En estos días en los que celebramos la festividad de Todos los Santos y el Día de los Difuntos, Ediciones Palabra publica el último libro del teólogo Aurelio Fernández: “Yo no moriré”
Aurelio Fernández expone, desde el primer momento, sus dotes y experiencia como lucidísimo profesor de Teología. Comienza por el propio título, que no deja de resultar llamativo: Yo no moriré ¿por arrogante o pretencioso? Ahora bien, como él no es un provocador profesional, sino alguien con afán de transmitir sana sabiduría a otros, enseguida explica la razón de su apuesta titular.
Se dirige a quienes dudan o se empeñan en negar la vida después de la muerte. El autor les emplaza a responder a estos interrogantes: ¿Hay algún motivo plausible para no cuestionarse por el “más allá” tras el vivir terreno? ¿Acaso no es racional que la fugacidad de la vida humana se alargue en la permanencia estable de otra vida?
¿Las grandes promesas que nos hacemos a nosotros mismos son meras utopías y no van a tener ningún cumplimiento? ¿Cómo explicar nuestros inquietos anhelos de felicidad? ¿Esas preguntas tan atormentadas que nos hacemos los humanos van a ser meras quejas de una sociedad psicológicamente enferma? ¿Las graves injusticias que relata la crónica de la humanidad no van a ser reparadas y los actos de heroísmo que llevan al hombre a dar su vida por los demás no serán premiados?
Si la vida eterna no fuese la coronación de la historia humana, a la vista de las catástrofes, desgracias e injusticias que relatan la crónica de la sociedad, ¿al final va a vencer el mal sobre el bien? ¿Las grandes palabras como justicia, bondad, maldad, misericordia, perdón, amor… son meros sonidos (flatus vocis) que se quedan en puros enunciados y responden a utopías irrealizables?
Aunque pudiera parecer que estamos ante un tratado o, al menos, un manual de Escatología, don Aurelio, buen conocedor del mundo académico, insiste en que el libro es un ensayo. Un ensayo amplio, sin duda, y bien amueblado, sobre todas las llamadas “verdades eternas”, pero sin encorsetamientos academicistas, ni obligación de entrar en cada una de las posibles polémicas. En suma, escribe con libertad, a la vez que con una amable y razonable ortodoxia doctrinal.
No cabe dejar de señalar también su soltura de pluma, que hace ciertamente grata la lectura del libro. ¿Por parte de quién? Pues se diría que no solo por parte de estudiantes de teología, sino también de quienes deseen afrontar por vez primera o repasar, con amenidad y ánimo esperanzador, los distintos y comprometedores temas escatológicos.
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