Su hermana, tres años mayor que él, lo buscó durante toda la vida, hasta que se suicidó en 2011La organización Abuelas de Plaza de Mayo anunció esta semana la identificación del nieto número 118 desde que iniciaron su búsqueda.
Martín, se sabe por testimonios de testigos, nació el 5 de diciembre de 1976 en un centro clandestino de detención en Bandfield, provincia de Buenos Aires. Como ocurrió con centenares de niños nacidos en iguales condiciones, fueron entregados a otras familias, antes de la desaparición de sus padres.
Hijo de dos militantes miembros del Partido Revolucionario de los Trabajadores y del Ejército Revolucionario del Pueblo, Stella Maris Montesano y Jorge Oscar Ogando, tenía una hermana tres años mayor, Virginia, quien lo buscó durante años.
En 2011, Virginia decidió quitarse la vida. Le dejó una decena de cartas, mensajes que inspiraron a muchos en la búsqueda y que fueron publicadas en un blog, y que finalmente llegarán a destino.
La noticia del hallazgo fue dada a conocer por la organización presidida por Estela de Carlotto, quien recientemente encontró a su nieto, en una noticia que en su momento fue saludada por el Papa Francisco.
En este caso, la abuela que pudo conocer a su nieto es Delia Giovanola de Califano, quien relató que pudo hablar con él telefónicamente, ya que vive en el exterior.
“No puedo sentir más que alegría”, expresó la abuela, quien tuvo a su cargo la crianza de Virginia, y es una de las 12 fundadoras de la organización.
“Quiero verlo, conocerlo, dentro mío hay amontonados 39 años”, expresó en una entrevista a la radio Vorterix, en la que se mostró sorprendida porque su nieto, en la conversación telefónica mantenida, le preguntaba mucho de su vida: “Me preguntó con quién vivía y le dije que estaba sola, esperándolo, aunque no estoy sola de afectos”.
En la última entrada de su blog, en el cual buscaba a su hermano, Virginia le escribía a Martín: “Creeme que cada una de estas cartas que escribo me provoca una profunda emoción y que resulta imposible evitar que las lágrimas bañen la costa de mis ojos, cuando las releo o cuando las comparto con los seres que más amo, pero no son lágrimas de dolor, ¡son de esperanza!, esa empecinada esperanza que me provoca la certeza de que pronto nos vamos a reunir en un abrazo cada vez más impostergable”.
La búsqueda de Virginia, que le llevó a dejar en el banco de datos registro de su ADN para facilitar esta identificación, permitió a su abuela, que la crió y sufrió el dolor de su muerte, reencontrar la paz en un nieto que nunca conoció, pero siempre sintió cerca.