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Jesús, ¿Tú eres mi rey?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/11/15
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Nunca Jesús es más poderoso que cuando es tan impotente, su trono es la cruzSiempre me impresiona este diálogo de Jesús con Pilato: “Mi Reino no es de este mundo. Entonces Pilato le dijo: – Luego, ¿Tú eres Rey? Respondió Jesús: – Sí, como dices, soy Rey”. Juan 18, 33-37.

Jesús se presenta como rey. Su reino no es de este mundo. Su reino tiene otras categorías. Jesús es condenado a muerte. Es apresado. Duerme en un calabozo. Es atado. Lo llevan donde otros quieren. No decide sobre su vida ni sobre su muerte.

Es azotado. Coronado de espinas. Es objeto de burlas. Es un hombre despojado de lo más valioso: su autonomía, su independencia. Su capacidad para hacer lo que quiera. Depende de otros. De la decisión de otros.

Siempre me impresiona su mansedumbre. Dios sometido al hombre. Dios sometido al libre albedrío humano. Está ante Pilato. Ya lleva horas sin ser dueño de su vida. No tiene poder. Es impotente. Realmente me hace adorar más a ese Dios que caminó con nosotros por amor y renunció a su poder.

Jesús camina a mi lado. Ese rey que se despojó de todo privilegio está ahí, solo. Sin ejército, sin poder, sin trono. No me extraña la pregunta de Pilato. Tiene algo de curiosidad y extrañeza. “¿Y Tú eres rey?”.

No sé bien qué pensaba Pilato al hacer esa pregunta. Pero está claro que en su esquema de rey no entraba ese hombre que dependía de su sentencia. Su idea de rey no era esa. Tampoco la nuestra en realidad.

Cuando pensamos en la fiesta de Cristo Rey solo pensamos en su poder infinito. En su gloria. Y la lectura nos coloca hoy en el momento más humano y más despojado de poder de Jesús.

Esa pregunta me conmueve. Sí, es rey. Es mi rey. Lo llevan y lo traen. Pero es profundamente libre. Puede decidir cómo amar. Puede decidir cómo rezar. Cómo sufrir. Cómo callar. Cómo morir. En eso es soberano.

Nadie es más rey que en el momento en el que decide cómo va a sufrir. Cuando no deja que la vida le imponga la forma sino que en su corazón lo elige. Jesús lo elige por dentro. No buscó el dolor. No quería sufrir. Imploró a su Padre. Pero al obedecer es más rey que nunca.

Elige amar. Elige dar la vida en su corazón. Elige morir perdonando. El cómo es lo que nos hace reyes. La manera de vivir y de morir. La forma de enfrentar la enfermedad. Ese es el poder que nos enseña Jesús. El poder de amar. El poder de perdonar.

Nunca Jesús es más poderoso que cuando es tan impotente. Su trono es la cruz. Su corona es de espinas. Su poder es el perdón. Es su sí al Padre. En eso nadie puede decidir. Sólo Él en su alma. En su corazón.

Hoy adoramos a Jesús. Nuestro rey que no impone. Que sólo ama. Su reino no es de este mundo. Es mi rey. Mi rey humilde. Mi rey impotente. Mi rey poderoso. Tan poderoso que puede cambiar mi cruz y convertirla en camino. Mi herida en puerta. Mi tristeza en paz.

Puede cambiar mi corazón que quiere poder y alabanza. Que quiere el primer puesto. Que quiere brillar. Tan poderoso que puede perdonar desde la cruz y contestar hoy con paz a Pilato. Lo puede todo cuando no puede nada.

Puede cambiar el mundo sólo por un sí. Su capacidad de moldear su voluntad con la de su Padre lo hace rey. Hoy lo elijo como rey. Rey de todo lo que hay en mí. De mis sentimientos. De mi cruz. De mi vida tal como es ahora.

Quiero entregarle el poder que me empeño en retener yo. Quiero hacerme esa pregunta. ¿Eres mi rey, Jesús? ¿No es verdad que le pido que haga un milagro y me baje de la cruz? ¿No es verdad que le pido como Herodes que haga magia para demostrarme su poder? Le pido que sea rey a mi modo. Al modo del mundo.

Jesús me dice lo mismo que a Pilato: “Mi reino no es de este mundo. Yo estoy a tu lado. Muero por ti. Te espero siempre. Te perdono siempre. Te acaricio con mis manos atadas. Te acompaño con mis pies clavados. No hay mayor poder. Impotente lo puedo todo”.

De rodillas lo adoro. Porque me lo da todo y no pide nada. Para mí eso es imposible. Quiero que reine en mi corazón caótico. Que me enseñe a ver su reino en medio de mi historia. Le entrego mi poder. El poder del amor es más fuerte que la muerte.

Él puede sanar mis heridas más hondas si le dejo entrar. Si me dejo amar. Su mansedumbre es más fuerte que todas las imposiciones. Hoy le pregunto: “Jesús. ¿Tú eres rey? ¿Eres mi rey?”.

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