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Contra de la enfermedad del tiempo

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© geralt

encuentra.com - publicado el 13/09/15

Crece el movimiento de los que eligen “vivir lento” para estar mejor

Los seguidores se basan en el “slow food”, que preconiza la vuelta a los sabores y comidas tradicionales. Pero la filosofía se extendió a otros aspectos de la vida, como el sexo y el trabajo, y ya llegó a la Argentina.

Un fantasma recorre el mundo: es la revolución del caracol. Un movimiento lento, claro está, que apareció en 1986 en Roma para oponerse a la instalación de un Mc\\’Donalds en medio de Plaza Di Spagna. El impulso contra el fast food se transformó en el movimiento mundial del “slow food”«Una propuesta de una nueva/vieja forma de vivir: recuperar el derecho al placer por la buena comida. Pero a ritmo de tortuga, la tendencia se extendió a otros aspectos de la vida y ya se habla del slow sex, de ciudades slow y del slow laboral. En síntesis, de vivir en cámara lenta.

Entre los cultores del fenómeno se encuentran gerentes que dicen que el mail se debe revisar sólo dos veces por día; empresas de telefonía celular que recomienda apagar el aparato porque en esos momentos pasan las buenas cosas y hasta un periodista estresado y británico que acaba de escribir “Elogio a la lentitud”, un libro ya publicado aquí. Y en esta lenta vorágine aparecieron hasta pueblos, como Mar de las Pampas, que quieren ser declarados slow para que lo único que corra en sus calles sea el viento.

¿Pero qué une a este grupo tan variopinto que suma a 100.000 miembros en todo el mundo y a muchos menos en Buenos Aires pero tan convencidos como aquellos? Un objetivo: provocar una transformación que promueva un cambio social, económico y ambiental que permita mejorar la calidad de vida. Basta de chicos estresados con celulares; de japoneses que sufren karoshi o muerte por exceso de trabajo; de cuentos infantiles para leer en dos minutos.

El movimiento slow tiene una piedra fundacional el “Slow Food”, un organismo no gubernamental cuyo símbolo es un caracol, y que es una red que tiene sus representantes argentinos. Fue creado por un periodista italiano que un día se hizo esta pregunta: “¿Te acordás cuando la comida tenía gusto a comida?”

La pregunta movilizó a varios argentinos. Ellos se reunieron durante dos días en Buenos Aires en diciembre pasado. Querían celebrar la buena mesa y mostrar qué era lo que salía de sus cocinas y de sus producciones. Así funciona parte de esta red internacional. El encuentro fue un salón de la antigua residencia de Juárez Celman. Ahí, entre delicias a fuego lento, Santiago Abarca explicaba que es “una ONG sin fines de lucro. Es un movimiento que tiene su base en la alimentación. La comida es el motor porque es pura cultura e implica compartir y recuperar las tradiciones”.

Actualmente, la ONG se abre paso con un motor esencial: la educación. En Argentina funciona una escuela de sabores para educar el gusto por la que pasaron mil personas y en Italia hay más de 1.200 escuelas y una universidad de principios slow.

En las aulas lentas y con platos para saborear se ofrecen degustaciones para experimentar alimentos o se organizan catas dirigidas a expertos en alimentación. El objetivo es saborear.

La otra pata slow en Argentina es el apoyo a los pequeños productores. “No estamos en contra de la industria alimenticia —aclaró Abarca—. Pero tampoco queremos que desaparezcan los que se dedican a preparar alimentos en pequeñas cantidades y con materia prima y recetas tradicionales.”, señaló.

Cuentas a la mesa

Según Slow Food hoy son menos de 30 plantas las que proporcionan la materia prima para el 95% de la nutrición mundial. En el siglo pasado se extinguieron 250.000 especies de plantas. Y desde el principio del siglo XX, América perdió el 93% de sus productos agrícolas y Europa, casi el 85 por ciento.

Pero el movimiento no se limita y ya pasó de la mesa a las calles. Hay muchas ciudades en el mundo que se definen slow. Este urbanismo aconseja que el centro sea peatonal, que los negocios cierren jueves y domingos.

Ahora, tómese un minuto y apriete el botón de “Pause”, según explican los cultores del slow para esta época hay un diagnóstico: “la enfermedad del tiempo”. Un término que, en 1982, acuñó Larry Dossey, un médico de EE.UU., y cuyo principal síntoma es creer hasta la obsesión que el tiempo se aleja, que no alcanza y de que hay que pedalear cada más rápido.

Para combatirlo surgió la filosofía de la lentitud, que aseguran es, en realidad, sinónimo de equilibrio. Sus cultores no comen vidrios cuando dicen que hay que andar por la vía lenta y usan la tecnología para cuando se deben apurar. Para disfrutar, comer, compartir y estar con la familia. En fin, dicen: “para vivir y bien”.

Artículo originalmente publicado por encuentra.com

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