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¿Conoces el camino específico que Dios suele usar para llegar a ti?

Son Of God – es

Son of God - Movie

Carlos Padilla Esteban - publicado el 07/01/16

¿La música, la belleza, alguien que quiero, las lecturas, el dolor, las alegrías, la misericordia que siento ante el que sufre, la soledad, la diversión....?

Dios a veces permanece en silencio. ¡Cuántas veces hemos vivido cada uno en nuestra vida el silencio de Dios! En nuestra historia Dios guarda silencio.

Su corazón late con el nuestro. Mira con sus ojos nuestra vida. Nos espera. Pero es verdad que tantas veces no oímos su voz. No entendemos sus palabras.

Me gusta estar en silencio con algunas personas especiales. Personas que quiero y que me quieren, y con las que no hay que decir nada. Sólo estar. Mirar. Es la mayor complicidad. Descansar juntos. Mirar el mar sin decir nada. Compartir el cansancio de un día, callados.

A veces alguien muy querido está triste y yo no sé qué decir, porque soy torpe, pero estoy ahí. Cerca. Callado. El abrazo mejor es sin palabras.

La alegría desbordante también a veces nos deja callados porque no hay ninguna palara que exprese lo que sentimos. La ternura es callada a veces. Contemplar a alguien que queremos sin decir nada. Da paz hacerlo y te une a esa persona con lazos invisibles.

Pienso en el silencio de Dios. ¡Cuántas veces lo he sentido! Lo conozco muy bien. Creo que a veces ha coincidido con momentos de mucho ruido, de ir de un lado al otro, de mucha dispersión.

No le dejo hablar. No le dejo espacio. Y de repente, me paro, ¿por qué no me hablas, Señor? Pero es que no le he dejado. No le he dejado que me acompañe en el camino y directamente le pido la solución. ¡Qué paciencia tiene!

Después de una pregunta huyo a otra parte, sin esperar respuesta, sin esperar siquiera el eco en Dios de mi pregunta.

Otras veces el silencio de Dios es ese que dura mucho, ante una encrucijada de la vida. No sabemos qué hacer. No sabemos qué opción es la que Dios quiere.

Siempre recuerdo esa pregunta, tan humana, que san Felipe Neri le hace a Jesús en un momento en la película Prefiero el paraíso. Delante del crucifijo pregunta: “Señor, ¿qué quieres de mí?”.

Me conmovió verlo mirando la cruz. Escuchando el silencio de Dios. Siempre había pensado irse de misionero, pero no salía, no se abrían puertas, y los niños más pobres lo necesitaban. Quizás Dios le pedía otra cosa. “¿Qué quieres de mí, Señor? Habla más alto”.

Ese momento de encrucijada en que Dios calla es uno de los momentos más importantes de nuestra vida. Escuchamos nuestro corazón.

Y tanteamos a Dios que parece que no habla pero está a mi lado en silencio, abrazándome, confiando, sin forzar. Respetando mi tiempo, mi momento de libertad, mi búsqueda que me hace más compresivo, frágil, vulnerable.

Le agradezco a Dios su silencio sonoro de alguna época de mi vida cuando me equivoqué porque no lo sabía todo. Cuando llegó su palabra después del silencio, mi alma estaba abierta. Agradecí esa luz.

Pienso que el silencio de Dios es sonoro. Porque suena en el silencio y en la oscuridad. No es vacío. Es espera. Son pasos en la oscuridad. Es caminar a su lado. Él siempre a mi lado.

Hay otros silencios en los que preguntamos porque no comprendemos. El porqué del dolor. El porqué de mi cruz y de la de los que amo. Esa pregunta tan humana que brota de la incomprensión.

Es Dios el que en silencio, con un silencio sagrado, está a mi lado sosteniéndome en el dolor, sufriendo conmigo. Calmando mi corazón, abriéndolo para que el dolor no lo haga duro. Diciéndome que me quiere más que nunca. Y me manda ángeles humanos que me confortan. O me hace ángel para otros.

Muchos silencios de Dios, es verdad, son silencios míos. Cuando me distancio. No le hablo. No cuento con Él. Cierro esa vía personal de diálogo con Dios.

Dios suele usar siempre el mismo camino para llegar a mí y hablarme al corazón. A través de la música, o de la belleza, o de alguien que quiero, o de las lecturas, del dolor, de las alegrías, de la misericordia que siento ante el que sufre. De la soledad, de la diversión.

Cada uno tiene su lenguaje con Dios. Y a veces callo yo. Dios me habla, y yo no estoy con Él. He cerrado ese pasadizo secreto entre los dos. ¿Lo conozco? ¿Sé cuál es esa llave?

La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Dios entre nosotros. Navidad es un Dios que habla en nosotros. Se acabó el silencio, pasó la noche.

La palabra que Dios pronunció sobre el hombre en ese primer adviento resuena hoy: “Estoy contigo, dentro de ti, vengo a caminar contigo, a acampar junto a ti, te quiero con locura”.

Dios rompió el silencio preguntando a María, pidiendo permiso, tocando la puerta de María con infinito respeto. Por una sola palabra, por un sí, Dios acampó entre nosotros. Y la palabra se hizo carne para siempre.

Es decir, se hizo como yo. Humano, vulnerable. Con mi miedo y mis sueños, mis incertidumbres y mis preguntas. Mis luces y mis pérdidas, mis fracasos y mis conquistas. Mis nostalgias, mis tristezas, mis alegrías, mis renuncias, mis decisiones, mi vocación.

Me encanta la palabra “carne” que habla de una verdad honda. No es “como si fuera hombre”.

Jesús no vino a decirnos cosas elevado sobre la realidad pasando intocable por la vida. Vino a acampar. A quedarse. A vivir a fondo el ser hombre. A tocar mi vida. A pisar con sus pies mi tierra, hollando mi mismo camino.

Gastó sus manos curando, amando, consolando, abrazando. Lloró lágrimas de alegría y de tristeza, de angustia y de emoción. Como yo. Se rió con la vida más humana, con la alegría de compartir con sus amigos el camino. Navegó con ellos, era hombre. Y su carne le dolió en la cruz, ante el pecado, ante la enfermedad.

Miro a Jesús. Se despojó de todo. Pobre, pequeño, vulnerable, necesitado. Siendo Dios lo dejó todo. ¡Qué grande es su pequeñez!

Yo no conozco a Dios. Tengo mi idea de Él. De su forma de premiarme y castigarme, de sus normas. Pienso que se decepciona por mis fracasos. Y es que no lo he visto. No lo he conocido.

Porque si miro de verdad a Jesús, si me dejo asombrar por ese misterio de que Dios se hizo hombre y me alegro ante un Dios que se fija en mí, un Dios que no mide mis éxitos, sólo me ama y quiere que descanse en Él… entonces, de eso estoy seguro, ya nunca más voy a estar solo.

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