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El reto de Europa frente al éxodo sirio

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César Nebot - publicado el 23/09/15

¿Qué responsabilidad tenemos en el sufrimiento de los refugiados? No se trata de solidaridad sino de justicia

Si hinchamos un globo sin parar al final irremediablemente nos explotará en la cara. A nadie se le ocurre pensar que el estallido no esté relacionado con la acción previa de hincharlo sin contemplaciones. Esta asociación es simple porque sólo una persona realiza la acción y la consecuencia deviene en un muy corto espacio de tiempo.

Pero ¿qué sucede con aquellas acciones que pertenecen y se diluyen en el colectivo, en las que podemos estar participando en mayor o menor medida, de forma directa o de forma indirecta y cuyas consecuencias no toman intensidad hasta pasado un buen tiempo?

Nuestra tendencia a atribuir conexiones por la continuidad en el tiempo propiciaría que nos quedásemos atónitos por la explosión de un globo, inconscientes de haberlo hinchado.

Estos días nos golpean las imágenes crudas de la emigración de refugiados sirios, familias enteras cuyas pertenencias son las que apenas les caben en las manos en una travesía interminable y no exenta de peligros.

La terrible foto del pequeño Aylan de tres años ahogado en la playa ha conmocionado a la opinión pública en Europa, no sólo por él mismo sino porque además simboliza un sufrimiento y una vulnerabilidad cercana con la que nos identificamos y que nos azota. Esta imagen ha levantado una ola de solidaridad que ha crecido cuando se ha tomado conciencia de las dimensiones dramáticas del éxodo del pueblo sirio.

En Europa estamos debatiendo de qué manera acoger a tanto asilado que huye del horror de Siria. El 17 de septiembre, la Unión Europea por fin se ha decidido, por procedimiento de urgencia, a acoger a 120.000 refugiados, cuando se estima que hay más de cuatro millones de sirios que solicitan asilo.

Aunque esta medida es a todas luces insuficiente, parece que este gesto ayuda a aplacar la necesidad de sentirnos solidarios en la vieja Europa. Incluso se ha suscitado el debate de la solidaridad y en qué grado se puede ser solidario.

Si entendemos la solidaridad como facilitar a otras personas el disfrute de unos derechos que son nuestros para restituir sus carencias por circunstancias sobrevenidas estamos presuponiendo que no existe ningún tipo de relación entre nosotros y las circunstancias que le han recortado sus derechos. Un ejemplo de solidaridad es el voluntariado y la ayuda tras un terremoto. Pero ¿estamos hablando de lo mismo en el caso de Siria?

Hace dos años escribía para este medio un artículo titulado “Los mercados y el tiempo del lobo: El señor de la guerra” en el que a través del recorrido de la bala del inicio de la película El señor de la guerra desde su diseño y fabricación hasta que arrebata la vida de un niño, reseguíamos en sentido inverso los posibles flujos de renta que generaban las anónimas transacciones comerciales hasta diluir la renta generada por la bala asesina entre las rentas de nuestro estado del bienestar.

Concluía que si el bienestar que disfrutamos puede estar conectado de alguna forma con la tragedia que viven otros, por mucho que la línea de responsabilidad quedase oculta en el maremágnum de mercados, nuestra ignorancia no puede eximirnos.

Cuando se observa el horror instalado en Siria del que huyen los refugiados, tanto por una guerra civil como por la amenaza del autoproclamado Estado Islámico, uno se da cuenta de que en esa zona de constante conflicto no disparan con tirachinas ni lanzan piedras. De hecho el armamento no es precisamente rudimentario y casero.

Tanto los rebeldes como el ejército sirio y, en especial, ISIS disponen de un armamento de fabricación en países avanzados. Si bien desde el 2011 existe un embargo a Siria de forma que no se les puede vender directamente armamento, no existe el control sobre flujos de transacción no directa.

Por otra parte, este acuerdo de embargo se modificó en el 2013 para poder armar al bando rebelde al gobierno de Bashar Al Asad. Aunque oficialmente no se podrían vender armas españolas, ni de cualquier otro país europeo, en el terreno no se descarta que haya armamento de fabricación española.

A este punto es lícito preguntarse qué grado de responsabilidad tenemos como nación, nuestras empresas y a título individual, respecto a la venta de armamento en los diferentes conflictos armados.

Si como podemos sospechar existe esa responsabilidad de forma activa o pasiva, de facto o como simple renta que se engrosa a nuestro estado del Bienestar, no podemos lavarnos las manos ante los estallidos de los diferentes conflictos que los países productores de armamento han permitido e hinchado.

Si en consecuencia tomamos conciencia que no nos exime la ignorancia, más allá de buscar culpabilidades actuaremos en responsabilidad, respondiendo en virtud de las consecuencias que se derivan de nuestros actos. Sólo así Europa entenderá que el reto que tiene ante el éxodo sirio no consiste en una cuestión de solidaridad, para restituir carencias por circunstancias sobrevenidas.

En tanto que entre las circunstancias concurre nuestra responsabilidad se trata de una cuestión de justicia. Y si esto nos sorprende se puede deber a que en algún momento olvidamos que estuvimos hinchando un globo que nos ha acabado por explotar y no sabemos cómo.

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