Entre los cuerpos recuperados, estaban los de diez niños, dos de los cuales eran recién nacidos
Más grave que un anuncio de guerra o del balance de un terremoto: la emergencia migratoria que está invadiendo Europa confirma día tras día lo dramático de la situación. También hoy se ha tenido que actualizar el número de las víctimas inocentes.
De hecho asciende a 21 el número de los migrantes muertos, en el balance de dos naufragios que acaecieron, por la noche, en las costas de Grecia. Lo anunció el ministerio de la Marina de Atenas.
En las cercanías de la isla de Kalymnos los muertos son 19, mientras que 138 son los que han sido puestos a salvo. Entre los cuerpos recuperados, estaban los de diez niños, dos de los cuales eran recién nacidos.
Otras tres personas serían las ahogadas en las costas de Rodas, mientras que son 15 los niños que han sido llevados hospitalizados en la isla de Lesbos y tres los transportados a Atenas para ser sometidos a cuidados intensivos. Otros muertos se registraron en las costas de España.
Ante el dolor de estas noticias, amplificado por las trágicas imágenes que casi a diario llegan a las islas del Egeo, se hacen estridente eco las polémicas que aún ahora se subsiguen en Europa sobre la acogida de los refugiados.
Si el primer ministro Alexis Tsipras, comentando las últimas tragedias, habla de «dolor infinito» y de «vergüenza para Europa», está quien –como hicieron ayer exponentes del Gobierno eslovaco– no deja de propugnar la edificación de nuevas barreras, si debieran fallar los mecanismos de «defensa» de las fronteras externas del territorio interesado por el Tratado de Shenghen.
Sin evidentemente considerar que pronto, si no se encuentra una respuesta cierta y consolidada para esta emergencia, no habrá más una Unión Europea que «defender». La Unión corre el riesgo, de hecho, de ceder, no tanto por la presión migratoria, cuanto por la falta de unidad de sus líderes en afrontar la cuestión.
Artículo originalmente publicado por L’Osservatore Romano