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¿Eres tú de los que siempre dice: «No me alcanza el tiempo»?

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© Marko Vombergar / ALETEIA

Centro de Estudios Católicos - publicado el 24/10/15

Cronos y Kairós

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Qué fugaz esta existencia nuestra. Los días parecen correr más apurados que nosotros mismos. Entre las obligaciones, la movilización de un lugar a otro o los plazos que tenemos vamos recorriendo este camino humano. “No me alcanza el tiempo” es algo muy pronunciado por nosotros. Parece que estamos en lucha contra el tiempo.

¿Es algo propio de la modernidad? ¿El tiempo se acortó con la llegada de la sociedad industrial? Las veinticuatro horas son las mismas ayer y hoy. No sabemos si mañana también, pues el juicio puede llegar en cualquier momento. La sociedad industrial y sus derivados han introducido en nuestra vida muchas actividades y preocupaciones propias de un modelo donde el centro no va siendo la persona humana, sino la producción económica o el beneficio.

Sin embargo en la antigua Grecia también se padecía por la falta de tiempo. O, mejor dicho, por la impotencia ante el avance indefectible del tiempo. La mitología nos ha dejado el recuerdo de Cronos, devorador de sus hijos, insensible ante el dolor que esto pudiera ocasionar. Cronos era un tirano. Cronos era tan dueño del mundo que podía comer a sus propias criaturas y seguir viviendo. Es buena esa percepción del tiempo como consumidor voraz que no se detiene ni ante su propia obra. Algo de esa angustia padecemos hoy cuando vemos que el tiempo no nos alcanza, que parece ser el principal consumidor y a quien ni el mejor de los tributos satisface. Eso se ha contagiado hasta en los modelos de vida: se tiene como un valor parecer más joven, “jóvenes” de 60 quieren aparentar ser “criaturas” de 30… y así sucesivamente.

¿Cómo se ubica un cristiano ante el tiempo? No somos servidores de Cronos. Somos hechos en el tiempo, pero con vocación de eternidad. Debemos juzgar el hoy desde lo eterno. Tomar nuestras decisiones con peso de eternidad, no de la coyuntura. El cristiano sabe que Cristo ha asumido el tiempo y es llamado “Alfa y Omega”, principio y final. Cristo no nos consume. No nos apura. No devora nuestro sagrado tiempo: lo comparte con nosotros, lo santifica y nos lo llena de vida. Sin Cristo el tiempo es el desalmado Cronos. Con Cristo el tiempo es “kairós”: momento de salvación. Todo tiempo cristiano está lleno del amor de Dios y es invitación permanente a acoger su gracia y compartirla.

Un cristiano vive en permanente tiempo de salvación. Su vida cotidiana se desarrolla en medio del don de la salvación traída por Cristo: sea que haya pecado o esté en gracia. ¿Y qué decir de las “horas muertas”? Desde la perspectiva de la producción o eficiencia son muertas. Desde la perspectiva de la fe están llenas de sentido y no son muertas. Un tiempo en el metro, el bus, el auto o detenido en el tráfico es tiempo de salvación. Hacer una fila larga, estar con otra persona más tiempo del que hubiese querido son momentos en los que Cristo está presente. Debo aprender a advertir su presencia salvadora, así como a aprender a ver a la otra persona del mismo modo como la ve el Señor.

Afinemos un poco más: el tiempo no alcanza para todo lo que quisiera hacer: a muchos, creo, nos pasa. Pero ¿me tengo que pelear con el tiempo y volverme lo más eficiente posible para hacer todo lo que debo? No estaría tan seguro. Creo que debemos partir del principio de que el tiempo es un don de Dios, del que nosotros somos administradores. Si las cosas son así, entonces el tiempo será un don del que yo soy administrador. Y perder el tiempo será mal utilizar el don dado por Dios para mi salvación y la de los demás. Un tiempo sin amorizarme será tiempo perdido. Un tiempo sin poder llegar a realizar todo lo que hubiese querido porque tuve que distraer mi quehacer para vivir la caridad es tiempo ganado. El tiempo no es oro. El tiempo es eternidad de amor hecho carne en Cristo y compartido a nosotros, los hombres.

Rafael Ísmodes Cascón

Artículo originalmente publicado por Centro de Estudios Católicos

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