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10 Padres de la Iglesia nos hablan de misericordia

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Diego Cervo-Shutterstock

Gelsomino del Guercio - publicado el 11/12/15 - actualizado el 07/01/24

Estas reflexiones nos ayudarán a centrarnos en el amor que Dios nos profesa, y que estos hombres iluminados nos heredaron para enriquecernos espiritualmente

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En el libro La Misericordia en los padres de la Iglesia (ediciones San Paolo), del Consejo Pontificio para la Promoción Nueva Evangelización, encontramos los 10 pensamientos más significativos sobre la misericordia.

1) San Ignacio de Antioquía

En las cartas dirigidas a los cristianos de Filadelfia y de Roma, mientras se está dirigiendo hacia la capital del imperio para dar su supremo testimonio de amor a Cristo, lee su propio martirio como un signo de la misericordia divina.

«Hermanos míos, mi corazón rebosa de amor hacia vosotros; y regocijándome sobremanera velo por vuestra seguridad; con todo, no soy yo, sino Jesucristo; y el llevar sus cadenas aún me produce más temor, por cuanto aún no he sido perfeccionado. Pero vuestras oraciones me harán perfecto [hacia Dios], para alcanzar misericordia» (Carta a los cristianos de Filadelfia 5, 1).

2) San Clemente Romano

Escribiendo en nombre de la Iglesia de la urbe, dirige una invitación a la caridad y a la unidad a los cristianos de Corinto. En la gran oración que coloca al final de su carta, engrandece la bondad misericordiosa de Dios.

«Obedezcamos por tanto a su grandiosa y gloriosa voluntad. Suplicando su misericordia y su bondad, postrémonos y dirijámonos a su piedad, abandonando la vanidad, la discordia y los celos que conducen a la muerte» (Carta a los cristianos de Corinto 9, 1).

3) San Policarpo de Esmirna

Escribiendo a los cristianos de Filipos, les exhorta a huir de los vicios y a vivir la misericordia divina con una vida coherente y en el perdón; las exhortaciones se dirigen especialmente a los presbíteros que guían a la comunidad cristiana.

«Que los presbíteros sean indulgentes y misericordiosos hacia todos, llamen a los extraviados y visiten a todos los enfermos sin descuidar a la viuda, al huérfano y al pobre, y sean solícitos en el bien ante Dios y los hombres» (Carta a los Filipenses 6, 1.2).

4) San Justino

Filósofo palestino y mártir en Roma, es el autor de algunas de las más conocidas apologías de la fe cristiana en el siglo II. En su texto recuerda que la misericordia divina se extiende sobre los justos y sobre los injustos sin distinciones, e invita a rezar sinceramente también por los enemigos.

«Podemos observar que Dios omnipotente es manso y misericordioso, hace resplandecer el sol sobre justos e injustos, y manda la lluvia sobre santos y malvados» (Diálogo con Trifón 96).

5) San Gregorio Nacianceno

Obispo y doctor de la Iglesia, fue maestro también de san Jerónimo. Así es como describe las obras de misericordia en un conocido discurso que trata del amor a los pobres:

«Conquistémonos la bendición… intentemos ser benévolos. Ni siquiera la noche suspenda tus deberes de misericordia. No digas: ‘Volveré atrás y mañana te ayudaré’. Que ningún intervalo se interponga entre tu propósito y la obra de beneficencia. La beneficencia, de hecho, no admite titubeos» (Discurso 14, 38.40).

6) San Cromacio

Obispo de la antigua Aquileia, estuvo activo entre los siglos IV y V. Es autor de un comentario al Evangelio de san Mateo y de numerosas homilías que son un precioso testimonio de la fe y de la vitalidad de la Iglesia que él presidía con doctrina y caridad.

«El Señor de las misericordias dice que los misericordiosos son bienaventurados. Con esto quiere decir que nadie puede obtener misericordia del Señor si a su vez no usa misericordia. En otro lugar se dice: Sed misericordiosos como el Padre que está en los Cielos es misericordioso» (Comentario a Mateo 17,6).

7) San Ambrosio

Obispo de Milán, nos muestra al Padre celeste que en la imagen del padre de la parábola de Lucas corre al encuentro del hijo arrepentido para darle mucho más de lo que, en su arrepentimiento, podría esperar.

«Cristo se te echa al cuello, porque te quiere quitar el peso de la esclavitud del cuello e imponerte un dulce yugo» (Exposición del Evangelio de Lucas 7,229-230).

8) San Juan Crisóstomo

Antioqueno de origen y patriarca de la capital imperial Constantinopla, uno de los grandes testigos del Evangelio hasta el don supremo de su misma vida, nos dejó lecciones de misericordia concreta a través de su generosidad y el empeño constante hacia todas las miserias, espirituales y materiales, de sus fieles.

«Parece a primera vista que la recompensa sea igual al bien que se ha hecho, pero en realidad es infinitamente más grande. Los hombres practican la misericordia como hombres y obtendrán a cambio misericordia del Dios del universo. La misericordia humana y la divina no son iguales: entre ellas hay tanta distancia como entre la maldad y la bondad».(Comentario a Mateo 15,4).

9) San Cirilo

Obispo de Alejandría. Tuvo gran parte en el éxito del concilio de Éfeso del 431; al contrario de tantos teólogos que durante los siglos marginaron progresivamente la misericordia nos permite reflexionar sobre cómo los Padres se daban cuenta claramente del papel central de la misericordia en la revelación divina.

«En estrecha cercanía con las virtudes ya recordadas, está la misericordia. Ella es buenísima, y muy agradable a Dios, y adecuada en sumo grado para las almas pías. Sed misericordiosos, dice, como vuestro Padre que está en los cielos es misericordioso» (Comentario a Lucas. Homilía 29).

10) Isaac de Nínive

Llamado también el Sirio, originario del Golfo Pérsico y después obispo por breve tiempo de Nínive, es muy venerado en todo el Oriente cristiano. Es un autor del final de la era patrística. El texto, muy bello, nos recuerda que la misericordia debe superar la justicia, y que al hombre misericordioso no se le ahorran las tribulaciones para entrar en el reino de Dios, como sucedió al Hijo de Dios y a sus discípulos.

«Pero yo digo que si el misericordioso no supera la justicia no es misericordioso. Es decir, deberá ser misericordioso con los hombres no sólo dando de lo suyo, sino también soportando la injusticia voluntariamente y con alegría» (Discursos ascéticos 4).

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