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Por favor: Ideas claras pero no fijas

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© El Club de la Política / Flickr / CC

Joven pensativo

Carlos Padilla Esteban - publicado el 27/09/15

Tener un corazón abierto, flexible, libre, nos capacita para la vida, nos convierte en constructores de paz

Quiero saber lo que pienso y creo, tener opiniones sobre las cosas. Saber lo que me parece importante y superfluo. Porque así no me dejaré llevar por las opiniones de los demás y no cambiaré de opinión rápidamente con los nuevos vientos.

Decía el Padre Kentenich: “De este modo se abre el camino al hombre masa sin alma o sin interioridad, cansado de la libertad e incapaz de decidir, que puede ser movido de un lado al otro como una caña mecida por el viento de la opinión pública o por el látigo del dictador”[1].

El hombre que se deja llevar por la masa es un hombre que no tiene claras sus ideas, que no sabe a quién sigue. ¿Soy así? ¿Tengo claro a quién sigo? ¿Tengo claro lo que pienso?

Tener ideas claras sobre lo que quiero que sea mi vida no me cierra a los demás, al contrario, me abre. Por eso es tan importante cultivar la humildad y el respeto desde la propia verdad.

No nos abrimos cuando pensamos que somos poseedores de verdades absolutas. Verdades que excluyen los demás puntos de vista sobre la realidad. Necesito abrirme a que los otros pueden tener razón en su verdad. Necesito aceptar que no todo es blanco o negro, que hay matices, y que la vida, vista por otros ojos, tiene otra luz.

Tengo que aceptar que no por pensar de otra forma una persona no es digna de mi aprecio. A veces nos ocurre con aquellos que actúan de una forma diferente a la nuestra. Los condenamos.

Comprender es un acto del corazón más que de la razón. El corazón comprende aquello que a la razón confunde.

Si me quedo encerrado en la seguridad de mi verdad. Si me escondo de los hombres en la protección de mis muros, es imposible un diálogo verdadero, hondo y auténtico. No necesito pensar de la misma forma como piensan los otros para quererlos y respetarlos.

Es cierto que a veces es más fácil amar al que piensa como yo. Pero no siempre es así. En ocasiones no es tan fácil amar a los que tienen los mismos principios, la misma fe. ¿Cómo es mi corazón? ¿Estoy abierto al que hace las cosas de otra forma?

Las opiniones diferentes sobre la vida son muchas y variadas. Una persona que no piensa ni actúa como yo, no está cuestionando mi forma de actuar. La verdad de mi vida no se construye sobre la aceptación de todos. No es posible. Otras formas de pensar sólo muestran la riqueza de este mundo.

Tener un corazón abierto, flexible, libre, nos capacita para la vida. Nos convierte en constructores de paz. Tener un corazón rígido, estrecho, esclavo, nos encierra y aísla. Sólo puedo construir unidad desde el amor y el respeto.

No quiero convencer a nadie de que mi opinión es la mejor. No es posible, ni necesario. ¡Qué difícil sembrar paz desde el rencor! ¡Qué difícil unir cuando no acepto al que no piensa como yo! La unidad y la comprensión son un verdadero milagro. El lenguaje del corazón es uno. Pero no lo conocemos.

[1] J. Kentenich, Mi filosofía de la educación

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