¿Quieres que la luz del sol ilumine todas tus sombras y se acabe la soledad? Adelante con esa oración libre de la que no tienes que extraer decisionesA veces pienso que tenemos muchas defensas en la oración. Defensas que nos impiden el contacto hondo con el Señor. Cara a cara, con el corazón abierto. A veces rezamos para los otros, para los que escuchan, para quedar bien. O rezamos pidiendo milagros, que las cosas sigan el curso que nosotros queremos. Casi como si Dios fuera un hacedor de milagros.
Otras veces pienso que la oración se convierte en una queja por las cruces que sufrimos, un desahogo de rodillas ante ese Dios que no cuida a los que le aman. Un Dios ausente y lejano. Nos volvemos quejumbrosos. La gratitud no forma parte de nuestro silencio ante Dios.
Me encantaría que mi oración fuera siempre un diálogo de amor con un amigo. Un estar con el Señor, en su barca, en la mía, en su orilla, en mi orilla, sin hablar, hablando, caminando pausados. Pero ahí, en ese espacio sagrado del corazón en el que cabe un mundo entero. Creo que nos cuesta alabar y pedir que el Espíritu Santo venga al corazón y lo transforme todo, poco a poco, o de golpe.
Decía el Papa Francisco: “Debemos darle espacio al Espíritu para que nos aconseje, y dar espacio es rezar. Rezar para que Él venga y nos ayude siempre”.
La oración de alabanza nos ayuda a recuperar esa oración espontánea de los niños. Esa oración sin forma, sin estructura, sin esquemas, sin palabras bonitas, sin demasiada poesía. Esa oración de la que no tengo que sacar nada, de la que no tengo que extraer conclusiones, ni decisiones. Esa oración que consiste en perder el tiempo con Dios, a solas con Él, caminando tranquilos por la ribera de un mar inmenso. Esa oración que es compañía. Esa oración libre que descansa al alma. Esa oración agradecida que me llena de paz.
Me gustan esas palabras con las que rezaba el cura de Ars: “Mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Y prefiero morir amándote que vivir un solo instante sin amarte. Dame la gracia de morir amándote y sintiendo que te amo”.
Una oración que es un encuentro de amor. En el que amando somos amados. Y llenándonos de amor nos vaciamos por amor. Esa oración que es vaciamiento y plenitud. Abandono y presencia. Esa oración sencilla de pocas palabras y muchos abrazos en el corazón.
Una persona rezaba: “Creo que el mar infinito que no abarca mi vista es el mismo cielo que me espera. Sé que me quieres. Lo sé porque lo he visto. Tal vez no he visto tu rostro, pero sé que me buscas, que me esperas, que me alientas, que me amas mucho más de lo que yo soy capaz de amarme a mí mismo. Y sé que me amas en aquellos que me aman. Y estás presente en los que me quieren torpemente, a veces queriendo retener lo que no les pertenece. Déjame confiar en medio de la noche. Cuando el rumbo no parezca claro. Déjame mirar en soledad lo que tienes pensado para que mi vida sea plena. Creo, sí, creo en ti, en tu amor, en tu misericordia”.
Me gustaría alabar a Dios siempre en el silencio de mi corazón, en la soledad de mi alma. Alabarle por la vida que me ha dado, por la oportunidad de amar que siembra cada día a mi paso.
Quisiera ser más agradecido y menos pedigüeño, más confiado y menos quejumbroso. Porque a veces las cosas no resultan como quiero y me ofusco, y me niego a abrazar una voluntad que no es la mía. Y reniego de mi amor primero y me olvido de los síes perdidos en papeles que entregué en gestos de amor hondos y sinceros.
¿Dónde quedaron entonces mis buenas intenciones, mis palabras solemnes, mis deseos verdaderos? Desparramados en días pasados. Y mi corazón se rebela cuando antes se había entregado por entero.
Quiero que mi oración sea siempre cantarle la misma frase, repetir el mismo canto, alzar la misma mano hacia su encuentro, dejarme tocar de nuevo en sus silencios. Quiero sentirme pequeño para caber en su palma. Quiero que la luz del sol ilumine todas mis sombras y se acabe la soledad que sufro cuando no veo su rostro, cuando no logro llenarme.
Quiero agradecer la luz del camino, la lluvia que me da paz. Quiero amarle más de lo que le amo y notar su voz sosteniendo mi desánimo. La oración es necesidad. Es el aire que respiro. Y si aún no lo es, es que todavía estoy muy lejos. Quiero quitarme defensas. Quiero orar como hablo con un amigo. Sin miedo. Confiado. Abandonado en sus manos.