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Nebraska, o la necesidad de ser alguien

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Marcelo López Cambronero - publicado el 16/10/15

Una película que reflexiona sobre el drama de la frustración de la existencia, del director Alexander Payne

Las sociedades contemporáneas están construidas con el supuesto de que los seres humanos somos perfectamente intercambiables. Tenemos protocolos, normativas y organizaciones que delimitan lo que hemos de hacer y qué decisiones hay que tomar en cada momento, de manera que nuestro criterio, nuestra personalidad, queda ahogada bajo el aparataje de una estructura que nos encontramos hecha, preparada para absorber y sobrevivir a cualquier individualidad que tiren a la trituradora. No piense por sí mismo, no decida más allá de las opciones de consumo. No venga fastidiando. Si quiere rebelarse tome uno de los folletos accesibles en el expositor de la entrada.

Si las corrientes sociales fueron en el pasado el resultado del genio, de la originalidad de quien marcaba cuál era la altura de su tiempo, ahora sucede, paradójicamente, lo opuesto: son los sujetos los que nacen para adecuarse a ellas, y quien las produce es la “opinión pública”, lo impersonal, el estado, la ley. No se fomenta la libertad individual -esa malcriada-, sino que sepamos actuar como los personajes que cada institución requiere, asumiendo el rol correspondiente a la moral prevista si estamos en un Ministerio o en otro, en la oficina, en el hospital o en el colegio de los niños.

El dios estado ha predeterminado su destino. Ingrese en el mundo abandonando toda esperanza, porque las cosas son como son y seguirán siendo así cuando falte. La historia se ha terminado, sólo estamos puliendo pequeños detalles.

El nombre de Alexander Payne no le dirá nada en particular, aunque tal vez le interese más si digo que es el director de la fábula “Nebraska”, melancólica y maravillosa, o todavía más de la profunda y humana “Los descendientes” y de la genial e hilarante “Entre copas”. Por las dos últimas ganó el óscar al mejor guión adaptado en 2011 y 2004. Las tres le valieron sendas nominaciones como director.

Nuestro artículo está motivado por “Nebraska” (2014), la más reciente. Esta película penetra en los recovecos de la subjetividad de un anciano que sufre pérdidas de memoria, muy afectado por décadas de alcoholismo y, sobre todo, por la sensación de que la vida le ha derrotado por goleada hasta el punto de que no ha nacido el que pueda decir, a su muerte, quién ha sido ni en qué se resume su paso por el cosmos.

En sus postreros años, sin embargo, se le aparece la posibilidad de dejar huella en la historia -en realidad sólo un espejismo-, o al menos en la memoria de sus vecinos, de sus parientes: una publicidad engañosa y confusa le anuncia que ha ganado un premio de un millón de dólares, y para cobrarlo ha de viajar hacia una ciudad lejana, a un minúsculo estudio situado en los arrabales de un polígono industrial.

Una ocasión así permitirá justificar su existencia, y no va a aceptar que le impongan una resignación que le obligue a comprender que ese premio es un timo. Al contrario, recorrerá los kilómetros que sean precisos para recoger un dinero que no necesita, que llega tarde, pero que supone una ruptura -la única que se le admite- con el orden establecido: el de la fortuna inesperada que entra por la ventana de atrás, cayendo desde fuera de la vida como una piedra que alguien arrojase desde una calle oscura. ¡Qué más dará que el galardón sea falso, con tal de que los demás se queden con el último pensamiento de que ese vecino borracho y miserable acabó por sobresalir del montón de los ciudadanos -o nadies- ganando una extraña lotería!

Es imposible eliminar la necesidad de “ser un quien”, de dotar de contenido a la persona, de enderezar el propio camino en algún sentido; pero las hipertecnológicas sociedades actuales sí que nos conceden un placebo para calmar la ansiedad: la ideología. Repletos de ideología hasta que nos fluya por los ojales podremos olvidar, siquiera a ratos, el deseo de acoger fines, de comprometernos con un destino personal y con la responsabilidad del yo.

No se desanimen, el sistema también ha previsto la lotería, un sueño que no rompe los cálculos porque con él se cuenta de antemano y que puede lograr -en esto consiste- cualquier fulano de tal.

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