Grandes producciones, con sus historias de refugiados, despiertan el deseo de acogerles, frente al individualismo actualSon millones las personas que a lo largo de la historia han recibido la etiqueta de refugiados. Huyeron de guerras que amenazaban sus vidas; de desastres naturales que les sumían en la pobreza; de sistemas políticos injustos o de persecución por razón de su ideología, de su orientación sexual, de su raza o de su religión. Cada persona lleva una historia en su mochila, y sus zapatos viejos narran un drama ahogado que busca un espacio donde ser sanado. Y el cine ha sido espejo de todo esto.
El mero hecho de que se vean imágenes de refugiados en televisión, despierta el deseo de acogerlos. Si miramos las noticias con un mínimo de sensibilidad, veremos cómo brota una compasión en nosotros. Descubrimos que estamos hechos para acoger su sufrimiento y, al hacerlo, inevitablemente nos conmovemos. Porque, como nos dice Pixar con la interesante Inside Out (una compleja pero eficaz crítica contra el emotivismo), cada emoción es una invitación a vivir a fondo nuestra humanidad y no solo superficialmente. En definitiva, el refugiado nos descubre el deseo de acoger que llevamos dentro.
Es muy extensa la lista de películas que abordan este tema pero podríamos dividirlas en dos grupos: aquellas que lo tratan de forma explícita como Hotel Rwanda, Wellcome, Un franco, 14 pesetas, La vergüenza, Las uvas de la ira, La jaula de oro, Un viaje de 10 metros o London River; por citar algunas; y aquellas que lo abordan de forma colateral o a través de géneros cinematográficos como la ciencia ficción (Elysium, Avatar) o de aventuras/infantiles como Sonrisas y lágrimas, en donde la popular familia von Trapp termina refugiándose en un convento; o La Bruja Novata que nos cuenta como Angela Lansbury tiene que hacerse cargo (por obligación estatal) de unos niños londinenses que han sido evacuados por la invasión alemana.
Pero el punto está en que acoger termina siendo un bien grande e inesperado; para una bruja novata solitaria o para un profesor deprimido de económicas como el que interpreta el magnífico Richard Jenkins en The Visitor. Le ofrecen dar una conferencia en Nueva York y al llegar allí sorprende a una familia de ocupas sin papeles en su piso al que llevaba tiempo sin ir. La trama termina generando una relación entre ellos que devuelve la alegría y el gusto por vivir a un hombre que ya no esperaba nada de la vida.
El cine a través de sus historias de refugiados puede servirnos de espejo y puede volver a conmovernos. Pero nunca será tan poderoso como una experiencia real de acogida. Quizás todos tengamos algún antepasado que tuvo que emigrar por el bien de su familia. Y es probable que por ello, de alguna manera, todos llevemos sangre de refugiados en nuestras venas.
Puede que nos de miedo acercarnos a la parroquia o al ayuntamiento y ofrecer nuestra casa para acoger a estas familias de refugiados. Pero puede que ya lo hayamos hecho. Y al hacernos disponibles ante esta tragedia mundial, puede que renazca en nosotros el deseo de afrontar viejas rencillas o conflictos con las personas de nuestra realidad más inmediata. Porque cuando el corazón se ensancha, ¡se ensancha para todo!
Cuantas veces nos preocupamos por conflictos que ocurren a miles de kilómetros de distancia; mientras dejamos historias personales del pasado sin abrazar, sin acoger. Cuantas veces una discusión ha desembocado en un distanciamiento de años en donde el tiempo y la omisión no han hecho más que empeorarlo…
¿Despertamos?