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Al decidir, antes el amor y la responsabilidad que la emoción

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/11/15

¿Cómo cuidamos los vínculos que nos atan y al mismo tiempo nos enriquecen y nos ayudan a ser personas?

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En la vida creo que no me hace mal reconocerme dependiente de los otros. En el reino de Jesús la dependencia no es un término con connotaciones negativas. Ser dependiente me hace niño, me hace hijo, me hace hermano.

Nos necesitamos los unos a los otros. Mi necesidad ayuda a otros a crecer en su responsabilidad por mí. Les exige dar más y lo dan. Además, cuando me siento frágil y necesitado, vulnerable, necesitado de ayuda, logro sacar lo mejor de los que se acercan y me ofrecen su cariño.

Una persona totalmente autónoma, que nunca necesita ayuda, se aleja en su perfección de nosotros. La autonomía viene acompañada muchas veces del orgullo. Y una persona muy orgullosa no es alguien cercano al que podamos seguir.

Hoy recordamos a las personas que hay en nuestra vida a las que necesitamos para vivir. Pensar en nuestra muerte nos duele más por ellos que por nosotros mismos. Los necesitamos y ellos también nos necesitan.

Tenemos en la vida personas que dependen de nosotros, niños, ancianos, enfermos. Nos hemos comprometido con ellos. Y nosotros, además, también dependemos de otros. Es sano necesitarse. Es sano pedir ayuda y necesitar. Es bueno, nos hace bien.

No podemos vivir solos. No somos seres aislados en el mundo. No somos todopoderosos. Menos mal. Nuestra vida será un camino en el que viviremos la independencia y la autonomía como un anhelo. Y al mismo tiempo nos sentiremos dependientes de otros y nos sentiremos felices al ver cómo se vuelcan con nosotros.

El amor dado y el amor recibido es lo que nos hace crecer en el camino. Sabemos que los vínculos crean dependencias. A veces algunas serán insanas. A veces esas dependencias excesivas a ojos de otros pueden ser necesarias. Quizás sólo por un tiempo, para que aprendamos a ser hijos, niños, pequeños.

¿Cuándo mis relaciones dependientes son sanas? ¿Qué relaciones mías no lo son? ¿Cómo cuidamos los vínculos que nos atan y al mismo tiempo nos enriquecen y nos ayudan a ser personas?

A veces nos gustaría que los que dependen de nosotros se liberaran y fueran más independientes. Los descuidamos. Otras veces en cambio buscamos que los demás dependan de nosotros. Depende del caso.

La pregunta sigue viva: ¿Nos hacemos responsables de aquellos que Dios nos confía? ¿Asumimos nuestros compromisos?

Decía el Papa Francisco: “La sociedad contemporánea y sus modelos culturales predominantes –la “cultura de lo provisional”– no ofrecen un clima propicio para la formación de elecciones de vida estables con relaciones sólidas, construidas sobre la roca del amor y de la responsabilidad en lugar de la arena de la emoción.

Hoy hay muchos vínculos en los que la emoción es lo que manda. El sentimiento. Pero no la responsabilidad.

Jesús vino a formar un reino donde el amor fuera eterno, para siempre. Jesús amó y se dejó amar. Su reino nace en el corazón del hombre. Sus vínculos fueron sólidos. Tenían la semilla de la eternidad en su interior.

La familia es el lugar donde aprendemos a vivir vínculos fraternos, de amistad, vínculos como hijos y como padres. La familia es el primer lugar en el que se hace vivo el reino de Jesús. Amando nos hacemos familia.

Vivimos una dependencia sana y una independencia que nos libera. Somos responsables los unos de los otros. Nos necesitamos, nos cuidamos. Somos dependientes e independientes al mismo tiempo.

Hay hoy tantas familias rotas, tantos hogares sin raíces profundas… Cuando Jesús nos dice que ha venido a establecer su reino, me está invitando a crear ambientes de Dios, ambientes de vínculos sólidos y permanentes. Ambientes donde reine un amor que libera y enaltece.

En la familia aprendemos a amar de verdad. A tener alas que nos hacen libres y raíces que nos atan a una tierra. Allí nos damos cuenta de algo importante: mi santidad, mi entrega, mi generosidad, mi alegría, beneficia a otros. Puedo cambiar ese entorno en el que amo. Puedo cambiar la realidad con mi presencia.

En eso consiste construir el reino del amor de Jesús. Allí donde su amor se hace fuerte. Allí donde yo me dejo amar y amo con todo mi corazón y para siempre.

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