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El Observador - publicado el 12/10/15

Se nos hace fácil mal aconsejar a los despistados que, al verse apurados, buscan quien los apoye. Y lo que decimos tiene consecuencias en la vida de otros

Hace unos días, escuché a un amigo sacerdote predicar en su homilía algo que me ha dejado pensando seriamente: a veces es muy cómodo echarle la culpa al diablo de lo que hacemos (ya sé que muchas personas creen que no existe y hasta se burlan de quienes ponemos sana distancia entre ese ser demoniaco y nosotros, pero su existencia es real, lo crean o no), y como nos gusta descargar nuestra responsabilidad sobre quien sea, nos da igual si es un demonio, un ángel, el destino o el mismo Dios.

Con esas novedades salen muchos que en las redes sociales son amantes de actualizar sus estados con la última frase dulzona y cursi que se le “ocurrió” al “coach de vida” que está de moda (así les llaman a los demagogos actualmente), que, por cierto, nada tienen de originales pues sólo se concretan en cambiar palabras y utilizar sinónimos para lanzar una frase que ya se le había ocurrido a alguien más.

Y entre dichas máximas, se encuentran aquellas que ponderan el libertinaje y la falta de valores, pretendiendo apoyar la realización personal y, como consecuencia, la felicidad del susodicho o susodicha que cree ciegamente en la falsa sabiduría del guía consultado.

De este modo, cunden los malos consejos, pues creemos que se trata de pasar por encima de los demás o, sin darnos cuenta, hasta de nuestra propia dignidad para conseguir lo que sea; fácilmente caemos en la trampa de brujos, adivinos, horóscopos, videntes, piedras, amuletos, corrientes y modas extrañas, terapias basadas en energías y deidades paganas que prometen darnos amor, dinero y felicidad con sólo consumir lo que nos ofrecen.

Y lo peor del caso, es que nosotros nos convertimos en promotores de esos errores. Vamos perdiendo de vista lo que es verdadero y bueno, y se nos hace fácil mal aconsejar a los despistados que, al verse apurados, buscan quien los apoye.

Recuerdo dos casos sumamente aberrantes. Una joven resultó embarazada. Angustiada porque sus padres iban a molestarse mucho, pidió el parecer de una mujer mayor, quien, en lugar de pensar como una persona prudente y madura y recomendarle hablar con sus papás para arreglar la situación, optó por darle el nombre de una clínica de abortos. Otro más fue el de unos chicos que comenzaron a tener amistad con un adulto, tío de uno de ellos, quien los llevaba a prostíbulos para que se “hicieran hombres”.

Creo que a muchos nos invade la impotencia al enterarnos de estas cosas, sobre todo porque abundan en la actualidad. Y los encontramos en todos los ámbitos, pues hasta en el gobierno, que debiera velar por los ciudadanos, se encarga de promover anticonceptivos y preservativos que en nada han resuelto el problema de enfermedades venéreas y embarazos precoces. Y se agrava la situación porque muchos padres de familia a veces apoyan tales desvíos. De este modo, se convierten en malos ejemplos, orillando a otros a actuar equivocadamente, tomando decisiones de las que terminan arrepintiéndose para toda la vida.

Por eso creo necesario que reflexionemos sobre nuestras propias vidas y entendamos que lo que hacemos y decimos puede dejar huellas indelebles en otros más pequeños o frágiles, como los niños, adolescentes y jóvenes para quienes representamos un modelo de autoridad y ejemplo a seguir, sobre todo si son nuestros hijos, sobrinos o amigos cercanos. Decía San Francisco de Asís: la palabra convence, pero el ejemplo arrastra, por eso debemos ser cuidadosos con nuestros actos, que nos pueden convertir en malas influencias para aquellos que aún no saben discernir bien la maldad ni afrontar las consecuencias de sus actos.

Pensemos que en un futuro no muy lejano, los adultos seremos viejos y los jóvenes tomarán nuestros lugares, ¿estamos seguros de que con la escala de valores que les estamos inculcando tendremos un mejor país? Porque sobra la gente que se queja de los problemas, sin embargo, poco hacen para solucionarlos. Nos esmeramos en obtener bienes materiales y nos desvivimos por banalidades, pero lo verdaderamente trascendente ni siquiera pinta en nuestras vidas. Entendámoslo: si no somos parte de la solución, siempre seremos parte del problema. Demos buen ejemplo para asegurar el futuro de nuestros jóvenes y niños.

Artículo originalmente publicado por El Observador

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valores
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