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Si están bien pagados… ¿los hombres y las mujeres son domesticables?

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Shutterstock / Sergey Nivens

Ciudad Nueva - publicado el 16/12/15

Dentro del caballo de Troya de los incentivos se esconde una vuelta a la esclavitud

Una característica que marca el comienzo de este tercer milenio es la rápida y enérgica ampliación de la esfera económica. La economía, paso a paso, de sector en sector, está ocupando la política, la sanidad, la educación… y dentro de poco tal vez llegue incluso a ocupar las iglesias. De este modo, los valores y las virtudes de la economía se están convirtiendo, si no en los únicos, sí en los principales valores y virtudes de toda la vida social. La eficiencia, el mérito, la innovación y la lógica del coste-beneficio son ya las únicas palabras “serias” de nuestro mundo.

En el siglo XX era la política la que ofrecía un paradigma de vida buena a todos los demás ámbitos. Los valores y las virtudes de la democracia eran los faros de civilización a los que se solía mirar para gestionar las fábricas y la sociedad civil. La economía era esencialmente un lugar de esfuerzo y explotación de los trabajadores que había que humanizar gracias a la participación, a los sindicatos y a los derechos.

En un par de décadas, la economía y la empresa han pasado de ser imagen de la lucha de clases a ser lugares de excelencia humana. Cualquiera que hoy quiera crear buenas organizaciones, partidos, hospitales o escuelas, se fija en los principios que han guiado a las grandes empresas y trata de importarlos. La familia quizá aún logra salvarse, pero ya empiezan a verse cursos de gestión familiar impartidos por consultoras globales. Por su parte, las universidades (católicas y pontificias) ya hace tiempo que organizan cursos de gestión para párrocos y monjas, impartidos por las multinacionales de la consultoría.

Detrás de esta migración de los valores económicos se esconden algunos retos muy delicados y peligrosos. Pensemos en la ideología de los incentivos. Nos estamos convenciendo, sin oponer resistencia, de que los seres humanos son capaces de darlo todo si son adecuadamente pagados y controlados. Si el departamento de personal es bastante bueno y cuenta con consultores suficientemente preparados, puede diseñar contratos e incentivos perfectos, capaces de obtener de las personas todo lo que la empresa necesita. Si están bien pagados y bien controlados, los hombres y ahora también las mujeres son perfectamente domesticables. Esta idea no es nueva (tiene por lo menos un siglo), pero cuando había ideales sociales vivos y activos, se la combatía con fuerza y no se la dejaba salir del ámbito puro y duro de los negocios (altas finanzas y grandes multinacionales…).

En esta edad nuestra de crepúsculo de los dioses y los ideales, la ideología del incentivo ha encontrado las puertas abiertas y está llenando nuestro vacío de pensamiento. El truco que hace que esta ideología neo-directiva sea tan simpática y caiga tan bien, es que se presenta disfrazada de libertad y positividad: el incentivo es un contrato que se firma libremente, se dice. En realidad, si se mira bien, detrás de esta ideología hay una visión muy pesimista del individuo, según la cual un hombre es incapaz de bien si no se le guía desde fuera, con la zanahoria y el palo.

La invasión de la lógica económica está produciendo grandes cambios culturales, casi todos venenosos. Pensemos en los vientres de alquiler o en el mercado de órganos. Si la lógica de los incentivos y la racionalidad económica se convierten en los únicos valores buenos de la vida social, ¿por qué hemos de criticar a los que venden (y a los que compran) un riñón, o a los que compran (y venden) su cuerpo para “producir” un niño “propiedad” de otros? Es el bonito mercado.

Es libertad, consenso, provecho recíproco. Pero por desgracia dentro del caballo de Troya de los incentivos se esconde una vuelta a la esclavitud. También en el Génesis encontramos a Agar, que engendra un hijo (Ismael) por cuenta de Sara y Abraham. Pero no olvidemos que Agar era una esclava. La humanidad ha superado la era de la esclavitud y ha sido capaz, con inmenso dolor, de comenzar la era de las mujeres y los hombres libres. No la malvendamos por el “plato de lentejas” de los incentivos. La dignidad humana no está en venta, no todos los bienes son mercancías, no todos los bienes tienen un mercado. Sólo seguiremos siendo humanos mientras nuestros hijos y los de los demás no tengan un precio de mercado. La felicidad que prometen estos “contratos” es falsa. Debemos buscar otra felicidad.

Artículo originalmente publicado por Ciudad Nueva

Tags:
economía
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