La gracia de Dios ha envuelto a María, haciéndola digna de convertirse en la madre de CristoEl sí de María abre la puerta santa de su corazón a Dios. Comienza así en el seno de María Inmaculada el año de la misericordia. Un año signado por la alegría. Un año de perdón y de gracia. De reconciliación y de paz. Un año de un amor misericordioso que se derrama sobre mi vida.
Decía el Papa Francisco en la bula: “Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido ante la misericordia del Padre que no conoce confines”.
Es la alegría del padre que ve regresar al hijo pródigo a su casa y lo abraza conmovido.
El Papa Francisco abrió la puerta santa en el día de María Inmaculada: “La Virgen María es llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad. La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva”.
El sí de Dios se anticipa y abre la puerta de su corazón a María librándola de todo pecado. Me conmueve esa puerta abierta en el corazón de Dios por la que entra María. Me impresiona esa puerta sagrada del corazón de María por la que entra Dios de rodillas. Esa puerta abierta en el corazón de María por la que pasan también los hombres, humillados, avergonzados, amados.
María me invita a abrir la puerta de mi corazón a la misericordia de Dios. La puerta siempre se abre hacia fuera, no hacia dentro de forma egoísta. La puerta de la misericordia se abre para recibir el amor de Dios en mi miseria. Y se abre para entregar yo amor a tantos. Para entregar alegría y esperanza. Para ser yo portador de misericordia. ¡Hace tanta falta!