Más allá de la crisis de la basuraViendo las noticias sobre el Líbano en occidente, muchos se quedan con las imágenes de la guerra o de Hezbollah. Lo que no se imagina y no sale en los medios de comunicación es que durante años, los cristianos constituyeron la gran mayoría de la población.
La especial historia del Líbano hace que sea considerado con mucho el país de más profundo carácter cristiano y donde existe un marco más nutrido de libertades y apertura hacia el mundo occidental. Es el país con mayor número de cristianos, no solamente en la zona sino en el conjunto de todos los países árabes.
El Líbano alberga la gran variedad de 17 grupos cristianos y musulmanes diferentes, repartidos en zonas distintas. Los drusos se instalaron en una extensa zona del Monte Líbano tras la guerra civil de 1842, en la que la montaña fue dividida por los otomanos que apoyaban a los drusos, en dos gobiernos o Caimacamat, uno para los drusos, y otro para los cristianos.
Durante la guerra civil del 79-90 la capital Beirut también se dividió en dos secciones: Beirut del este como zona cristiana y Beirut del oeste como zona musulmana. Finalmente después de la entrada de Hezbollah, apoyado por Irán, en el sur, y su actividad contra Israel, se transformó el sur en zona chiita.
Sin embargo, las guerras y azares políticos que ha sufrido el país han repercutido en la emigración de grandes masas, dando lugar a un nuevo balance demográfico en diversas áreas. Podría decirse que las diferencias de distribución espacial en términos religiosos se ven plasmadas más en esta escala regional que en la de barrios o guetos de uno u otro signo.
La guerra civil libanesa se inició en el año 75 tras otras complicaciones en la región y duró hasta el año 90. Cristianos y musulmanes se enfrentaron, pero en realidad este problema surgió con otras circunstancias porque la religión no ha sido un problema en una tierra que siempre ha tenido una diversidad de religiones. En este caso el uso de la religión fue un pretexto para legitimar una guerra que sirve los intereses políticos de los poderes de otros países vecinos.
En esta guerra, protagonizada por las diferentes afiliaciones religiosas, participaron los seguidores de todos los grupos religiosos; es decir no solamente conoció el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes, sino se enfrentaron también los cristianos entre ellos, t los musulmanes entre ellos, y participaron también los drusos y otros grupos de fuera del país como los palestinos y los israelíes.
Los maronitas se enfrentaron -con su partido conocido como Kataib, dirigidos por Pierre Gemayel- a los otros cristianos seguidores del Partido Nacional Liberal dirigido por Camille Chamoun.
Mientras, se encontraban los palestinos aliados del Partido Socialista Progresista dirigido por Kamal Jumblat al frente de un Movimiento Nacional que recibió el apoyo de los bazistas, el Partido Comunista y el Partido Popular Sirio.
Los frentes cambiaron porque cambiaron las alianzas y algunos de estos grupos lucharon entre sí en un momento dado según variaron los intereses y las circunstancias de la guerra.
La guerra terminó con la firma del acuerdo de Taif en Arabia Saudí en 1989, después de quince años de una guerra civil atroz, permitiendo la entrada del ejército sirio que tomó el control del país, recibido por muchos libaneses como protagonista de una nueva ocupación que causó otra fase de inestabilidad del país.
Según muchos libaneses, el comité de Taif les impuso una solución, tratando de redistribuir los poderes políticos en el Líbano entre los cristianos y los musulmanes de manera justa comprometiendo así un equilibrio confesional. Hoy en día, después de 36 años, la situación en el Líbano sigue inestable, y la complejidad indica la posibilidad de una nueva guerra civil.
Los motivos de preocupación de los libaneses, en esta época de precaria paz, afectan a ambos, a cristianos y a musulmanes. Por un lado, figura la situación actual en Siria, que representa una amenaza en todos los sentidos y puede reiniciar la guerra dentro del Líbano por muchas razones, entre ellas el hecho de que las divisiones y enemistades políticas libanesas internas que causaban la guerra civil siguen en pie. Por otro, la influencia de Hezbollah (apoyado por Irán y constituido como un “estado armado” dentro del propio estado). Finalmente, el peligro constante de un posible ataque israelí.
El problema más grande en este momento y que causa aun más inestabilidad en el Líbano es el hecho de no tener un presidente elegido que dirige el país. En mayo del 2014, el presidente Michel Suleiman había marchado del palacio presidencial tras haber terminado su mandato de seis años oficiales según la constitución y desde entonces el país sigue en manos del gobierno libanés esperando votar y elegir un nuevo jefe de Estado.
El presidente de la República debe ser cristiano, según la constitución libanesa. Sin embargo, los dos partidos políticos cristianos no consiguen votar un candidato aprobado por ambos para el puesto.
El partido cristiano de ¨Cambio y Reforma¨ de Michel Aoun, junto con su aliado de Hezbollah, no paran de boicotear las sesiones parlamentarias dedicadas a elegir al nuevo presidente paralizando así el proceso de la votación del Parlamento, que debe contar con tres tercios de los parlamentarios.
La última crisis de la basura es otro episodio de una larga serie de corrupción interna, en la cual destacan los políticos libaneses que una vez más no han podido salvar la situación por pensar demasiado en sus intereses personales.
El pasado mes de agosto se cerró el principal basurero porque hay nuevas licitaciones para la empresa que gestiona las basuras y desde entonces la basura se acumula en las calles, causando una situación horrible para los libaneses. La empresa anterior pertenecía a la familia de Rafiq Hariri, el ex primer ministro libanés.
A raíz de esta crisis, que coincidió con dos grandes olas de calor que agravaron la situación, los libaneses salieron en grandes manifestaciones bajo el lema Ustedes Apestan exigiendo una solución para dicha crisis, además de la celebración de elecciones parlamentarias para elegir un presidente y poner fin a la corrupción y al caos dentro del país.
Los manifestantes fueron recibidos brutalmente por las Fuerzas de Seguridad. Incluso con sus tanques entró el Ejército en las calles de la capital, Beirut, y las manifestaciones pacíficas que debían expresar la opinión general del pueblo libanés se convirtieron en unas batallas donde el ejercito libanés no dudó en usar gases lacrimógenos, balas de goma y cañones de agua.
Actualmente muchos movimientos y ONGs, tanto locales como internacionales, trabajan sin parar para cambiar el pensamiento típico de los libaneses y los estereotipos que tienen sobre las religiones, intentando difundir una cultura de paz, reconciliación y convivencia entre los seguidores de todas las diferentes religiones y promoviendo una ciudadanía responsable para construir el país juntos.
Entre estas iniciativas se destaca la labor de la fundación Adyan y de la Universidad de San José que empezó un Máster oficial en relaciones islámico-cristianas, entre otros.
Para que no se repita la historia con una nueva guerra civil, los libaneses necesitan reconciliarse con el pasado y poder vivir así en paz, además de empujar a los partidos políticos, o incluso votar por cambiar la constitución, para poder elegir un nuevo presidente.
Un nuevo jefe de Estado que represente a todos los diferentes grupos en el país y no acepte ninguna interferencia extranjera que sirva a intereses ajenos y lejos de ser nacionalistas. Elegir un presidente es imprescindible en estos momentos para afrontar a la situación actual con dificultades económicas, sociales y políticas que se agravan por la crisis de cerca dos millones de refugiados sirios que ya está fuera de control; la emigración continua de los jóvenes y cerebros libaneses; el paro; la falta de orden para cumplir las leyes dentro del país y la corrupción política que sigue dividiendo a las personas y explotando el país según los propios intereses de estos políticos que ya llevan demasiado tiempo en el poder. Sin olvidarse de la amenaza incesante de Israel; un país interesado más que nada en los recursos de agua, precarios en su tierra y abundantes en el Líbano.