Leer estas bellas palabras puede ayudarte mucho en tu crecimiento interiorEscribir cartas siempre me ha parecido una costumbre muy linda que no deberíamos perder. Recuerdo que cuando era pequeña me llegaban cartas de mis abuelos o mis tíos en mi cumpleaños o postales cuando estaban de viaje. Era tan emocionante ver los sellos, el papel bonito que olía bien, la dedicación con la que estaban escritas…
Entre amigas también nos escribíamos cartas para hablar de esas cosas que no teníamos oportunidad de compartir porque estábamos en clase o no podíamos vernos −cosas que no se decían por teléfono– porque, “¡el teléfono es para acortar distancias, no para hacer visitas!”, como repetían nuestras madres.
En fin, tantas cosas buenas que podemos hablar de lo que significaba recibir o mandar una buena carta.
Los santos escribían muchas. En su época no tenían internet para comunicarse con los que estaban lejos.
Varios de ellos cuando descubrieron su vocación se lo dijeron a sus familiares y amigos por este medio. Otros como el Padre Pío, recibían muchas cartas de sus fieles y dedicaban largas horas de su día a responderlas.
Y otros simplemente, lo hacían por la necesidad de comunicarse y exponer su corazón, en medio de la rigurosidad y el silencio del claustro.
Creo que leer algunas de estas cartas nos ayudará mucho en nuestro crecimiento interior, nos hará aprender de los santos a expresar nuestros sentimientos con sinceridad y a valorar los detalles.
¡Compartamos estas sencillas pero profundas cartas, y animémonos a escribirle a nuestros amigos y familiares que están lejos! 🙂
Adrian Clark© Adrian Clark/Flickr
Carta de santa Teresa de los Andes a su hermano Miguel
Mi querido hermano:
Antes de partir he querido dejarte estas líneas que te han de manifestar el inmenso cariño que te he profesado toda mi vida. He sentido por ti, al mismo tiempo que mucho cariño, mucha compasión. Comprendo, aunque tú nunca me lo has manifestado, que sufres; que llevas el alma destrozada.
Sin embargo, muchas veces he querido penetrar hasta esa herida, pero tu carácter reservado me la ha ocultado. ¿Qué hacer sino callar y rezar por ti?
Si tú pudieras comprender lo mucho que he llorado yo por ti, me oirías todo lo que mi alma te querría decir.
Pero quizás no querrás oír los consejos de una monja. Sí, monja seré, pero siempre tendré corazón de hermana para ti. Siempre velaré desde el convento y te acompañaré a todas partes con mis pobres oraciones.
Que jamás, Miguel querido, pierdas la fe. Antes prefiero morir y ofrecer mi vida que tu alma sea extraviada.
Prométeme que todos los días vas a rezar un Ave María a la Santísima Virgen para que te dé la salvación, y que ese crucifijo lo conservarás y llevarás siempre contigo hasta la muerte, como recuerdo de tu hermana.
Siempre lo he llevado yo conmigo. Siento la pena más inmensa al separarme, pero Dios me sostiene y me da fuerzas para romper los lazos más estrechos que existen sobre la tierra.
Créeme que mi vida entera será una continua inmolación por ti, para que seas buen cristiano. Acuérdate de tu hermana carmelita. Cuando las pasiones, los amigos te quieran sumergir en el abismo, ella al pie del santo altar estará pidiendo para ti la fuerza.
Acuérdate que, mientras tú te entregas a los placeres, ella tras las rejas de su claustro someterá su cuerpo a las más rudas penitencias.
Sí, Miguel, te quiero con locura y, si es necesario que yo pierda mi vida porque tú vuelvas sobre tus pasos y comiences la verdadera vida cristiana, aquí la tiene Dios.
Aun el martirio, con tal que, cuando pasen estos cuatro días del destierro, nos encontremos reunidos para siempre en Dios.
Adiós, hermanito querido. Perdóname todo lo que te he hecho sufrir. No ha sido con intención. No te olvides de tu hermana que tanto te quiere.
Juana F., Hija de María.
Pd: Te ruego que no dejes de cumplir con la Iglesia. Sé bueno con mi papá y mamá. Escríbeme.
Carta del Padre Alberto Hurtado a un amigo
3 de junio de 1945.
Mi querido…
Esta mañana, al leer en la santa Misa el Evangelio de hoy, me ha venido un fuerte deseo de escribirte para decirte algo que tengo atravesado entre el pecho y la espalda desde hace tiempo, y que jamás me atrevía a decírtelo, a pesar de la confianza que me has dado, por respetar en forma total tu libertad, como tú has visto que lo he hecho siempre….
Si recuerdas el santo Evangelio de hoy (S. Lucas 14,16-24), el Señor hizo una cena y los llamados comienzan a excusarse con los pretextos más fútiles desairando así a quien generosamente los había invitado.
Esta lectura me trajo a la mente tu recuerdo, pues, si quieres que te diga francamente mi impresión, ésta es que tú querrías servir a Cristo, ser generoso con Él, pero que no acabas nunca de decidirte a cortar las amarras, porque éstas son fuertes, justas, santas, bellas, las más bellas en el orden de lo lícito: las del hogar donde uno ha nacido, y en un caso como el tuyo, de un hogar donde todo el cariño se reconcentra en el hijo único.
Yo debo pensar en los que el Señor ha confiado a mis cuidados y muchas veces he pensado que tu inconsciente lucha muy fuertemente contra el llamamiento del Señor que te dice HOY, y tú le dices: MAÑANA… y yo me temo que ese “mañana”, pueda equivaler a “nunca”, como ha resultado verdad para tantos amigos nuestros, incluso para otros que, en el mismo puesto que tú ocupas en la A. C., sintieron un día el llamamiento de Cristo y hoy van por otro camino, honesto, lícito, pero que no es el que ellos creyeron en un primer momento, y en el que yo siempre he pensado que habrían dado más gloria a Dios, si a tiempo hubiesen marchado generosamente.
Después, los oídos se endurecen, los ojos no tienen la finura para percibir y llega uno a creerse no llamado.
Tú has reaccionado violentamente contra una actitud semejante, pero te pido, Víctor, que delante de Nuestro Señor, ante su Cruz pienses si eres sincero con Él al esperar aún más; o si no sería mejor afrontar la dificultad en la forma más valiente que sea posible: fijarte una fecha, hablar con tus padres, quemar las naves y echarte al agua, esto es, en los brazos de Cristo para trabajar por su gloria y por la salvación de las almas.
Si tú en tu conciencia crees que la conducta debe ser otra, ten por no dichos mis consejos, pero si la voz de Cristo persiste, tú que has “puesto la mano al arado no vuelvas los ojos atrás”, porque ese “no es apto para el Reino de los cielos”.
“El Reino de los cielos padece violencia y sólo los esforzados lo arrebatan”. “El que ama su alma la perderá y el que la perdiere por mí la hallará”. “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese, tome su cruz y sígame”. [cf. Lc 9,62; 16,16; 17,33; 9,23].
Quizás el Señor espera para bendecir a la Acción Católica y a otras vocaciones en germen, tu sacrificio. No dudes en hacer en cada momento, hoy mismo, lo que creas delante de Dios que debas hacer. El mañana es muy peligroso.
Esta carta es sólo para ti, y tu confianza para con tu ex-asesor y (actual) director espiritual es la que me ha dado fuerzas para escribirla. Ruega a Jesús que yo también no ponga obstáculos a sus designios sobre mí.
Afectísimo amigo y hermano en Cristo.
Alberto Hurtado C. s.j.
Carta del Padre Pío a un hermano de comunidad
San Giovanni Rotondo, 3-9-1918.
Queridísimo:
Que Jesús te conforte y esté siempre contigo.
Recibo tu carta en la que me describes tus imperfecciones y tus penas, y querría poder aliviarte y enviarte algún remedio a tu enfermedad.
Pero, hijo mío, siento no poder hacerlo como seria mi deseo, porque ni el tiempo me lo permite ni me acompañan las fuerzas ni físicas ni morales.
Me encuentro muy mal y me doy cuenta de haber llegado a ser superlativamente pesado a mí mismo. La mayor parte de lo que me dices y de lo que silencias no necesita, de ordinario, más remedio que el paso del tiempo y de los ejercicios practicados según la regla bajo la cual se vive.
Hay igualmente algunas enfermedades físicas cuya curación no se consigue tomando medicamentos y sí, con modo idóneo de vivir.
El amor propio, la propia estima, la falsa libertad de espíritu, son raíces que no pueden arrancarse del corazón fácilmente; pero puede impedirse que produzcan sus frutos, que son los pecados.
Porque sus brotes y salidas, o sea las primeras sacudidas y primeros movimientos, no pueden impedirse del todo mientras estamos en este mundo; pero se puede, y en esto debemos poner todo nuestro cuidado, moderar y disminuir su ímpetu y manera con la práctica asidua de la virtud contraria y particularmente de la humildad, de la obediencia y del amor a Dios.
Hay que tener paciencia, pues, y no desanimarse por cualquier imperfección o porque se cae en ella frecuentemente sin quererlo.
Quisiera tener un buen martillo para romper la punta de tu espíritu, que es demasiado sutil en los pensamientos de tu avanzar espiritual.
Pero te lo he dicho muchas veces, querido, y te lo repito otra más: en la vida espiritual hay que caminar con gran confianza.
Si obras bien, alaba y dale gracias al Señor por ello; si te acaece obrar mal, humíllate, sonrójate ante Dios de tu infidelidad, pero sin desanimarte; pide perdón, haz propósito, vuelve al buen camino y tira derecho con mayor vigilancia.
Ya sé muy bien que no quieres obrar mal dándote cuenta; y las faltas que cometes inadvertidamente sólo deben servirte para adquirir humildad.
No temas y no te angusties con las dudas de tu conciencia, porque ya sabes que obrando con diligencia y haciendo tú cuanto puedas, sólo te queda pedirle a Dios su amor, ya que Él no desea otra cosa que el tuyo.
Practica cuanto has aprendido de mí y otros; no temas y procura cultivar con tu amor, con diligencia, la suavidad y la humildad interior.
Había prometido ir ahí a pasar unos meses y poder veros a todos y deciros cosas hermosas de Jesús; y confortaros y confirmaros en las santas resoluciones; pero conviene renunciar, aun sintiéndolo mucho, por ahora, a causa del motivo arriba expresado.
Por ahora, Jesús no me lo permite y fiat! Cumpliré la promesa en cuanto el Señor lo quiera.
Pido continua y ardientemente al cielo mil bendiciones para ti y para nuestros hermanos, y sobre todo para que seas humilde y manso de corazón, y para que aproveches de las pruebas a que piadosamente te somete el Señor, recibiéndolas amorosamente por amor a quien por el nuestro toleró tantísimas.
Salúdame a todos, os abrazo a todos. Salúdame a Fray Marcelino y dile que recibí su tarjeta y se lo agradezco de corazón, y si necesita algo de mí antes de que vaya yo ahí, que me escriba tan solo.
Pío.
© Pimthida/Flickr
Carta de Gianna Beretta Molla a su esposo Pietro (antes de casarse)
…Pietro, si pudiera decirte todo lo que siento por vos! pero no soy capaz -complétalo tu-. El Señor me quiere mucho: tú eres el hombre que deseaba encontrar, pero no te puedo negar que varias veces me pregunto: ¿seré digna de ti?
Sí, de ti, Pietro, porque me siento una nada, incapaz de hacer nada, que a pesar que desea hacerte tan feliz, tengo miedo de no conseguirlo.
Y es entonces que le pido al Señor: Señor, Tú que ves mis sentimientos y mi buena voluntad, ayúdame a ser una esposa y madre como Tú quieres, y pienso que Pietro lo querrá así también. ¿Esta bien así Pietro?
Con tanto, tanto afecto, te saluda,
Tu Gianna.
Carta de san Rafael Arnaiz a sus tíos
12 de enero de 1934 – viernes
A sus tíos los Duques de Maqueda, desde Oviedo
Queridísimos tíos: Dos letras nada más para que salga esta carta hoy.
Nada os tengo que decir, pues mis palabras son pocas para expresarlo todo, y lo único que puedo deciros es que yo no he hecho nada, pues Dios nuestro Señor lo ha hecho todo, absolutamente todo.
¡Si vosotros supierais cómo me quiere y de qué manera me ha sostenido y me está sosteniendo!, ni nada le pediríais, ni nada le ofreceríais.
Todo se reduciría a alabarle sin cesar, a bendecirle y ensalzarle y a entonar continuamente un glorioso canto de acción de gracias y de agradecimiento.
¡Señor, Señor, nada os pido, porque ya lo tengo todo que sois Vos!; solamente permitidme unirme al coro de los ángeles, arcángeles y querubines y a toda la milicia celestial, y que mi corazón aquí en la tierra se remonte al cielo y cante el “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Si vierais qué contento estoy al ver que Dios acepta lo que le he ofrecido; no lo que le he ofrecido yo, que eso poco vale, sino lo que le han ofrecido tan generosamente mis padres… ¡Qué almas más grandes!
¡Qué gran responsabilidad he contraído! ¡Pero la Santísima Virgen me ayuda de una manera, que casi materialmente la experimento.
Quisiera volcarme, pero es tan grande todo lo que tengo dentro, que no puedo, pues si grande es mi alegría, grande, muy grande es mi dolor, pero mucho más grande es mi amor a Dios, si no, no seria posible. No les puedo decir cuándo me marcharé, pues estoy esperando carta de mi buen Padre Abad.
Las cosas han ido por el camino que me indicó el Sr. Nuncio; mi padre, no solamente me da el permiso, sino que él mismo va a ofrecerme; yo no salgo huido de mi casa, sino que me despediré de mi madre…
Cuento, no con mis fuerzas, ni con las de mis padres…; cuento con el auxilio de la Virgen, y con las fuerzas que da un Dios, como el nuestro.
Me acuerdo de las palabras del Sr. Nuncio: “Hay que hacer las vocaciones, no solamente agradables a los ojos de Dios, sino suaves y dulces a los ojos de los hombres, es decir, sin violencias, ni convulsiones, sino todo lo contrario, agradables”.
Cuando esto es posible como en mi caso, hay que hacerlo así. Quizás se sufra más, no digo que no, pero a los ojos de Dios es más meritorio, ¿no les parece?
Bueno, ya les escribiré cuando esté en mi monasterio.
Mando para la abuela el papelito adjunto, y se lo mando a ustedes porque no sé si la abuela está en Madrid.
No vayan a creer que las he robado ¡eh!, cuidadito; es que me dio la tía unas pesetas, por si tenía que reparar alguna necesidad, y entre otras personas lo primero que pensé fue en la abuela y en vosotros…
Si todavía está con vosotros, la dais un abrazo muy fuerte de mi parte, y para vosotros, queridísimos tíos, nada, pues nada os puedo mandar como no sea mucho cariño de vuestro sobrino.
Rafael.
Carta de santa Teresita a su hermana Celina
Jesús + El Carmelo, 20 de octubre de 1888.
Mi querida Celina:
¡Así que mañana es tu santo! Pero si no es posible, puedo hacerlo al menos en mi corazón. ¿Qué quieres que te regale para tu santo?
Si escuchase a mi corazón, le pediría a Jesús que me enviase a mí todas las penas, todas las tristezas, todos los problemas de la vida de mi querida Celina; pero, ya ves, no lo escucho, porque tengo miedo a que Jesús me diga que soy una egoísta, pues entonces querría que me diese a mí lo mejor que él tiene, sin dejar ni siquiera un poco para su prometida, a quien tanto ama.
Si le hace sentir la separación pedirle eso a Jesús. Y, además, él es tan rico, tan rico, que tiene de sobra para enriquecernos a las dos…
¡Y pensar que, si Dios nos diese el universo entero con todos sus tesoros, eso no sería comparable con el más ligero sufrimiento!
¡Qué gracia tan grande cuando por la mañana nos sentimos sin ánimo y sin fuerzas para practicar la virtud! Ese es el momento de poner el hacha a la raíz del árbol reunir unas pocas pepitas de oro, extraemos diamantes, ¡y qué ganancia al final de la jornada…!
Es cierto que a veces nos despreocupamos durante algunos instantes de acumular nuestros tesoros. Ese es un momento peligroso, pues se ve una tentada de mandarlo todo a paseo; pero con un acto de amor, aun no gustado, todo queda reparado, y con creces: Jesús sonríe, nos ayuda sin parecer que lo hace, y nuestro y débil amor enjuga las lágrimas que los malos le hacen derramar.
El amor todo lo puede: las cosas más imposibles no le parecen difíciles, mira tanto la grandeza de las obras, ni siquiera su dificultad, cuanto el amor con que se hacen.
Hace algún tiempo encontré una frase que me parece muy hermosa. Es ésta, creo que te va a gustar: “La resignación es todavía distinta de la aceptación de la voluntad de Dios; existe entre ellas la misma diferencia que entre la unión y la unidad. En la unión hay todavía dos, en la unidad no hay más que uno”.
¡Seamos más que uno con Jesús! Despreciemos todo lo que es pasajero. Nuestros pensamientos deben dirigirse al cielo, pues allí está la morada de Jesús.
Pensaba hace unos días que no debemos apegarnos a lo que nos rodea, pues podríamos vivir en otro lugar distinto de éste en que vivimos, y entonces nuestros afectos y nuestros deseos ya no serían los mismos…
No sé explicarte mi pensamiento, soy demasiado torpe para hacerlo, pero cuando te vea te lo diré de palabra.
¿Por qué te habré dicho todas estas cosas que tú sabes mucho mejor que yo? Perdóname. Necesitaba tener contigo una conversación como las que teníamos antaño.
Pero ese tiempo no pasó, seguimos siendo las dos una misma alma, y nuestros pensamientos siguen siendo los mismos que eran en las ventanas del mirador. Me llena de alegría pensar que un día celebraremos tu santo en la ciudad celestial.
Tu hermanita,
Teresa del Niño Jesús.