Francisco visitó el comedor popular de una Iglesia en Florencia después de pedir a la Iglesia de “abajarse” y ser madre que acompaña y acaricia
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El Papa Francisco visitó el comedor para los pobres de San Francisco Pobrecito en la Plaza de Annuciata en Florencia, Italia, en el marco de su viaje apostólico para abrir el V Convenio nacional eclesial que reúne a los obispos y los delegados de 226 diócesis italianas este martes 10 de noviembre.
Francisco marcó su tarjeta electrónica antes de entrar como lo hacen todos los huéspedes del comedor popular que son asistidos por la Caritas de Florencia. Una comida compartida con 30 italianos indigentes y 30 inmigrantes venidos de alrededor de quince países diversos, especialmente de Oriente Medio y de Europa.
La acogida fue calurosa. Y cómo en la parábola de la viuda, algunos de ellos entregaron al Papa un pequeño presente. María, una señora de 80 años, le donó una planta. “Mi única pertenencia pero con amor”.
Snezhana Shipleva, 32 años, ciudadana búlgara dijo a Aleteia que quería abrazar al Papa para demostrarle su afecto. “Mi deseo es abrir una Caritas en Bulgaria”, manifestó al ofrecerse como voluntaria. No faltó una serie de selfie con Francisco que lució sonriente y disponible.
El comedor de San Francisco Pobrecito, es un lugar de caridad reconocido por la sociedad florentina que ha sido abierto en 1949. En el comedor trabajan más de cuarenta voluntarios que han servido a más de mil huéspedes el año pasado; por un total 44.000 comidas repartidas.
Precisamente, bajo la cúpula de Brunelleschi y de sus frescos del “Ecce Homo” en la catedral de Santa María del Fiore de Florencia , Francisco recomendó tres actitudes cristianas: humildad, desinterés, bienaventuranzas.
En ese contexto, invitó a la Iglesia a evitar “la obsesión de preservar la propia gloria, la propia dignidad, la propia influencia”. Francisco invitó a no estar “obsesionados por el poder”, a pesar de que el poder se mascara de un poder útil y funcional en ámbito social. Esta bienaventuranza –advirtió– es la que nos hace mirarnos al espejo para saber si estamos por el camino justo: “es un espejo que no miente”.
Un discurso dirigido a la Iglesia italiana, pero que se aplica a la visión universal del servicio y atención por los últimos. Una Iglesia que pone en el centro a Cristo.