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A lo largo de la historia del cine vemos cómo el cine puede utilizarse para transmitir una ideología y manipular así al espectador, o para contar una historia que conmueva y entretenga porque roza, de una forma u otra, el misterio de la existencia.
Durante la segunda guerra mundial, el propio Hitler utilizaba el cine cómo herramienta de adoctrinamiento y propaganda nazi. No era la historia de unos personajes ni la narración objetiva de un hecho histórico lo que atravesaba los fotogramas sino que estaban teledirigidos para manipular comportamientos. Pero aunque existan casos extremos, existen otros más sutiles que alcanzan nuestros días y por ello se hace necesario un acercamiento al tema para aprender a detectarlos.
Si se deja que la humanidad de los personajes salga a flor de piel sin censurarla ni reducirla, lo ideológico no encuentra forma de asentarse; y es cuando el cine comienza a conformarse como arte, precisamente porque logra explicar una parte de la realidad, que no se podía “narrar” de otra “forma”.
El cine tiene, hoy más que nunca, un papel protagonista en el encuentro entre distintos pueblos, religiones y/o culturas. Y para ello es importante ser capaz de reconocer al otro por lo que es y no por lo que quisiéramos que fuera (igual, muchas veces que en la convivencia cotidiana). Por ejemplo, ante un personaje musulmán no mirarlo bajo el peso del prejuicio pues nuestra mirada no sería libre y dejaríamos que la sospecha o el miedo nos determinara. Como dice el crítico de cine Juan Orellana en su libro Cine e ideología, detrás de cualquier ideología subyacen la desconfianza y el miedo hacia la realidad: en su origen hay siempre un sentimiento de sospecha.
Lo interesante del arte, en especial de la literatura y del cine, es que nos adentran en mundos inexplorados o en personajes que por un momento suplantamos viviendo experiencias que nos atrapan. Y nos atraen porque la realidad es apasionante y testaruda, sobre todo cuando se la intenta doblegar a placer.
Por eso el cine puede influir positiva o negativamente según trate o no de imponer ideas preconcebidas a la realidad. Y es precisamente lo real lo que debe apasionar al artista, hasta el punto de estrujarla como si fuera una ubre de la que hubiera que extraer hasta su última gota. Y los grandes cineastas, saben explorar de manera profunda el universo del ser humano. Saben captar en fotogramas el misterio de la vida y del hombre.
Fijémonos en Zack Snyder, director de El hombre de acero y en cómo el personaje de Superman le abre al misterio al misterio de la vida y del hombre: “Ya sea que los humanos somos la cúspide de un proceso evolutivo, la cumbre de la creación de Dios o cualquier otra cosa del complejo espectro en el que la ciencia y los teísmos tratan de hacerse hueco, Superman desafía el mismo núcleo de esas ideas.”
Vale la pena recordar las palabras de Juan Pablo II en el discurso del Encuentro Internacional de Estudios sobre el Cine (1998): “El cine suele acabar perdiendo el contacto con la realidad y con los valores positivos de la vida. ¡Cuántas veces las imágenes aniquilan al ser humano (…) haciéndose vehículo de degradación y no de crecimiento”.
Pero también decía en el mismo discurso que desde su nacimiento, la gran pantalla es el espejo del ánimo humano, que busca constantemente a Dios, frecuentemente acaso sin saberlo…
Toda película mínimamente seria con la realidad tiene al menos cinco minutos interesantes, ¿seremos capaces de rescatar aquellos atisbos de luz que sean expresión de una sana búsqueda de Dios?
Carlos