Roza con los dedos lo trascendental
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NO RECOMENDADA PARA MENORES DE 7 AÑOS – Algunos contenidos podrían herir la sensibilidad de niños pequeños
Hace tiempo que Robert Zemeckis dejó de hacer películas divertidas. El legendario director de la trilogía de Regreso al futuro (Back to the Future, 1985), pero también de títulos tan entretenidos como Quien engañó a Roger Rabbit (Who Framed Roger Rabbit, 1988) o La muerte os sienta tan bien (Death Becomes Her, 1992) tuvo la mala fortuna de ganar un Oscar al mejor director por Forrest Gump (1994). Y digo “mala fortuna” porque a partir de ahí los que disfrutábamos como niños con sus películas se nos acabó el chollo. El director invirtió casi una década en hacer tres películas de animación por ordenador que ponían a prueba los límites tecnológicos pero que olvidaban lo básico sobre cómo contar una historia. Polar Express (2004), Beowulf (2007) y Cuento de Navidad (2009) supusieron un esfuerzo demasiado grande para la escasa repercusión que tuvieron.
Fuera de esto y con la única excepción de la entretenida Lo que la verdad esconde (What Lies Beneath, 2000) a Zemeckis le pasó lo que a muchos que ganan un Oscar, se dedicó a hacer películas serias. Desde entonces Contact (1997), Naúfrago (Cast Away, 2000) o El vuelo (2012) han hecho del antaño delirante Zemeckis un tipo formal que se empeña en hablar de cosas serias aunque a veces no le salgan del todo bien. Contact apuntaba demasiado alto, Naufrago estaba en el límite y El vuelo, al fin y al cabo, era más de lo mismo.
Tal vez por esto The Walk (2015) sea una película que funciona moderadamente bien. El film nos cuenta la historia real de Philippe Petit (Joseph Gordon-Levit), un funambulista francés que en 1974 cruzó sobre un cable el espacio que separaba las Torres Gemelas de Nueva York. Tan arriesgada acrobacia, puesta así, tal cual, sobre el papel, para hacer una película, es una apuesta complicada. Que un tipo cruce entre dos edificios sobre un cable puede resultar espectacular pero es algo muy difícil de trasladar a un clímax con un mínimo de suspense que se mantenga durante más de dos horas. Por esta razón Zemeckis, que también firma el guion, construye The Walk como si de una película de atracos se tratase. Es decir, buena parte de la emoción y el suspense de la película radica en como Petit y su reducido grupo de compinches se saltaron la Ley para colocar un cable entre los dos edificio del World Trade Center algo que, dicho sea de paso, no es tan simple como uno pueda imaginar.
De este modo The Walk se centra en el proceso que llevará a Petit a colgarse de un cable a 417 metros de altura entre unas Torres Gemelas que aún se estaban construyendo al tiempo que descuida los aspectos más íntimos del personaje. El insípido romance que vive el personaje y su relación con su maestro y mentor, Papa Rudy (Ben Kingsley), están reducidos al mínimo de forma que le restan humanidad y credibilidad al personaje. Por esta razón la obsesión de Petit por cruzar las Torres Gemelas sobre un cable parece un pelín impostada, como si fuera de cartón piedra y ni el mismo actor que lo interpreta (muy bien por cierto) se lo terminara de creer.
Donde mejor funciona The Walk es precisamente allí sobre lo que menos explicaciones ofrece pero también a lo que más tiempo le dedica. La pasión que Petit sentía por el funambulismo. Petit lo dice al principio de la película, “nunca pronuncio la palabra muerte” porque para él situarse al filo del abismo era sinónimo de vida, de experiencia vital. Para Petit arriesgar su vida de esa forma era su manera de sentirse vivo y casi tocar lo trascendental. Cuando el acróbata está en mitad del cable entre las Torres Gemelas, se acuesta, mira al cielo y extiende su mano tratando de tocarlo. Es un gesto casi divino de tocar aquello que no se puede palpar y en el fondo también una forma de acercarse a aquello en lo que creemos pero no podemos explicar.
Es en este momento también donde Zemeckis pone toda la carne en el asador y The Walk se convierte en un templado espectáculo visual de primera magnitud no apto para aquellos que sufran mal de alturas. Nunca una película nos había hecho sentir vértigo como la película de Zemeckis. Uno puede sentir la angustiosa sensación de estar al borde del abismo cuando contempla a Petit pasearse sobre el vacío con una cámara que lo sigue sin perderse detalle.
De este modo, The Walk se convierte en un experimento como mínimo pintoresco. Zemeckis lleva al límite la física tradicional (la ley de la gravedad) para rozar con los dedos lo trascendental en una película que al final sirve también como sentido homenaje al desparecido World Trade Center.