Cualquier cosa que hagas sólo tendrá sentido si miras cada día a la eternidad
Jesús nos invita a servir con humildad y sencillez. En el servicio sí que tenemos que ser los primeros. En ese servicio que Dios me pide y me exige allí donde Él me necesita. A veces me ignorarán y no tendré éxito después de servir con denuedo.
No es tan sencillo servir y no ser el primero. Servir oculto entre la masa. Sin que nadie sepa. Servir aunque a mí no me sirvan. Servir aunque no me reconozcan y valoren. Servir para que otros se lleven la fama y los honores.
Parece imposible. El corazón se rebela. ¡Cuánto cuesta servir de esta manera! El reconocimiento en la tierra debería ser lo de menos. Pero me importa. Me gustaría estar por encima de ello. Es una gracia, un don que pido. La recompensa será en el cielo.
Hay dos caminos en la vida. Dos caminos que se nos presentan. El camino del que busca con pasión el poder. O el camino del servicio que lleva a la comunión.
¿No se puede servir desde el poder? Claro, eso es obvio. El que tiene poder puede servir mejor. Pero el que busca el poder por el poder, ese no sirve para nada. Como decía la Madre Teresa: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.
El poder puede aislar, generar tensiones y dividir. El servicio desinteresado siempre une.
El poder de Jesús fue el servicio. El servicio por amor hasta dar la vida. Pero, ¡cuánto nos cuesta entenderlo! ¡Cuánto nos importan los cargos y los títulos! ¡Cuánto nos gusta tener poder y lo justificamos con buenas intenciones!
Decimos que queremos servir desde el poder. Es verdadero nuestro deseo, pero, ¡qué tentador es el poder! ¿Busco servir cuando deseo el poder? ¿Es esa siempre mi verdadera intención?
Nuestra forma de servir tiene que ver con el amor, con amar hasta el extremo. Así nos lo enseñó Jesús.
El otro día leía: “El amor te desgasta, pero es bonito morir gastados como una vela que se apaga cuando ha cumplido su misión. Cualquier cosa que hagas sólo tendrá sentido si miras cada día a la eternidad. El objetivo de nuestra vida es amar y estar siempre dispuestos a aprender a amar a Dios y a los demás como sólo Dios puede enseñarnos. Si estás amando de verdad lo reconocerás en el hecho de que nada te pertenece porque todo es un don. Lo contrario del amor es la posesión. Lo que tienes no te pertenece nunca porque es un regalo que Dios te hace para que tú puedas hacerlo fructificar. No te desanimes nunca. Dios no te quita nada, si toma algo, es sólo porque quiere darte más”[1].
[1] Simone Troisi y Cristiana Paccini, Nacemos para no morir nunca, 154