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Examen sobre la propia mirada contra juicios “ligeros”

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© Guillermo Alonso / Flickr / CC

NIña con espejo

Carlos Padilla Esteban - publicado el 27/09/15

Todos somos suyos, no hay fuera ni dentro, somos de Dios

Juan se acerca hoy a Jesús. Tiene una inquietud en el alma. Seguramente habla en nombre de todos: “Juan le dijo: – Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo”.

Lo que pregunta Juan lo podríamos preguntar nosotros mismos. Es tan humano. Tiene que ver con la mirada. Un mismo hecho se puede mirar de distintas formas. Es la mirada pura o la mirada que siempre mancha, sospecha, juzga y ve algo oscuro detrás de una apariencia inocente. La mirada

¿Cómo miramos la vida? ¿Cómo miramos a los demás? Juan ha visto a un hombre que libera y cura, que desata personas encadenadas en al alma por la angustia y el demonio. Un hombre que siembra paz y hace el bien.

Sana en el nombre de Jesús. No en el suyo propio, sino pronunciando a Jesús. No hace mal a nadie, al contrario, hace el bien. Pero no es de los suyos. Por eso Juan y los otros discípulos trataron de impedir que siguiera haciendo el bien en el nombre de Jesús.

Es curioso. Así dicho suena extraño. Quizás Juan esperaba la aprobación de Jesús por haber prohibido a ese hombre hablar en su nombre. Tal vez estaban molestos por la osadía de ese hombre que se atreve a hacer lo que ellos hacen, lo que Jesús hace, sin permiso.

Su mirada es muy humana. Tienen seguramente miedo de dejar de ser los únicos, los elegidos. Miran al hombre y sólo ven que no pertenece a su grupo. No es de los suyos. Ellos tienen en exclusividad el poder para curar en el nombre de Jesús. Al mirar al hombre, sólo ven que no es de ellos, y no que libera nombrando a Jesús.

Ese hombre actúa descentrado, porque no cura en su propio nombre sino en el de Cristo. Es lo mismo que Jesús les pidió cuando los envió a misionar. Que fueran en su nombre, que curaran en su nombre. Y ahora otro, un desconocido, usurpa su misión.

La mirada de los discípulos es a veces la nuestra. Criticamos. Nos parece mal lo que otros hacen. Aunque sea un bien lo que están haciendo. Nos duele la forma como lo hacen, el que no tengan derecho a hacerlo.

No procede. Esto es mío. Lo poseo yo y nadie puede usarlo. Esta persona es de mi propiedad y me cuesta cuando se acerca otro.

Quizás, al mirar a ese hombre que sana el alma en nombre de Jesús, los discípulos temen perder su predilección, ese famoso puesto que se han merecido después de tantos días a su lado.

Y ahora llega uno cualquiera, que no anda con ellos, y quiere tener el derecho de actuar como Jesús. ¡Cuántas veces pensamos así, protegemos lo nuestro, rechazamos a otros!

Hoy Jesús nos pide que confiemos en las personas, que no condenemos con facilidad: “Jesús dijo: – No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros”.

Jesús les invita a la confianza. A veces caemos en el juicio y en los celos. Nos molesta que otros tengan protagonismo. Incluso que destaquen o realicen obras más grandes que las nuestras. Nos molesta y condenamos.

Jesús nos invita a la misericordia. El que no está contra nosotros, está de nuestro lado. Es bonito pensar así. Es una mirada positiva sobre la vida, sobre las personas. Jesús sólo ve al hombre. Ve la rectitud de la intención.

Yo quiero mirar así, al corazón, a la bondad de las personas, a lo que son en lo más hondo. No quiero quedarme en la fachada, en la apariencia. No quiero imaginar lo que se esconde.

Quiero ver la verdad de su intención. Sin clasificar porque no sean de los míos, porque no piensen como yo, porque tengan distintas formas, distinta vida.

Jesús mira a ese hombre y lo admira. Admira su fe. Su valentía. Su humildad al nombrarle, sin señalarse a sí mismo. Se fija en sus obras, que son de misericordia. Se fija en su alma. No duda de sus intenciones.

Quiere que los suyos también limpien su mirada. Les pide que no encasillen, que cuenten con todos, que miren las obras y el amor con que las hacen. Todos caben. Cualquiera. No hay nadie fuera, sea quien sea. Nadie que le nombre a Él al hacer el bien puede estar lejos.

Jesús, con paciencia, les ayuda a mirar como Él. A mirar dentro, no fuera. Con libertad. Sin miedo. A mirar al otro sin pensar en lo que les quita, sino sólo lo que el otro es. Juan habla con Jesús después de haber prohibido hablar a ese hombre. No se lo consultaron antes. Lo hacen y después se lo cuentan.

Muchas veces hago yo lo mismo. Le cuento a Jesús lo que he hecho y quiero que me apoye, que me felicite, que confirme esa decisión que tomé sin sentarme a hablarla con Él antes. Sin haberle pedido que me ayudase a mirar con sus ojos. A amar desde su corazón.

Jesús quiere que sean grandes de alma, y no mezquinos. Comprensivos, acogedores, respetuosos, abiertos. Les enseña a compartir lo que tienen sin querer quedárselo. A ser generosos. A dar. Sin tener celos, ni envidia.

Dios valora cualquier cosa pequeña que hagamos. Hasta dar un vaso de agua. Su medida es generosa. Su amor es sin medida. Hoy examinamos nuestra mirada. ¡Cuántas veces, cada noche, le decimos lo mismo a Jesús: “Jesús, hoy he visto…” Y le contamos la queja que tenemos contra el otro, lo bien que lo hemos hecho nosotros. Y esperamos su aprobación.

Y Jesús, como esa noche con Juan, nos acoge, nos dice que amemos, que salgamos de nosotros mismos, que miremos desde el otro, no desde nosotros. Lo que hace el otro no tiene por qué ser motivo de celos, de comparación, de juicio o amenaza.

Miramos desde nuestro cristal. Jesús nos enseña a mirar hasta el fondo. Quizás esa persona no cree, o su fe es distinta, o sus ideas no tienen que ver con las mías. Pero en sus obras, en su bondad, Dios está presente.

Es curioso cómo el mismo hecho Juan y Jesús lo ven de forma distinta. Quizás gracias a que hablaron, Juan pudo mirar de un modo nuevo. Juan era noble, amaba a Jesús, y se fiaba de Él. Todo esto, poco a poco, iba forjando su alma en el molde de Jesús.

¿Cómo es mi mirada? Me conmueve esa mirada de Jesús. Todos somos suyos, no hay fuera ni dentro. Somos de Dios. El que llega el último y el primero.

¡Qué manera tan bonita de dar alas, de regalar sin querer atesorar! Jesús da lo que tiene. Y no le importa que otros lo usen. ¡Cuánto nos cuesta dar lo que somos gratis, sin condiciones, sin contabilizar el éxito!

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