos están tan ocupados o distraídos o desalentados que se están olvidando de pasar momentos a solas con Dios y con Su Palabra que los apacienta y nutre.

Es bueno tener momentos de quietud. Se servirá mejor a la parroquia y a otros si se nutre el alma primero. Luego se puede predicar y servir a otros de la abundancia que Dios comunica.

¡Pasión!

Muchas veces constatamos que el camino de la fe y/o el apostolado o la pastoral o el servicio parroquial no siempre es tan vital y agradable como lo ha podido ser en algún momento.

Para algunos la alegría de anunciar el proyecto de Dios sirviendo, no pocas veces, se ha perdido y el corazón puede estar incluso desganado y dolido por diversos motivos.

En ocasiones parece que solo recibimos insultos y malas caras, nos sentimos desfallecer; a veces vemos el servicio como algo monótono, frío y rutinario con una respuesta humana muchas veces casi injusta.

Alguien me dijo alguna vez: “Ya no quiero ayudar en la parroquia porque son otros los que reciben el crédito, aun trabajando menos”.

Estamos al servicio de Dios y de su reino, no al servicio de alguna persona en concreto; esto es suficiente para entusiasmarnos “sin bajar la guardia” en el servicio eclesial.

La pasión que brota de un corazón enamorado de Dios es la que da significado y visibilidad a lo que somos y hacemos en el momento presente; y la pasión es la que también nos anima a preparar con confianza nuestro futuro.

Si no tenemos pasión en la vida, cualquier ministerio se hace aburrido, insípido y monótono. Es más, si no tenemos pasión en la vida, no estamos vivos, apenas sobrevivimos.

Dios nos creó para vivir una vida apasionada y servirlo a Él y a su Iglesia con vigor, con vitalidad y entusiasmo. Dios quiere que incorporemos todo esto a nuestra vida y a nuestra acción pastoral.

La pasión es lo que explica el testimonio de los santos y más aún el de los mártires; explica la respuesta de los evangelizadores al mandato de Jesús del ‘ir y edificar’.

La pasión es la respuesta de quien, sintiéndose amado con amor de predilección, se ha puesto en camino para seguir más de cerca las huellas de Jesucristo.

Sin pasión no hay calidad de vida; y la rutina, el cansancio, el aburguesamiento, la desgana, fácilmente se hacen presentes en nuestra vida y misión.

Seguir a Jesús implica recuperar la pasión por Él. La pasión es el mejor indicativo de nuestra fe puesta en el Divino Maestro.

La pasión es como despertar en la mañana y saltar de la cama al recordar o darte cuenta de que Dios cuenta contigo; esto le da sentido a tu existencia y a tu fe.

La pasión por Cristo es saber que tienes que hacer algo que Dios espera de ti y te encanta, crees en ello y lo quieres hacer bien pues Dios merece lo mejor de lo mejor.

El punto de partida para volver a encender tu pasión por servir al Señor y a su Iglesia es recordar el amor personalizado que Dios te tiene concretado en la cruz, y espera que arrimes, con ánimo renovado, tu hombro a la causa, indiferentemente de la hora en que Dios te llame.

¿Sabías que Dios está apasionado por ti? Es un Dios apasionado por su relación contigo (Ex 34, 14).

El testimonio del Señor resucitado debe ser parte del diario vivir del discípulo, es decir el testimonio va acompañado de la experiencia que tienes de Él (Hch 10, 42).

¿Cómo damos testimonio de Él? ¿Con pesimismos, con negatividad, con mala cara, con desidia? El testimonio ha de ser coherente con la realidad del resucitado, hacer ver que Él es parte de la vida personal y eclesial.

Estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, Él mismo la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1, 6).

La obra de la salvación es de Dios, es Él quien la saca adelante y, de consecuencia, nuestra acción es sólo de cooperación.

En este sentido san Pablo nos recuerda que los que trabajan en la viña del Señor no deben de hacer alarde de sus esfuerzos ni fanfarronear de sus logros; son sólo servidores (1 Cor 3,1-15).

Cristo mismo nos llama a servir (Mt 20, 28) y todos somos siervos inútiles (Lc 17, 10), pero al fin y al cabo siervos poniendo todas nuestras energías, fuerzas, capacidades y nuestro corazón al servicio de Dios.

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