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Ana Diosdado y la educación del español en “Anillos de oro” y “Segunda enseñanza”

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Antonio Rentero - publicado el 09/10/15

"Anillos de oro" fue la serie que "documentó" la llegada del divorcio a España

Esta semana ha fallecido una mujer que personal y profesionalmente se ha encontrado durante décadas muy cómoda en un segundo plano escénico. Ana Diosdado alcanzó gran popularidad en la década de los ochenta gracias a su faceta como actriz televisiva pero su auténtica vocación estuvo siempre sobre las tablas y de hecho el propio libreto del que ella misma fue autora para la serie Anillos de oro (editado en su momento en Cátedra, esa firma que asociamos automáticamente a las obras que debíamos leer en la asignatura de Literatura) dejaba patente esa impregnación de la dramaturgia que, ahora que ha desaparecido su autora, conviene recordar e incluso recomendar para quienes gusten de revisar viejas series capaces de ofrecer un fiel reflejo de la sociedad en que surgieron.

Anillos de oro pretendió (y consiguió) plasmar diversas aproximaciones a uno de los temas más polémicos de la época de su estreno en televisión (además en un momento en que la única alternativa al zapping era pasar de la 1 a la 2 y de nuevo a la 1.

El divorcio marcaba una apertura no tanto política como social y, por supuesto, religiosa en el ambiente histórico de la Transición, con un gobierno socialista recién llegado al poder, con la amenaza (tras la despenalización del adulterio) de que una vez legalizado el divorcio llegaría la del aborto y vaya usted a saber qué más.

Abordando con naturalidad y sin maniqueísmos la ruptura con una mentalidad que se sometía a un aggiornamento lo desease o no, Ana Diosdado supo captar como probablemente sólo la inspiración escénica sea capaz, algunos de los arquetipos más reconocibles de lo que en el fondo no es un fracaso de la sociedad ni las instituciones sino de los proyectos personales y de los propios individuos.

Cada semana los espectadores de Anillos de oro veían cómo esa pareja de abogados encarnados por la propia Diosdado y por un jovencísimo Imanol Arias afrontaban los conflictos de parejas con perfiles inseparables del período y el marco históricos a los que sólo la recién aprobada Ley del Divorcio parecía capaz de sacar de un conflicto irresoluble.

Sin entrar en la valoración que puede hacerse del recurso al “aquí paz y después gloria” de la ruptura matrimonial, algunos capítulos mostraban lo que era fácilmente reconocible en algunos supuestos para muchos espectadores: parejas que llevaban décadas viviendo una ficción en cuanto a su unión matrimonial y que sólo pretendían legalizar una situación de hecho. Otras, en cambio, veían en el recién legalizado divorcio una tabla de salvación a una relación que no sabían, no podían o no querían arreglar.

Muchos españoles pudieron encontrar en los ejemplos televisados una escarmiento en cabeza ajena o un modelo a seguir y probablemente la visión nada frívola y sí muy reflexiva y compasiva de Diosdado pudo servir más de ayuda que de mero entretenimiento. Fue sin duda su mayor éxito.

En cambio esa misma vocación casi didáctica no llegó a alcanzarse de un modo tan redondo con otra serie televisiva posterior debida también a Ana Diosdado. Tras abordar la peliaguda cuestión del divorcio trató de aproximarse a una materia conflictiva: la juventud.

De nuevo los aires renovadores de la Transición, las nuevas e inabarcables libertades que llegaban a los españoles, especialmente los más jóvenes, y la siempre complicada relación que mantienen estos entre sí y con sus mayores (especialmente los padres) en tan delicada edad como la adolescencia sirvieron de base para Segunda enseñanza, todo un antecedente (aunque, de nuevo infinitamente menos frívolo que ejemplos posteriores) de productos como Al salir de clase, pero en esa ocasión la siempre impredecible e inasible juventud no llegó a ofrecer un reflejo tan fiel o tan creíble a pesar de los esfuerzos en parte exitosos de mostrar un fresco, hijo también del tumultuoso período de la Transición, que tantas posibilidades ofrecía por la efervescencia del momento, añadida al de la propia edad de los protagonistas.

Ana Diosdado logró convertir en producto ficcionado de estimable calidad la crónica de una época, de una situación, de una revolución, de una sociedad. Algo que en siglos anteriores pudo conseguir el teatro pero que en el caso del final del siglo XX ofreció como escenario la pequeña caja sobre la que aún se reunían las familias antes de la deriva actual de la multipantalla, los dispositivos móviles, el streaming, las series bajadas de internet y de cuatro personas cada una en una habitación distinta del hogar viendo contenidos diferentes. Tiempos y costumbres.

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