Si mi hondura no es mayor que mi altura, ¿dónde descanso?El otro día me hablaban de la importancia que tiene hoy para los jóvenes el llamado “postureo”. Me gustó la palabra “posturear”, buscar posturas, buscar poses para salir bien en esa foto momentánea que retrata mi presente.
No es algo exclusivo de los jóvenes, todos podemos caer en esa tendencia. Tiene que ver con ese deseo insaciable de contar de mí al mundo entero, de desvelar los árboles de mi bosque, las entrañas de mi jardín y esperar que me digan que muy bien, que les gusta lo que ven.
Que intuyen lo que no ven y también les gusta. Que imaginan lo que soy sin conocerme y me aceptan. Que me han puesto etiquetas para clasificarme. Y han descrito muy bien cuánto valgo.
Por eso vivo a veces volcado sobre ese río que cambia, que no para, no se detiene. Hoy una cosa, mañana otra. Ese río inagotable que me confunde. Donde nada permanece, donde no hay raíces ni estabilidad.
¿No tengo acaso necesidad de permanecer dentro, escondido, guardado, perdido en mí mismo, descansado, oculto, como Jesús que nace en una cueva?
Creo que ser de Dios es conservarme, guardarme, poseerme para poder entregarme desde lo que soy, desde lo que conozco de mí mismo, desde mi verdad.
Mi alma es como ese jardín que no quiere quedar expuesto a los ojos de todos. Ese jardín guardado, sellado, en el que no hay “postureo”. Ese jardín interior que sólo unos pocos intuyen y muchos desconocen.
¿No necesito protegerme un poco de tantas miradas curiosas? ¿No me hace falta, para guardar la paz, evitar que ojos extraños me escudriñen y me aprueben o rechacen?
Quiero un jardín que no busque la exposición. Corro el riesgo, si no lo hago, de secarme por dentro.
Si las ramas no tienen su equivalente en raíces, se secan. Si lo que ven los demás no equivale a lo que no ven, soy una cáscara sin vida. Si mi hondura no es mayor que mi altura, ¿dónde descanso? Si no ocupo por fuera lo mismo que ocupo por dentro, me falta peso.
¡Qué difícil cuidar mi jardín interior, el jardín de mi alma! ¡Qué difícil no caer en la tentación del “postureo”, de estar ahí siempre, en el mundo, visible!
Como si dependiera, para ser feliz, de ese estar presente, activo, escribiendo, apareciendo. Para que me vean y sepan que existo y que estoy vivo. Que tengo vida social, amigos, vacaciones, relaciones. Como si intuyera que si no estoy es como si no existiese.
Pero hoy me detengo y miro ese jardín interior de mi alma. El que bien conozco y sé que sí que existe. Aunque no lo vean muchos. Aunque no haya fotos. Aunque parezca que nadie lo ve.
Existe. Yo lo veo. Me da vida. Tiene hondura, agua, luz. Camino con Dios por sus caminos llenos de hojas. Y con Él a mi lado, acaricio los rayos de la tarde. Con mi alma guardada.