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¿Qué es el tiempo? ¿Cómo aprovecharlo?

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Editora Cléofas - publicado el 08/01/16

Cada segundo de nuestro tiempo tiene su eco en la vida definitiva

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DONE AHORA

“Así que, mientras tengamos oportunidad… “ (Gl 6,10)

El tiempo es el don básico que Dios nos da, sin el cual no puede haber otros dones. Sí, es en el tiempo que podemos practicar el bien, trabajar, luchar, y tener méritos frente a Dios.

El tiempo puede parecer sin sabor y sin valor para quien lo vive en el día a día, hay incluso quien busca “matar” el tiempo con pasatiempos vacíos.

El concepto del tiempo que la Sagrada Escritura nos ofrece es muy rico. Nos lo presenta como un caminar de peregrinos que dejan lo relativo en busca de la patria definitiva (1P 1,7; Heb 11,13-16; 1Co 5,8).

Es una siembra, cuya cosecha se realizará en el más allá, de modo que “el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia” (Gl 6,7; 2Co 9,6).

, es en el tiempo que construimos nuestra eternidad.

El tiempo es breve y fugitivo (2Co 7,1), pasa y no regresa, de modo que es necesario aprovechar el hoy de Dios: “mientras dure este hoy” (Heb 3,13). “Si oís hoy su voz” (Heb 3,7). El hombre no sabe cuántos hoy aún tendrá, pues el fin de la vida terrenal no tiene una fecha conocida (1Ts 5,1).

El tiempo cuantitativo exige también un tiempo cualitativo, exige cualidades correspondientes, el cristiano debe crecer no sólo en número de años pasajeros, sino también en méritos y valores definitivos.

El pasado no nos pertenece ya, el futuro no está al alcance de nuestras manos, sólo el presente es nuestro, está a nuestra disposición.

El tiempo es como una antesala de vida plena, de tal manera que en la tierra alistamos nuestro vestido nupcial para la cena de la vida eterna (cf. Ap 21,2). Es una preparación sudada, trabajosa, atribulada, pues nada grande se hace sin fatiga.

Pero nos recuerda el apóstol: “la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna” (2Co 4,17).

El tiempo nos recuerda que estamos en el exilio, que debe despertar en el cristiano el anhelo de la mansión definitiva, pues vivimos de la fe, y no de la visión cara a cara de la belleza infinita (2Co 5, 7).

La paciencia de Dios nos concede tiempo para una conversión cada vez más perfecta (Rm 2,4; 2P3,9). Dios conoce nuestra fragilidad humana y diariamente nos renueva su gracia y misericordia, para que hoy podamos vivir mucho mejor que ayer.

Estas ideas vuelven a la mente de los cristianos especialmente al inicio de un nuevo año. El apóstol escribe: “os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2Co 6,1).

Un año nuevo es un tiempo nuevo, en la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, como se decía antiguamente. El cristiano debe saber aprovechar, cada vez más concientemente, el llamado de Dios, recordando que el Señor no quiere corazones tristes y confusos.

El final y el comienzo del año recuerdan siempre el pasar del tiempo. Según el Apocalipsis 10 capítulo 6, un ángel anunciará que “¡ya no habrá dilación!”. Este texto traerá alegría a quien, luchando sin cesar, llene santamente sus días. Pero despertará con susto y sinsabor a quien fuera tomado por sorpresa y desprovisto.

Muchas veces sólo apreciamos los valores que tenemos una vez que desaparecen, y tomamos conciencia de haber lidiado con grandes bienes sin darnos cuenta de ello. Así también es el tiempo; puede parecer insignificante pero, una vez perdido, aparece con todo su valor.

El comienzo del nuevo año sugiere una reflexión sobre estos hechos, para que no se repitan. El tiempo vale en el plan de la fe; sí, el tiempo es rescatado por la sangre de Cristo: “En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé” (2Co 6,2).

¿Por qué es esto tan importante? Porque en las 24 horas de cada día se inicia el Reino de Dios. El tiempo del cristiano se enriquece por la presencia del Eterno dentro de la fragilidad del mundo. “Porque la apariencia de este mundo pasa” (1Co 7,31).

Estas verdades se vuelven aún más significativas al comenzar el nuevo año. Con más razón, resuena más vivamente la advertencia del apóstol: “la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe” (Rm 13, 11).

Y continúa el apóstol: “La noche está avanzada. El día se avecina” (Rm 13, 12); en realidad, para quien sufre de insomnio, la noche es mucho más difícil cuanto más avanzada: pero este sufrimiento especial es garantía de que acabará pronto.

Así es la vida del cristiano: pasada la penumbra o incluso la noche de fe, cuanto más años más dolorosa es, pero también más penetrada por los rayos del día que va despuntando y gradualmente disipará las tinieblas.

Por lo tanto, es importante para cualquier discípulo de Cristo tomar en serio la exhortación del Señor: “estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 40).

Cualquier momento puede ser el último y debe ser intensamente vivido en la presencia del Eterno.

Que el nuevo año signifique para todos los lectores una aproximación aún más consciente a la luz del día sin ocaso.

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