“El corazón busca reconocimiento como si no le bastara sólo el de Dios”A veces me da miedo pensar que Jesús pueda llegar a decir de mí lo que dice de los escribas: ¡Cuidado con los escribas! Les gusta que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos”.
Me da miedo pensar que a Jesús no le gusten mis ropajes y mis máscaras. Me da miedo ser como los escribas, tan preocupados por los cargos, títulos, honores y puestos.
Jesús no acepta la falsedad, las máscaras, las pretensiones de los hombres enfermos que buscan la fama y el amor de los hombres a cualquier precio. Le duele ese afán de apariencia, de quedar bien, de que todos los reconozcan, de buscar el primer puesto porque es a lo que tienen derecho.
A veces también yo me creo con derecho a cosas, porque me lo merezco. Pienso que me deben algo. Jesús no mira por fuera. Él no mira el puesto en el que estoy, ni mi prestigio, ni las alabanzas de los demás, ni mi fama. A Él no le deslumbra lo que parece.
Mira a los escribas, y le duele esa diferencia entre lo que parece y lo que es. Jesús mira la verdad del alma. Se fija en lo que nadie se fija y le da igual lo que a los demás deslumbra.
Me da miedo caer en lo mismo que los escribas. Me da miedo buscar los primeros lugares y vestirme para que me admiren. Me da miedo que me atraigan los asientos de honor, el prestigio y la fama. Que me guste demasiado que me admiren y alaben. Que reconozcan mi labor.
Una persona le decía a Jesús: “Querido Jesús, me es difícil no andar por la vida juntando montañas de halagos. Vanidad del alma. Busco elogios en una carrera desenfrenada por caer a todos bien, por tener fama de santo. Vanidad de vanidades. El corazón busca reconocimiento como si no le bastara sólo el de Dios”.
¿Cuál es mi asiento de honor que no quiero dejar nunca y busco con pasión? ¿Dónde descansa mi fama refugiada en su comodidad?
Me veo ocupando asientos de honor, esperando que los demás me hagan reverencias y me den banquetes. No me gustaría aprovecharme del necesitado, pasar por delante del mendigo, esquivar al que pueda plantearme problemas y ser cruel. Dejarme servir en lugar de servir. Dejarme ayudar en lugar de ser yo el que ayude.
Puede que lo haga. El honor de ser valorado, de ser tomado en cuenta o consultado, de ser preguntado. El honor del reconocimiento de los hombres. Me cuesta que hablen mal de mí. Que me critiquen. Busco los primeros puestos.