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¿Cómo entender y alcanzar la Misericordia de Dios?

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© pamula 133

Píldoras de fe - publicado el 27/11/15

Dios nos llama incesantemente a la conversión y nos muestra que su Misericordia es un regalo para quienes son misericordiosos

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La realidad de nuestro mundo es muy dura. La palabra Misericordia puede sonarnos muy lejana en la forma en que vivimos hoy en día. En nuestros países latinoamericanos nos acostumbramos a la guerra, los secuestros, la extorsión y la codicia. Miles de violadores y delincuentes están por las calles campantes mientras sus víctimas y familiares tratan de sobrevivir odiando menos y tratando de entender el porqué de sus desgracias. Muchos otros atesoran riquezas pisoteando la dignidad humana y tratando a sus empleados como esclavos.

Vemos familias enteras torturadas y quemadas en Irak por no querer transar con su fe. Gente muriendo en África simplemente por haber nacido en un continente explotable, pero injusto con sus propios hijos. Alrededor del mundo se cometen todo tipo de atropellos contra la vida, los pensadores de este mundo se burlan de Dios. Masificamos el pecado y le aplaudimos en nombre del modernismo mientras excluimos cualquier signo que hable de esa civilización de más de dos mil años llamada Cristiandad.

Dios nos vuelve a llamar una y otra vez, incesantemente, a la conversión, la iniciativa siempre viene de Dios que busca con amor a sus hijos. Se manifiesta a Santa María Alacoque en Francia (1673) y más adelante a Santa Faustina en Polonia (1931), invitándonos a la conversión y a gozar de las gracias ilimitadas del perdón Divino. Por medio de estas hijas suyas, el Señor nos pide tener entrañas de misericordia y nos trae la renovada noticia de su amor que todo lo perdona y lo olvida.

Estos llamados han tenido como respuesta que muchas almas pesadas por el pecado y en las cuales el demonio ya creía cantar victoria, vuelven a los brazos a Dios. Nuevos hijos pródigos se reconcilian con el Señor y experimentan en carne propia cómo es eso de nacer de nuevo. Entienden que fuimos lavados en la sangre y el agua que brotaba de ese costado abierto de nuestro Señor Jesucristo, y que por eso volvimos a su Santa Iglesia.

Sin embargo, algunos líderes religiosos parecen no estar contentos con esa bondad infinita de Dios, actúan como sus detractores y deciden ponerle fecha de caducidad a esa misericordia, aprovechando cada oportunidad de mencionar en sus discursos que «el tiempo de la misericordia ya se está acabando», como si el amor del Señor fuera un tanque de gasolina que se agota a medida que se usa.

¿Cuál es la verdad? ¿Cómo puedo encontrar la misericordia de Dios?

Pero ellos no están en lo cierto. Si de corazón y con actitud humilde, buscamos el perdón de Dios, sin excepción encontraremos a un Dios de brazos abiertos que nos reviste con la capa de su gracia y pone en nuestras manos el anillo que nos identifica como sus hijos. Nos saca del fango, nos acoge, nos alimenta y nos consiente, como si nunca hubiésemos hecho nada malo, como si nuestro pecado contra Él nunca hubiera existido. Ese es el poder de la confesión y la absolución. Ese es el amor que Dios derrama sobre nuestra alma por medio de los Sacramentos.

El voto de confianza que recibimos de Dios, debe estar acompañado de una decisión de volver a la casa del Padre. Recordando que por nuestros propios medios y haciendo las cosas a nuestro antojo, estábamos precipitándonos hacia la condenación eterna. Nos hacíamos acreedores del mismo infierno y solo confiando en Dios y su voluntad podremos iniciar un nuevo camino. Por tanto, es necesario este acto de abandono: ¡Sagrado Corazón de Jesús en Vos Confío! Porque Tú eres un Dios vivo, porque Tú me amas, porque sabes que me conviene y que no, y sabrás conducir mi vida hacia fuentes tranquilas, mientras yo por mis medios caminaba perdido hacia los abismos.

¿Existe algún “pero” para la misericordia de Dios?

Si, existe un pero: ¡De la Misericordia de Dios nadie se burla! Jesús nos lo deja claro en este texto:

«No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 7,21)

No podemos andar por la vida pidiendo perdón y misericordia pero tratando a nuestro prójimo como si fuese un trapo sucio. No caigamos en el error de creer que con simplemente poner la imagen de Jesús de la Misericordia en nuestro hogar o decir «Jesús, en vos confío» alcanzaremos misericordia.

El Señor nos anuncia claramente en las bienaventuranzas cómo alcanzar su misericordia:

«Bienaventurados los misericordiosos; porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5,7)

Lo complemento con palabras del padre Jorge Loring: «Si somos buenos con los demás, alcanzaremos la bondad de Dios, pero si somos malos, por consecuencia, alcanzaremos de esa misma maldad que sembramos». Por tanto, no podemos vivir haciendo el mal creyendo que recibiremos como premio a nuestra conducta el bien máximo que es el cielo.

Quien lucha por un mundo más justo y equitativo, quien trata con amor a su prójimo, quien perdona a sus enemigos, quien se compadece del mal ajeno, ese, alcanzará misericordia.

Dios no es indiferente ante el mal y la injusticia, al mal, tarde o temprano le llega su cuarto de hora y cada uno recibirá su paga de acuerdo al camino que decidió tomar, en cambio, la misericordia siempre triunfa y quienes la buscan, recibirán como premio la misericordia eterna: el cielo.

Felipe Gómez

Artículo originalemente publicado por pildorasdefe.net

Tags:
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