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A raíz del estreno de la película Yo, él y Raquel y de otras como Bajo la misma estrella, reflexionamos sobre cómo la enfermedad y la muerte no solo no escandalizan ni traumatizan a los adolescentes sino que son ellos mismos los que las prefieren frente a otro tipo de películas.
¿Es mejor “proteger” a los chicos hasta que se hagan mayores, de temas como la enfermedad o la muerte, o es bueno hablarles con un realismo adaptado a su edad? ¿Qué nos dice el cine reciente al respecto?
Películas como Maktub, Cartas a Dios, Vivir para siempre, Alexia, Camino o Planta 4ª (a parte de las citadas en el párrafo anterior) ponen al cáncer y a la muerte como temas centrales de historias destinadas para adolescentes. Definitivamente, y según los datos de recaudación de taquilla, este tipo de películas parecen estar creando un género nuevo que interesa a Hollywood. Y les interesa porque los adolescentes son sus principales consumidores; y, hoy en día, coinciden con esa generación que comunica todo por redes sociales; dejando así, huella de gustos y preferencias que son muy bien analizadas.
Pero por otro lado, es aún muy frecuente ver cómo muchos padres protegen a sus hijos de ir a funerales o de visitar a enfermos en el hospital. Sin embargo, luego son los propios chicos los que elijen ver historias de amor entre adolescentes con cáncer (Bajo la misma estrella) o cómo una enfermedad como la leucemia permite una amistad más honda y correspondiente (Yo, él y Raquel).
Y si los adolescentes demuestran interés por temas como la enfermedad o la muerte y consiguen identificarse con esos personajes, ¿por qué siguen siendo, incluso en ámbitos católicos, temas tabú que incomodan de los que mejor no hablar? O ¿es que delegamos determinados temas al cine o al colegio en lugar de usar el cine precisamente como recurso externo para abordar temas tan delicados como éstos?
Es verdad que muchas de estas películas banalizan el tema de la muerte y no suelen aportar alternativas más allá del vacío más absoluto; bien sea su versión desesperada y resignada o bien sea esa versión nihilista de indiferencia cínica que termina explotando ante el sufrimiento o ahogada entre drogas y alcohol. Interesante, en esta línea autodestructiva, sería ver el personaje de Jesse Pinkman (Aaron Paul) y su evolución en la dura y ya legendaria Breaking Bad; serie de televisión estadounidense en donde al protagonista le diagnostican un cáncer de pulmón.
Al crear historias, ya sea para cine, televisión o literatura, todo es más hondo y verdadero cuando hablamos de temas delicados como la muerte o la enfermedad; los personajes adquieren matices y al verse en situaciones comprometidas cobran vida con rapidez, pareciéndonos más humanos y cercanos. Y los adolescentes, con sus cambios fisiológicos, hormonales y sociales, están muy atentos a lo auténtico y detectan al vuelo el tópico o la regañina fácil.
Según el cine que estamos comentando, un adolescentesolo prestará atención si aparece un adulto ilusionado por su vida: un profesor capaz de cautivarles (El club de los poetas muertos), un vecino que les acoja como padres (Gran Torino) o una madre o un padre capaces de abrazarlo todo (Thirteen, El bola). Aunque a veces, las pocas, son los propios enfermos los que parecen ángeles con una misión oculta que terminará mejorándolo todo; como sucede en la maravillosa ópera prima de Paco Arango, Maktub.
En definitiva, la esperanza no está tanto en las nuevas generaciones como en que aparezca un adulto que no les diga eso de “aprovecha mientras eres joven” sino que con sus gestos y palabras despierte en ellos una sana envidia por crecer a pesar incluso de las enfermedades o de la muerte.