¿Por qué no intentamos en el Año de la Misericordia a cortarlo de tajo? El sarcasmo es el lenguaje del diablo: por eso desde hace mucho tiempo he renunciado a él. Thomas Carlyle
El Año Jubilar de la Misericordia es el momento perfecto para enfrentar este argumento.
Sarcasmo viene de la palabra griega sarkazein, que significa “quitar la carne”. Es un velociraptor verbal, capaz de arrancar la carne del hueso con más precisión que cualquier otro diente o garra. Separa, pero no de la manera que lo hace la Escritura. La palabra de Dios es “más cortante que espada alguna de dos filos” (Heb 4,12), separando la verdad de la mentira. El sarcasmo, sin embargo, separa la verdad de la verdad, la dignidad del carácter. La palabra de Dios es el Verbo, que vino a traernos la vida, para mostrarnos la misericordia de Dios. El sarcasmo es despiadado, y por lo tanto entiendo la decisión de Carlyle. Satanás ama el sarcasmo, porque deja heridas que son difíciles de sanar.
Las obras espirituales de misericordia son actos de caridad con quien enseñamos, aconsejamos, consolamos y animamos. Estamos llamados a soportar con paciencia las injusticia y a perdonar la ofensas. Muy a menudo en las redes sociales, y en los blogs católicos, presenciamos el sarcasmo enmascarado de corrección fraterna, insultos camuflados de enseñanza. Se ofende pero se perdona raramente. Si la misericordia es un fruto de la caridad (CCC 1829), entonces es necesario renunciar al sarcasmo. Ese momento efímero de satisfacción complacida tras una réplica irritada no vale la animosidad prolongada, el daño a la dignidad y la pérdida de fe y confianza. Lo he vivido. Lo he provocado.
La misericordia es un acto con que la cosas son puestas en su lugar. El inicio del Año de la Misericordia es para mí un momento para arreglar las cosas. Santiago no escatimaba en palabras cuando escribió: “ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debe ser así” (Stg 3,8-10).
El primer paso, entonces, es este: pido perdón a quien ha tenido que aguantar mi sarcasmo, y pido misericordia en el caso de que vuelva a caer en la tentación. Y perdono a quien me ha tratado de la misma manera.
Esta era la parte fácil.
Larry D. Tiene un blog en Acts of the Apostasy