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La esperanza es lo que te permitirá sobrevivir

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© Andrés Navarro García

Carlos Padilla Esteban - publicado el 16/10/15

La vida sólo merece la pena si tiene un sentido, si hay un amor por el que luchar, alguien que nos espera

Creo que el dolor más grande del ser humano es la pérdida de sentido en su camino de vida. El profundo vacío que puede llegar a encontrar en todo lo que hace. El hastío por llevar una vida aburguesada que no sacia la sed de infinito que tiene el alma. Esa sed honda, que aunque pretendamos saciarla con sucedáneos finitos, permanece viva.

Con frecuencia me encuentro con personas que viven su vida sin sentido, sin pasión. Sobreviven, se arrastran. A veces notan el vacío. Lo acarician. Pero otras veces caminan sin darse cuenta. Viven tan hacia fuera que no notan lo que no tienen.

Cargan el cansancio y sueñan con el descanso. Un día tras otro, semana tras semana. Pero no hay un sentido, no parece que haya una utilidad en lo que hacen, no luchan por lograr una meta, no tienen aparentemente un destino final de todos sus días.

Vivir sin sentido es sinónimo de vivir muriendo. Poco a poco, sin darnos cuenta. Recuerdo el libro El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.

En ese libro el autor relata que “los campos de concentración nazis dan fe de que los prisioneros más aptos para la supervivencia resultaron ser aquellos a quienes esperaba alguna persona o les apremiaba la responsabilidad de acabar una tarea o cumplir una misión”[1].

Los que le dieron un sentido al día a día en ese infierno lograron salir adelante, no desistieron. Le dieron sentido a días que parecían no tener sentido.

¿Cómo descubrir algo de luz en medio del dolor de la guerra, de la miseria de un campo de concentración?

Como decía Nietzsche: “El que tiene un porqué para vivir puede soportar cualquier cómo[2].

Sobrevivieron más que aquellos que habían dejado de vivir por dentro. Los que tenían un mundo interior que les llevaba a soñar con lo que no veían y sólo anhelaban encontraron un motivo para seguir luchando. Y pudieron mirar confiados el futuro.

El mismo Padre José Kentenich, en medio del campo de concentración de Dachau, en medio del infierno, soñó con el cielo: “¿Conoces aquella tierra cálida y familiar donde el amor eterno se ha preparado: donde corazones nobles laten en la intimidad y con alegres sacrificios se sobrellevan; donde, cobijándose unos a otros arden y fluyen hacia el corazón de Dios; donde con ímpetu brotan fuentes de amor para saciar la sed de amor que padece el mundo?”.

Me impresionan esas palabras que hablan de un amor ausente en un campo de trabajo, en el que la dignidad del hombre era herida y destruida cada día.

Él soñó con ese mundo que conocía, con esa Familia que había crecido en torno a un santuario. Soñó con el cielo en medio del infierno. Y encontró un sentido por el que luchar cada mañana.

Porque si la fe en el futuro falla, todo falla en nuestro interior: “Con la quiebra de la confianza en el futuro faltaban, así mismo, las fuerzas del asidero espiritual”[3].

Cuando dejamos de soñar con lo que puede ser. Cuando dejamos de creer que algo bueno puede nacer de las cenizas de la muerte y perdemos la esperanza, nos morimos lentamente. Por el contrario, cuando encontramos un sentido, no nos dejamos llevar por el desánimo.

En el campo de concentración, aquellos para los que la vida allí era sólo una parte de su vida, de su historia, un alto en el camino, encontraban un motivo para seguir luchando: “Infundir ánimos a un prisionero se conseguía proponiéndole metas futuras, presentándole un porvenir con sentido. Era preciso recordarle que la vida le esperaba, que un ser querido aguardaba su regreso con ansia”[4].

La vida sólo merece la pena si tiene un sentido, si hay un amor por el que luchar, alguien que nos espera, un objetivo que queremos alcanzar, una meta que nos marca un punto final, un futuro abierto que nos muestra la esperanza, una misión que cumplir en medio de los hombres.

Esto vale para todos nosotros. Para nuestra vida normal que a veces podemos dejar escapar sin vivirla con intensidad.

Cuando caminamos con un sentido que justifique nuestros pasos, con un sentido que nos trascienda en nuestra fragilidad, todo es posible, es más fácil y encontramos fuerzas en medio del cansancio.

Pero cuando no es así, cuando todo lo que hacemos no tiene un sentido claro, cuando ni siquiera sabemos para qué hacemos muchas cosas, entonces nos fallan las fuerzas.

Como comenta el autor del libro: “Una vida cuyo único sentido consistiera en salvarse o no, es decir, cuyo sentido dependiera del azar del sinnúmero de arbitrariedades que tejen la vida en un campo de concentración, no merecería la pena ser vivida”[5].

Una vida que sólo espera la salvación sin un sentido más hondo es una vida casi carente de sentido. No es necesario pensar en situaciones extremas como una guerra para valorar el sentido de nuestra vida.

Creo que “nosotros no inventamos el sentido de nuestra vida, nosotros lo descubrimos[6]. Cuando creemos en la misión que Dios ha sembrado en nuestros corazones somos capaces de luchar por ella.

Y es que el alma no se puede atar al polvo finito de nuestro camino. El alma sueña con cosas grandes. Por eso necesitamos trascendernos, pensar en una vida eterna, para caminar por nuestra vida finita.

Creo que el alma tiene alas muy grandes, inmensas. Alas que a veces no vemos porque están replegadas, escondidas, llenas de polvo. Las tenemos atadas a la tierra. Nos olvidamos de las alas y pensamos en pequeño, en diminutivo.

Vivimos mirando el suelo y dejamos de soñar con las alturas. Y el corazón se llena de pena por no ver más allá de los cielos finitos. Quiero ser grande en el fondo del alma. Grande y eterno.

Y a veces me confundo y quiero ser el mejor, o el primero en esta tierra caduca. Y cambio el sentido de la meta, el fin por el que lucho y me esfuerzo cada día por algo excesivamente pasajero.

Y desconfío entonces de mi futuro, del sentido de mi vida. Desconfío de los sueños y me hago tristemente realista. Porque los fracasos del camino me hieren muy dentro y no me dejan ser más optimistas con lo que ha de venir.

Dejo de creer en los cambios. En los propios que no siento, en los ajenos que no veo. Dejo de correr detrás de las quimeras y me conformo con contar los días que pasan ante mis ojos. No podemos vivir sin esperanza, sin ver más allá de nuestros fracasos. “Tenemos que tener esperanza. No podemos permitirnos pensamientos negativos. Incluso si piensas que las posibilidades de triunfar son escasas. La esperanza le da al alma la capacidad para sobrevivir[7].

La esperanza me hace creer que siempre puedo volver a empezar. Siempre es posible. Siempre amanece de nuevo aunque en mi alma parezca reinar la oscuridad. Siempre que crea, siempre que espere. No quiero perder esa mirada que me levanta cuando me caigo y me hace creer cuando desconfío.

[1] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido

[2] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido

[3] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido

[4] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido

[5] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido

[6] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido

[7] Louis Zamperinni, Don´t give up, don´t give in

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