Tomado del clásico “Los grandes cementerios bajo la luna”, de Georges Bernanos¡Cuántos predicadores charlatanes, cuántos repetidores de la nada!
Imaginemos que, por un absurdo, en el día de la fiesta de santa Teresa de Lisieux, uno de estos charlatanes insoportables dejara subir al púlpito en su lugar a un no creyente, de inteligencia media. ¿Qué les diría?
Devotos y devotas, yo no comparto vuestra fe, pero la historia de la Iglesia, de vuestra Iglesia, quizás me sea más familiar a mi que a vosotros. Yo la he leído, pero me parece que no hay muchos parroquianos que puedan decir lo mismo. ¿Me equivoco? ¡Que levanten la mano los interesados! Fieles, es hermoso que alabéis a vuestros santos. Es justo que os alegréis por ellos.
¡Pero perdonadme! No puedo creer que hayan sufrido y combatido tanto solo para permitir que hagáis bonitas fiestas. Y fiestas, por otro lado, que son sólo para vosotros, pues miles de pobres diablos nunca han oído hablar de estos héroes. ¡Y quien no conoce a los santos, permitidme, no puede contar con vosotros!
Nosotros, los no creyentes, no conocemos a los santos, pero perdonadme, ¡me parece que vosotros tampoco los conocéis seriamente. ¿Quién de vosotros sería capaz de escribir veinte líneas sobre su Santo protector?
Pero perdonadme, ¿qué clase de fe es esta? Estos mediocres para nosotros son infelices porque son hipócritas. Y esto nos causa mucha tristeza. Hay una gran diferencia entre nosotros y vosotros: vosotros no os interesáis por los no creyentes, pero los no creyentes se interesan mucho por vosotros.
Si, nosotros nos interesamos por vosotros, ¡pero nos defraudáis!
Os estudiamos, os escrutamos, ¿y qué descubrimos? Muchos entre vosotros actúan por interés; otros viven una fe que no cambia nada en sus vidas. No hay nada más grotesco que veros hablar, como todos, de las preocupaciones de este mundo. Y vuestra moral, en el fondo, no se diferencia mucho de la moral corriente.
Qué mediocridad. ¿Dónde está el heroísmo?
Léon Bloy afirmaba justamente que un cristiano, si no es un héroe, no es más que un puerco.
Devotos y devotas, debo confesaros que vuestro vocabulario nos hace soñar. Por ejemplo, ese término misterioso: estado de gracia.
Cuando salís del confesionario estáis en “estado de gracia”. Estado de gracia. ¿Qué os voy a decir? No se ve en absoluto. Seguimos preguntándoos: “¿pero qué hacéis con la gracia de Dios?” ¿Pero dónde diablos escondéis vuestra alegría?
Sí, es verdad, nosotros, como los hombres del Antiguo Testamento, tenemos nuestro becerro de oro, soñamos con un Mesías carnal que se llama Progreso, Ciencia. Podéis decir lo que queráis, pero no podéis afirmar que hayamos sido nosotros los que hemos crucificado al Salvador.
¿Cómo es que no os sorprende que el Buen Dios reservara sus más duras maldiciones a personajes importantes, irreprensibles en sus deberes, atentísimos observantes del ayuno y bien instruidos en la religión? ¿Esta enormidad no os sorprende?
Vosotros sois la sal de la tierra. Y entonces, si el mundo pierde sabor, ¿con quién queréis que me enfade? Es realmente inútil que os vanagloriéis de los méritos de vuestros santos, pues vosotros no sois sino los administradores de estos bienes.
Cristianos, sois vosotros a los que la liturgia de la Misa declara partícipes de la divinidad, sois vosotros, hombres divinos: después de la Ascensión de Cristo, sois aquí abajo su persona visible. Tened la decencia de admitir que no se os reconoce siempre a primera vista.
Seguramente encontráis mis observaciones fuera de lugar. Puede ser, pero tienen al menos el mérito de ser sencillas. Ciertamente a nuestra amiga Teresa no le molestarán.
La única decisión que os queda por tomar es la que os propone la santa: voved a ser niños, ¡volved a encontrar el espíritu de la infancia!
La sociedad en la que vivís parece más compleja que las demás porque consigue complicar los problemas, o al menos los presenta de cien maneras distintas, lo que le permite inventar cada vez soluciones provisionales que, naturalmente, son presentadas como definitivas. ¡Cuántos esfuerzos para llegar a una sociedad que se pretende materialista y que ya no es capaz ni de producir ni de vender!
Cristianos que me escucháis, ¡aquí está el peligro!
Vosotros tenéis que reconstruir. Y tenéis que reconstruir todo ante los niños. Volved por tanto a ser niños. Ellos han encontrado la manera de armarse, y vosotros desarmaréis su ironía sólo a fuerza de sencillez, de lealtad, de audacia. Los desarmaréis sólo a fuerza de heroísmo.
Hablando así creo no traicionar el pensamiento de santa Teresa de Lisieux. Me limito a interpretarlo. Ella predicó el espíritu de la infancia.
Los santos se dirigen a vosotros, os han indicado un camino.
¿Pero cuántos lo siguen?
El mensaje de santa Teresa revela un carácter trágicamente urgente. Se os ofrece una última posibilidad: “¿Sois capaces de rejuvenecer al mundo, sí o no? ¡El Evangelio es siempre joven, sois vosotros los que sois viejos!”
Vosotros no vivis vuestra fe, y por eso se ha vuelto abstracta, está como desencarnada. Quizás es en esta desencarnación del Verbo donde se encuentra la fuente de nuestras desgracias.
Muchos entre vosotros se sirven de las verdades del Evangelio como de un tema inicial, del que toman una especie de orquestación inspirada por la lógica de este mundo. En la pretensión de justificar las verdades evangélicas ante los políticos, ¿no os da temor hacerlas inaccesibles a los sencillos?
Juana de Arco no era más que una santa, y sin embargo se metió en el bolsillo a los doctores de la Universidad de París.
¿Y si dejáis la palabra al Niño Jesús?
Cuando los poderosos de este mundo os plantean preguntas insidiosas sobre un montón de problemas complicadísimos: la guerra, el respeto de los tratados, la organización capitalista, etc. etc. No os avergoncéis de confesar que sois demasiado estúpidos para responder, y que el Evangelio responderá por vosotros. Así quizás la Palabra divina realizará el milagro de reunir a todos los hombres de buena voluntad.
Cierto, es paradójico que nosotros esperemos en el milagro. Pero, perdonad, ¿no es aún más paradójico que lo esperemos de vosotros?
Devotos y devotas, lamento no poder bendeciros, al ser no creyente. Pero tengo con todo el honor de saludaros. No pretendo interpretar el Evangelio, pero os suplico a vosotros, cristianos, que lo viváis plenamente, según vuestra fe y la fe de vuestra Iglesia. ¡Sí, os lo pido, vivid el Evangelio!
[George Bernanos, Sermón del agnóstico, tomado y adaptado de “Los grandes cementerios bajo la luna”]