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¿Dónde y cuándo nuestra relación empezó a ir mal?

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CC FLICKR / HERNAN PINERA

Anonymous - publicado el 04/12/15

¿Cómo mantener sano un matrimonio? Muchos no lo sabemos porque nadie se ha molestado en decírnoslo

La mañana después de la pelea que casi arruina mi matrimonio, retumbaron dos preguntas en mi vacío y solitario corazón: ¿cómo y por qué? ¿Cómo habíamos llegado a este punto y por qué no lo habíamos visto venir?

Las palabras ofensivas que nos lanzamos el uno al otro fueron demasiado afiladas como para venir provocadas por la pasión. No, nuestras dagas verbales tenían el peso y el brillo de armas manipuladas y perfeccionadas durante muchos años por maestros artesanos. Fue como si todos los comentarios pasivo-agresivos, todas las miradas sucias, todos los silencios sepulcrales de casi una década y media juntos hubieran sido tan sólo la base de esas ‘super armas’ finales que estábamos construyendo en nuestras cabezas, esas que desatamos una tras otra en un ataque de furia la noche anterior.

No es que sorprendiera alguno de los insultos individuales que nos habíamos lanzado… sorprendía el retrato global que fotografiamos con ellos. Cada uno de nosotros captamos la imagen del otro como la del enemigo, el maligno; no como la de nuestro amado, “nuestra media naranja” o incluso la de un hijo de Dios.

Si nos hubieran preguntado a cualquiera de nosotros el día anterior, hubiéramos dicho: “¡Claro que nos amamos el uno al otro!” Pero en aquellos terribles minutos de ira, frustración y resentimiento fuera de control, era bastante obvio que también nos odiábamos.

Durante los seis meses de terapia que tuvimos después de aquella horrible noche, hemos dado algunos pasos difíciles hacia la dirección correcta, hacia las promesas que nos hicimos delante de Dios y de todo el mundo cuando dijimos “sí, quiero”. Pero la terapia de pareja solo nos ayuda a identificar malos patrones de comportamiento y a tratar de reemplazarlos por otros nuevos. Con ello no se responde a las preguntas que me hice a la mañana siguiente: ¿cómo y por qué han llegado a empeorar tanto las cosas desde el principio?

Si miro nuestro matrimonio y el de muchos de nuestros conocidos – un buen número de ellos no han sobrevivido –, creo que existen tres razones principales por las que las parejas no se dan cuenta de que su relación está gravemente enferma hasta que necesitan terapia intensiva y tienen que decidir si tirar o no la toalla. Sólo la propia pareja puede resolver el problema… el descanso vendrá con el compromiso de los padres, de la Iglesia e incluso de la sociedad si queremos erradicar los cánceres que matan nuestros matrimonios.

El primer gran obstáculo para un matrimonio saludable es la falta de ejemplo.

Pensemos en una pareja que estando juntos lo tienen todo y veremos que detrás hay dos parejas de padres —los del marido y los de la mujer— con una muy buena relación entre ellos también. Cuando uno crece en un hogar con dos padres que se aman y se tratan con auténtico respeto, eso se convierte en algo normal y probablemente no te conformarás con algo menos.

Es más, si alguien no te trata bien, no sólo vas a notar que hay un problema, sino que podrás identificarlo, enunciar lo que te molesta y abordarlo con firmeza porque ya has visto estas herramientas a lo largo de tu vida.

Por desgracia, muchos de nosotros no hemos crecido así, lo que nos deja en clara desventaja. Tal vez hayas crecido en una casa donde el discurso irrespetuoso era la pauta y no te molesta escucharlo o utilizarlo con tu cónyuge. O tal vez no te guste la forma en que tu cónyuge te habla, precisamente porque te recuerda a tu infancia, pero, incluso ahora, no encuentras las palabras para expresar por qué te molesta tanto ya que te han enseñado a reprimir esos sentimientos cuando eras pequeño.

Hay diversas razones que empiezan cuando eres el hijo de un matrimonio poco saludable y que pueden constituir el fracaso de tus propias relaciones. Además, como esta enfermedad emocional se transmite de generación en generación y se contagia a la familia a través del matrimonio, se extiende como un virus hasta que uno se queda como la civilización actual, en la que casi todos están infectados.

Eso nos lleva a la segunda cuestión importante de los matrimonios con problemas: el fracaso de la Iglesia como parte de la sanación de los novios antes de casarse y contagiar a sus hijos.

La triste realidad es que la preparación del matrimonio es un hazmerreír en gran parte de la Iglesia de occidente, una experiencia torpe y superficial en la que el clero se compromete a firmar el matrimonio, mientras que las parejas acceden a fingir que escuchan al tiempo que se les dice lo que la Iglesia desaprueba en cuanto a la convivencia y la anticoncepción. (Dato real: si escribes en inglés las palabras “pre Cana is”, cursillos matrimoniales, en Google, la primera sugerencia por ranking de popularidad, es bullshit, “chorrada” en español. Nos guste o no, esto no habla bien de su reputación).

Desde que me convertí al catolicismo después de haber estado varios años casado, no puedo hablar personalmente de la eficacia de la preparación para el matrimonio católico. Sin embargo y después de haber explorado las experiencias de otros, al igual que escribí este artículo, parece que a menudo siguen alguno de los criterios característicos.

El más común es el de “Que Dios les bendiga, al menos lo intentaron”, en el que algunos voluntarios laicos con pocos recursos y muy poca formación hacen chistes torpes o parodias falsas uno o dos días antes de que hablen con entusiasmo sobre la grandeza de la planificación familiar natural y sobre cómo la utilizan para espaciar a sus 15 hermosos hijos.

Menos común pero mucho más peligroso es el criterio del “pícaro”, en el que los pastores dicen a las parejas en repetidas ocasiones que “La Iglesia dice X, pero en realidad, entiende que tienes que hacer Y”; con “X” se refiere a alguna virtud o enseñanza de la iglesia, casi siempre de naturaleza sexual, y con “Y” a su pecado opuesto.

El tercer criterio más común que vi fue el programa de fin de semana ‘Encuentro de Novios’, que en realidad tiene muy buenas críticas. (Tal vez sea el tema de un próximo artículo, pero para esta ocasión nos hemos centrado en lo que está fallando en los matrimonios católicos, no en las pocas cosas que se están haciendo bien.)

Si bien es admirable que la Iglesia Católica solicite a las parejas que pasen por la preparación del matrimonio antes de su boda, en la práctica no se está cumpliendo de manera ideal. Muchas parejas ven estos programas como una pérdida de tiempo por la que deben pasar para acceder a un deseo material, es decir, a una ceremonia eclesiástica. Mientras tanto, los que asisten a la esperanza de conseguir algo significativo fuera del proceso con frecuencia quedan muy decepcionados.

¿Y qué ocurre con aquellos que esperan recibir ayuda de la Iglesia después de decir “sí, quiero”? La mayoría no tienen suerte. Los sacerdotes no son consejeros matrimoniales y el sacerdocio matrimonial no es realmente importante en la mayoría de las parroquias católicas. Dado que mostrar debilidad en nuestros matrimonios a menudo significa admitir un pecado grave, no es el tipo de cosas que alguien quiere que aparezca en el estudio bíblico semanal, o en realidad, para cualquier persona que no esté protegida por el secreto de confesión o del privilegio médico-paciente. Ya es bastante difícil admitir ese tipo de cosas en la intimidad. No queremos que toda la parroquia lo sepa. Así que sufrimos en silencio, dejando que nuestras heridas supuren hasta provocar infecciones que resultan mortales.

Eso hace que la mayoría de las parejas diagnostiquen y traten cualquier problema matrimonial por su cuenta. Sin buenos ejemplos a seguir y sin instrucciones claras de la Iglesia, esta tarea puede parecer imposible. Sin embargo, se puede lograr si superamos el tercer gran obstáculo para un matrimonio saludable: la falta de comunicación.

Aprender a comunicarse bien es la cosa más importante que cualquier pareja puede hacer para prevenir el odio y el divorcio. En este artículo hablo más acerca de la comunicación —tanto buena como mala— y de su papel en la construcción y destrucción de nuestras relaciones amorosas.

Mientras tanto, oremos por los padres y por la Iglesia de todo el mundo para intensificar su papel en la preparación de la próxima generación de vida familiar.

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