Tres años después de haberla terminado, el director y guionista italiano Federico Bruno (Cruzando la línea, 2007) estrena en España su película Pasolini, la verdad oculta, un turbio drama biográfico sobre el pensador italiano -del que se conmemora este año el 40 aniversario de su muerte-, cuya imagen dista bastante del trabajo que el año pasado ofreció el neyorkino Abel Ferrara, con Willem Dafoe a la cabeza, sobre el personaje, tanto en la forma como en el fondo.
La película de Bruno -que apenas ha disfrutado de distribución comercial alguna- reconstruye la teoría del complot político para explicar el asesinato del cineasta, poeta e intelectual italiano y presenta el retrato humano y profundo del pensador comprometido, de reconocimiento internacional, que ponía en tela de juicio a la clase política italiana desde su columna de opinión en el Corriere della Sera.
Pasolini, comunista convencido, públicamente homosexual, siempre resultaba polémico, incluso para quienes en principio eran sus correligionarios, fue asesinado en la noche de 1 al 2 de noviembre de 1975, en circunstancias aún no resueltas, cuando estaba a punto de publicar su novela Petróleo donde investigaba crímenes que señalaban al Estado. La novela vio la luz en 1992, con un capítulo perdido, en el que probablemente acusaría con datos concretos sobre estos crímenes. Y es que todo lo que gira en torno a Pasolini está recubierto con un halo de misterio, de humo y por supuesto, en blanco y negro.
Protagonizado por Alberto Testone, un debutante con un asombroso parecido físico con Pasolini, el filme -que recrea el último año de su vida- está muy bien documentado, donde Bruno mezcla imágenes reales con otras de ficción- incide en que la versión inicial sobre la muerte apuntó como culpable a Pino Pelosi, un joven de 17 años con quien supuestamente se había citado en una playa de Ostia, a las afueras de Roma, para mantener relaciones sexuales.
La película desmiente que la relación con Pelosi fuera de una sola noche y plantea que el motivo de aquella excursión nocturna fue recuperar unas bobinas de Saló o los 120 días de Sodoma (1976) que le habían robado. Además, en el drama se aprecian otros asuntos cotidianos: el desarrollo de sus proyectos, sus entrevistas, su trabajo diario, sus encuentros con amigos, etc.
Federico Bruno, en cualquier caso, suaviza las facetas más oscuras del autor de Teorema (1967) y desarrolla su particular tesis en la que deja entrever que Partido de la Democracia Cristiana y el Vaticano planearan más o menos su asesinato, lo cual resulta bastante aventurado.
Eso sí, la cinta está muy cuidada, sobre todo su puesta en escena, y su planificación para conseguir excelentes momentos de gran expresividad demuestra que estamos ante un gran narrador de imágenes, aunque su punto de vista sobre este filme resulte turbio y muy subjetivo, además de no aportar demasiado al tema por la proximidad temporal del trabajo de Ferrara.