“Héroe es quien consagra su vida a algo grande”Desde pequeños nos gustan los héroes. Despiertan nuestra admiración. Nos gustaría tener sus poderes. Admiramos a esos héroes que son capaces de salir de situaciones imposibles y salvar a personas en peligro de muerte.
Nos gustan los héroes porque son buenos, no son villanos. Actúan movidos por un deseo de justicia. Hacen el bien. Evitan el mal. Nos gustan los héroes porque actúan con honestidad y vencen siempre. No estafan, no mienten y transmiten esperanza.
Nos gustan los héroes porque se escapan del molde y no se dejan consumir por la rutina. Porque viven una vida fascinante llena de nuevas aventuras y no temen la muerte.
Nos gustan los héroes que conquistan mundos inalcanzables y sueñan con metas inimaginables. Nos gustan esos héroes que tiñen de esperanza el alma de los niños, nuestra propia alma ingenua y soñadora.
Nos quedamos fascinados ante la vida de los superhéroes. Como si sus poderes nos parecieran envidiables. Con el tiempo puede que hayamos dejado de creer en sus superpoderes, pero no dejamos por ello de creer en los héroes. Héroes fascinantes, de carne y hueso, dignos de admiración.
Hemos pasado de los héroes de ficción a los héroes reales, humanos, cercanos. Con defectos y límites. Sin poderes especiales. Simplemente con valor y audacia. Héroes de la vida diaria.
Pero es verdad que a veces podemos aplicar este calificativo con excesiva facilidad a ciertas personas sólo porque han hecho algo que nosotros consideramos extraordinario.
Louis Zamperinni fue considerado héroe por haber sobrevivido durante la segunda guerra mundial a situaciones extremadamente duras.
Pero él mismo decía: “Héroe es una palabra fácil que se puede usar en exceso. Hoy en día a cualquier persona que enfrenta un peligro se le llama héroe. Yo respeto mucho a una persona que se pone en peligro por proteger a otros. Pero yo no soy un héroe. Soy un superviviente”[1].
Puede ser que los héroes tengan como don especial el poder sobrevivir en circunstancias adversas en las que otros no lo consiguen. O el poder proteger en el peligro al necesitado.
Es más héroe el que da la vida por salvar a alguien que aquel que sobrevive en circunstancias extremas. Puede ser. Pero siempre el heroísmo es atractivo. Pese a ello no quiero confundirme y llamar héroe a quien no lo es en realidad.
Puedo pasar por alto a los que de verdad son héroes. He dejado de mirar los periódicos para buscar héroes. He decidido que están más cerca, en mi vida real, no en las noticias.
Ya no me sorprendo ante esos ídolos del deporte, que aparecen como héroes en un tiempo necesitado de ídolos. Héroes tan solo por lograr éxitos antes no alcanzados por nadie.
Héroes en el deporte, o en la cultura, o en la ciencia, pero no a lo mejor en su vida personal, en su forma concreta de enfrentar la vida con sus desafíos.
A veces esa fama por la que luchan estos héroes de la vida pública consume todas sus fuerzas. Y después su vida concreta y real no es digna de ser admirada.
Una habilidad, un talento especial, una capacidad original y única, no me convierte en héroe. La heroicidad no se demuestra sólo en un gesto, en una ocasión concreta. ¡Qué difícil ser héroes toda nuestra vida y en todas las facetas de nuestra vida! Me parece imposible.
Hoy me detengo y pienso que prefiero buscar en el paisaje de mi vida a otros héroes más próximos, más reales, más fieles. Héroes por su forma de vivir la vida, de amar, de entregarse por otros, de ser misericordiosos.
Me detengo en aquellos que, sin hacer cosas fuera de lo normal, sin tener grandes talentos dignos de ser admirados, son héroes.
No han sobrevivido en la guerra. No han ganado muchos títulos ni tampoco un Óscar. Simplemente han aprendido a vivir su vida de forma heroica. Me gusta pensar en la heroicidad de hombres que llevan una vida sencilla, humilde, pero con heroísmo.
Superan dificultades y levantan su vida por encima de la mediocridad. Pienso en ellos y en su forma de amar y dar la vida: “Héroe es quien consagra su vida a algo grande”[2].
Héroe es aquel que lucha por algo grande, muy grande. ¿Lucho yo por algo más grande que yo mismo? ¿Tengo mi vida consagrada a algo grande que supera todos mis sueños? ¿Sueño con una vida con mayúsculas o con una vida mediocre, diminutiva?
Héroe es el que se entrega por amor a un sueño que parece imposible, un sueño que supera todas sus capacidades.
No sé si yo soy un héroe. No he sobrevivido a circunstancias difíciles, no he logrado éxitos sorprendentes, no tengo capacidades extraordinarias. Pero sí sueño con dar mi vida por algo más grande que yo mismo.
Y además sí conozco a personas heroicas que me enseñan a vivir como ellos. Personas con vidas dignas de ser contadas. Hombres que creyeron en medio de la oscuridad y no se dejaron llevar por el desánimo cuando otros a su alrededor trataban de desanimarlos. Siguieron adelante, creyeron, se sacrificaron, renunciaron, trabajaron. No lograron éxitos fáciles. No se dejaron retener por el miedo a lo que pudiera pasarles.
Admiro a estos héroes silenciosos que no salen en las noticias. La sonrisa de su rostro me dice que son héroes, porque han vencido donde estaban derrotados y han sobrevivido cuando parecían muertos. Han luchado contra la enfermedad sin perder la esperanza.
Son pobres que enriquecen, sobrevivientes que viven vidas muy dignas. Han derrotado a los fantasmas del pasado y han creído en un futuro que parecía tan incierto ante sus ojos. Su fe los ha convertido en héroes.
[1] Louis Zamperinni, Don´t give up, don´t give in
[2] Frase atribuida a Friedrich Hebbel, poeta y dramaturgo alemán (1813 – 1863).