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Cualquier persona que estos días recurra a Twitter para informarse sobre la excepcional situación que está viviendo Bruselas, más que los carros blindados y policías con armas automáticas que ensombrecen el centro de la capital belga por una enorme operación antiterrorista desplegada tras los atentados del pasado 13 de noviembre en París, se está encontrando fotografías de gatitos con diversas posturas y disfraces.
Se trata de una original campaña espontánea de autocensura ciudadana que responde a la petición de la policía de no informar sobre sus movimientos para no dar pistas sobre sus investigaciones a los yihadistas de Estado Islámico.
Para algunos, una manera irónica -bella en algunos casos- de rechazar el miedo a la amenaza terrorista, un modo de sentirse unidos en una ciudad en estado de sitio, con los colegios, el metro, oficinas, espectáculos y mercados cerrados.
Para otros, una expresión de la docilidad que caracteriza a los belgas. Para los más críticos, una nueva tontería en las redes sociales, una muestra más del nihilismo que carcome a las sociedades occidentales y las hace vulnerables, o incluso necesitadas de un nuevo rumbo que ahuyente el hastío del materialismo.
Pónganse en el lugar de un ciudadano de Bruselas, trabajando desde casa por orden de su jefe, con los niños dando vueltas por el comedor, mira por la ventana y ve calles desiertas, con soldados armados, pero las informaciones son escuetas en los medios de comunicación… un poquito de tensión puede generarse. ¿Qué puede hacer?
Si tiene fe, diríjase a Dios, combata heroicamente con sus armas. Si no la tiene, pídala. Y si cree que eso no va a solucionar nada… tuitee gatitos.