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La oración del que sueña con mirar de otra forma

Mirada viva de niño

© Nicolas Fuentes / Flickr / CC

Niño

Carlos Padilla Esteban - publicado el 18/12/15

"Ayúdame a mirar, a escuchar, a callar, a hablar, a defender la verdad, a descansar en el Padre..."

¿A qué cosas doy más importancia en la vida? ¿Qué me quita la paz? ¿Qué cosas me alegran? A veces me ahogo en un vaso de agua. Otras disfruto o me turbo por motivos muy pequeños. Hay cosas superficiales que me llenan de alegría. Otras más importantes a las que no les presto atención.

Puede llegar a parecerme la vida agotadora y la vivo quejándome de mi cansancio. Como si la vida de los demás fuera más sencilla. ¿Dónde están las causas de mi alegría, de mi descanso, de mi esperanza? ¿Qué cosas llenan mi corazón, qué otras cosas me dejan vacío?

Muchas veces me pregunto por qué sufro sin motivo por pequeñas pérdidas, cuando Dios me regala tantas cosas que no parezco valorar. Me obsesiono queriendo manejar mi vida para que todo encaje. Persigo quimeras en el aire que se escapan como castillos de naipes. Como si quisiera atrapar mil pájaros en su vuelo. Como si de mis cálculos dependiera todo lo que sueño para ser feliz.

A veces pienso que valoro a las personas por lo que logran, por sus méritos, por lo que hacen. Por sus victorias y sus derrotas. Me fijo en las apariencias. Como si no me importara el fondo.

Pero luego me doy cuenta de que no es cierto. De verdad admiro a los demás más por lo que son que por lo que han logrado. Más por su verdad que por su apariencia. Por lo que veo, por lo que me muestran al abrir su alma.

El otro día escuchaba a Victor Küppers: No eres una persona grandísima por el tiempo que llevas trabajando o por los títulos que tienes. Eres una persona grandísima por tu forma de ser. Nadie te aprecia por los años que llevas trabajando, o por tus habilidades. A ti te aprecian por tu forma de ser. Nadie elige a sus amigos por su currículum. Nuestros hijos nos definen por nuestra forma de ser. Cuando uno está desanimado, pierde lo más valioso que tiene, su forma de ser”.

No somos grandes por nuestro currículum, por los méritos acumulados a lo largo del tiempo, por los éxitos. No nos definen nuestras grandes obras. Soy grande, inmenso, el mejor, a los ojos de Dios por como soy. Dios me ve en mi verdad y sonríe. Me conmueve su mirada. Ojalá yo mirara así.

Una persona rezaba: “Señor Jesús, ¡ayúdame a ser como Tú! A mirar, a escuchar, a callar, a hablar, a defender la verdad, a descansar en el Padre. Ayúdame a transparentar tu amor, tu misericordia a aquellos que me rodean. Padre bueno, te entrego mi débil corazón y mi angustia y tristeza. Mi mediocridad y falta de confianza. Mi cerrazón en mi verdad y mi falta de luz para tomar decisiones y mi miedo a equivocarme”.

Es la oración del que sueña con mirar de otra forma, con amar desde lo más hondo. Es la oración del que sabe cómo ama Dios y sueña con amar de la misma manera.

Por eso no quiero olvidar nunca ese amor incondicional de Dios, esa misericordia que se hace carne en Navidad, esa mano que me acoge y bendice y me acepta en mi realidad.

No quiero olvidar que no valgo más cuando logro más cosas que cuando fracaso en muchas y caigo abatido y despojado de mi fama. Y no soy mejor persona cuando me reconocen que cuando me ignoran. No soy más torpe cuando tropiezo, que cuando alcanzo la meta. Ni más sabio cuando más títulos tengo.

Lo que de verdad importa es la verdad que traslucen mi mirada, mis gestos y mis palabras. Es mi verdad la que es amada por Dios, por los hombres.

El amor verdadero se hunde en el pozo de mi alma. Escarba en la tierra buscando el más escondido tesoro. No se contenta con falsas apariencias, no se alimenta de presunciones. No se queda en la fachada con la que oculto lo que escondo.

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